Estigma


No sería acertado comenzar este trabajo sin puntualizar la definición de estigma. Así, por tanto, podemos definir estigma como “ marca o señal en el cuerpo “, según el diccionario de la Real Academia Española, existe otra definición que también es acertada para la consecución de este trabajo: “ desdoro, afrenta, mala fama “. En el libro también se hace referencia a estigma como un término para referirse a signos corporales con los cuales se intenta exhibir algo malo y poco habitual en el status moral de quien lo presenta, debemos decir que esta definición la crearon los griegos.

Más tarde, durante el cristianismo, se agregaron al término dos significados metafóricos: el primero hacía alusión “ a signos corporales de la gracia divina, que tomaban la forma de brotes eruptivos en la piel ”; el segundo “ referencia médica indirecta de esta alusión religiosa, a los signos corporales de perturbación física “ .

Hechas las “ presentaciones “ de estigma podemos comenzar el trabajo.

El libro se compone de cinco únicos capítulos, por tanto, para hacer el trabajo, me dedicaré a comentar las ideas más significativas para mi de cada uno.

Después de esta breve introducción podemos comenzar con el comentario del libro.

El primer capítulo se basa fundamentalmente en la descripción de las personas estigmatizadas, hace referencia, por tanto, de la situación en la que se encuentran y de cómo se esfuerzan por hacer menos visible su falta física o psíquica.

Es por esto que cuando nos encontramos con una persona desconocida que además posee un defecto dejamos de verlo como una persona corriente y nos causa un sentimiento de menosprecio, cuando menos de pena, la cual, a mi parecer no merecen ya que muchos de ellos quieren ser tratados como personas normales, carentes del estigma.

Es importante señalar que no todos los defectos son temas de discusión, esto es porque determinados defectos no son admitidos en nuestra sociedad, quiero decir, no es tan grave una persona sorda o ciega o con una malformación que una persona homosexual, un antiguo delincuente o una prostituta.

Este libro hace referencia a tres tipos de estigma. El primer puesto lo ocupan las malformaciones físicas. En segundo lugar, los defectos del carácter del individuo como son la falta de voluntad, pasiones tiránicas o antinaturales, creencias falsas y rígidas o la deshonestidad. Por último los estigmas tribales de la raza, la nación y la religión, susceptibles de ser transmitidos por herencia y contaminar por igual a todos los miembros de una familia.

Según esta “ clasificación “ me da la impresión de que cualquier persona es susceptible de estar estigmatizada, ya que todo lo que no sea normal a los ojos de la sociedad es rechazado por salirse de los cánones establecidos por ella. Prueba de ello es lo que dice el libro unas cuantas líneas más abajo, creemos, por definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana.

Es por ello que un individuo que podía haber sido fácilmente aceptado en un intercambio social posee un rasgo que puede imponerse por la fuerza a nuestra atención y que nos lleva a alejarnos de él cuando lo encontramos, anulando el llamado que nos hacen sus restantes atributos.

Algo que siempre nos ha llamado mucho la atención con respecto a las personas estigmatizadas es el gran esfuerzo que hacen por corregir su incapacidad, me refiero al manejo de áreas de actividad que por razones físicas o incidentales consideramos inaccesibles para quien posea su defecto, como puede ser para una persona lisiada cabalgar, nadar o pilotar un avión. Esta situación me parece muy favorable para ellos ya que les crea una seguridad para estar mejor integrados y demostrarnos que no existen, prácticamente, limitaciones para ellos.

También podemos encontrarnos con el caso contrario, es decir, aquella persona que utiliza su incapacidad para evadirse de todos los deberes desagradables de la vida social, y de la cual ha terminado por depender utilizándolo no solo como medio razonable para evadirse de la competencia sino como una forma de protegerse de la responsabilidad social. Es por eso que si el paciente recupera su vida normal se encuentra desprotegido, averiguando que la vida no es tan sencilla.

Para tratar de ayudar a estas personas existen en la comunidad grupos que tratan estigmas concretos, como puede ser una agrupación de personas con problemas auditivos o visuales. Estas asociaciones están conformadas y dirigidas por personas que poseen este estigma, tratan de dar apoyo y consejo a quien lo necesite, es decir, aquellas personas que se encuentran de manera repentina con la enfermedad o incapacidad y se encuentran perdidos en un mundo totalmente diferente y nuevo para ellos.

Esta situación provoca que casi siempre alguna de estas personas incapacitadas por su labor dentro de la sociedad sea más reconocida. Sea como fuere, aquellos que compartes el estigma de la persona célebre se vuelven repentinamente accesibles para los normales que los rodean en forma más inmediata y son objetos de una ligera transferencia de crédito o descrédito.

Existen, según el libro personas sabias. Un tipo de persona sabia es aquella cuya sabiduría proviene de sus actividades en un establecimiento, que satisface tanto las necesidades de quienes tienen un estigma particular como las medidas que la sociedad adopta respecto de estas personas. Un ejemplo de estas personas son las enfermeras y terapeutas. Un segundo tipo de persona sabia es aquella que se relacione con un individuo estigmatizado a través de la estructura social; esta relación hace que en algunos aspectos el resto de la sociedad más amplia considere a ambos como una sola persona. Por lo tanto, la esposa del enfermo mental, la hija del expresidiario, la familia del verdugo, están obligados a compartir parte del descrédito de la persona estigmatizada con la cual los une una relación.

Otra idea importante que encontramos en este capítulo es aquella en la cual nos habla de que cuando un individuo se encuentra de repente incapacitado le cuesta más relacionarse con las personas que ya conocía de antes que con personas que aún no conocía. Ya que las personas que lo conocían antes se ven afectadas por los recuerdos y son incapaces de brindarle un trato natural, mientras que las personas desconocidas lo ven simplemente como una persona que tiene un defecto.

El segundo capítulo comienza con la definición de desacreditado y desacreditable. El primero es el que hemos visto a lo largo del primer capítulo. Sin embargo el segundo término se refiere a aquella persona en la cual su diferencia no se revela de modo inmediato, y no se tiene de ella un conocimiento previo ( o, por lo menos, él no sabe que los demás lo conocen ).

Para conocer la información acerca del individuo, información referida a sus características más o menos permanentes, contrapuestas a los sentimientos, estados de ánimo e intenciones que el individuo puede tener en un momento particular, esto es lo que se llama información social.

Dentro de esta información podemos reconocer signos, que se denominan “ símbolos “. Estos símbolos pueden afianzar la imagen que ya teníamos del individuo o por el contrario pueden constituir un reclamo de prestigio y honor, en este caso se denominará “ símbolo de status “ o “ de prestigio “. Puede ocurrir, sin embargo, el caso contrario, en el que un símbolo no indique un status o posición, sino que puede llamar la atención sobre una degradante incongruencia de la identidad, disminuyendo nuestra valorización del individuo, estos se denominan “ símbolos de estigma “. Por otro lado existen los desidentificadores, que tienden a quebrar una imagen en una dirección positiva deseada por el actor, y que no busca otra cosa que formular un nuevo reclamo para suscitar profundas dudas sobre su identidad real.

Otro punto que me ha llamado la atención es el problema de la “ visibilidad ” de un estigma particular, es decir, en qué medida ese estigma sirve para comunicar que el individuo lo posee.

En primer lugar, hay que distinguir la visibilidad de un estigma de su conocimiento. Cuando un individuo posee un estigma muy visible, el simple contacto con los demás dará a conocer dicho estigma. Pero el conocimiento que los demás tienen de él dependerá de otro factor además de la visibilidad corriente: que conozcan o no al estigmatizado ( rumores ).

En segundo lugar, cuando un estigma es inmediatamente perceptible sigue en pie el problema de determinar hasta qué punto interfiere con el fluir de la interacción.

En tercer lugar, es necesario separar la visibilidad de un estigma de ciertas posibilidades de lo que podría denominarse su “ foco de percepción “.

Por consiguiente, y en términos generales, antes de hablar del grado de visibilidad hay que especificar la capacidad descodificadora de la audiencia.

También es conveniente señalar como un determinado sector o entorno social puede verse acostumbrado a un cierto estigma por la proximidad que tienen a él. Un ejemplo de esto podría ser un pueblo en el cual hubiese un hospital de ciegos, las personas de esta comunidad verán como algo normal a las personas ciegas, ya que las estarán viendo continuamente. Esto se denomina familiaridad. Es importante señalar que aunque la familiaridad es buena no siempre reduce el menosprecio. Por consiguiente, sea que interactuemos con extraños o con amigos íntimos, descubriremos que las huellas de la sociedad quedan claramente impresas en estos contactos, poniéndonos, aún en este caso, en el lugar que nos corresponde.

Un aspecto importante que me ha llamado especialmente la atención es que los estigmatizados pretenden ocultar con más celo su discapacidad a los familiares por miedo a hacerles daño o para protegerles. Un ejemplo muy bueno que nos describe el libro es aquella familia en la que uno de los padres tiene una discapacidad y considera que los niños de la casa no pueden enterarse ya que les perjudicaría muy gravemente.

Es interesante comentar que las personas que encubren su incapacidad se ven envueltas continuamente en un enorme nivel de ansiedad. Además se siente algo ajeno a su nuevo “ grupo ”, ya que posiblemente no puede identificarse en forma total con las actitudes que ellos tienen hacia los que son como él. Por último se

da por supuesto que la persona que se encubre prestará atención a aspectos de la situación social. Se puede esperar, pues, que aquellos que se encubren empleen voluntaria y estratégicamente,

diversos tipos de distancia. De esta forma evitará las relaciones más íntimas en las cuales se vea obligado a divulgar información.

Introducidos ya en el tercer capítulo que nos habla de la alineación grupal e identidad del yo. Primeramente nos habla de la ambivalencia en la cual el individuo estigmatizado adquiere estándares de identidad que aplica a sí mismo, a pesar de no poder adaptarse a ellos, es inevitable que sienta cierta ambivalencia respecto de su yo. El individuo estigmatizado presenta una tendencia a estratificar a sus pares según el grado en que sus estigmas se manifiestan y se imponen. Puede entonces adoptar con aquellos cuyo estigma es más visible que el suyo las mismas actitudes que los normales asumen con él. Mantenga o no una estrecha alianza con sus iguales, el individuo estigmatizado puede revelar una ambivalencia de la identidad cuando se ve de cerca de los suyos comportarse de manera estereotipada, poner de manifiesto en forma extravagante o lastimosa los atributos negativos que se le imputan. Pienso que esto es debido a que el individuo a adquirido recientemente la incapacidad y no está preparado todavía para asumirlo, es por eso que rechaza su condición y no se identifica con el problema ni con las personas que tienen su misma incapacidad.

Posteriormente nos habla de las alineaciones endogrupales, que son los grupos, en el sentido general de individuos ubicados en una posición semejante, pues aquello que el individuo es, o podría ser, deriva del lugar que ocupa su clase dentro de la estructura social. Uno de estos grupos es el agregado formado por los compañeros de infortunio del individuo. El verdadero grupo del individuo es, pues, el agregado de personas susceptibles de sufrir las mismas carencias que él por tener un mismo estigma

El individuo estigmatizado puede también cuestionar de manera abierta el desagrado semioculto con los que los normales lo tratan, y esperar “ encontrar en falta “ al “ sabio “ que se autodesignó como tal, es decir, continuar el examen de las acciones y de las palabras de los otros hasta obtener algún signo fugaz de que sus demostraciones de aceptación son tan solo una apariencia.

Además al llamar la atención sobre la situación de su propia clase, consolida en ciertos aspectos una imagen pública de su diferencia como algo real y de sus compañeros de infortunio como grupo real. Su desprecio por una sociedad que lo rechaza se comprende solo en función de la concepción que esa sociedad tiene de la dignidad, del orgullo y de la independencia.

Más abajo nos habla de las alineaciones exogrupales en las que se pretende que la persona estigmatizada se considere desde el punto de vista de un segundo agrupamiento: los normales y la sociedad más amplia por ellos constituida. En este caso se recomienda al individuo que se considere un ser humano tan pleno como cualquier otro, alguien que, en el peor de los casos, es excluido de lo que, en último análisis, es simplemente un área de la vida social. No debe avergonzarse de él o de otros que lo poseen, ni tampoco comprometerse tratando de ocultarlo.

Los normales no tienen, en realidad, la intención de dañar; cuando lo hacen es porque no saben cómo evitarlo. Cuando la persona estigmatizada descubre que los normales tienen dificultades para ignorar su defecto, tratará de ayudarlos, tanto a ellos como a la situación social, mediante esfuerzos conscientes para reducir la tensión.

Todos estos comentarios e ideas que nos hace el autor me parecen muy útiles para estas personas que sufren un estigma. Me parecen importantes ya que estas personas, según mi opinión, sufren más por la discriminación de que son víctima, que de la dolencia o estigma que padecen.

En el cuarto capítulo nos habla de las normas, estas se refieren a la identidad o al ser, y pertenecen, por consiguiente, a un género especial. Se refiere a como el individuo obedece a unas normas dictadas por una sociedad y como las acepta, o las rechaza. Mientras algunas de estas normas pueden ser por lo general sustentadas con total adecuación por la mayoría de las personas en la sociedad, hay otras que adoptan la forma de ideales y constituyen estándares ante los cuales casi todo el mundo fracasa en algún momento de la vida. Esto que acabo de decir es un tema de actualidad en nuestra sociedad, me refiero a las cientos de adolescentes que dejan de comer para perseguir unos estereotipos, provocando en su cuerpo una enfermedad que puede causarles la muerte por inanición. Esta norma viene dada por las imágenes televisivas de mujeres extremadamente delgadas que desfilan o actúan y que probablemente también se vean obligadas a estrictas dietas para conservar la “triste figura”.

Estigma.La identidad deteriorada

Erving Goffman

COLONIALISMO INTERNO Por Pablo González Casanova


En la historia del capitalismo
En una definición concreta de esta categoría, tan significativa para las nuevas luchas de los
pueblos se requiere: Primero, precisar que el colonialismo interno se da en el terreno
económico, político, social y cultural. Segundo, precisar cómo evoluciona el colonialismo
interno a lo largo de la historia del Estado-Nación y del capitalismo. Tercero, precisar cómo
se relaciona el colonialismo interno con las alternativas emergentes, sistémicas y
antisistémicas, en particular las que conciernen a “la resistencia” y a “la construcción de
autonomías” dentro del Estado-Nación, así como a la creación de vínculos (o a la ausencia
de vínculos) con los movimientos y fuerzas nacionales e internacionales de la democracia,
la liberación y el socialismo.
El colonialismo interno ha sido una categoría tabú para muy distintas corrientes
ideológicas. Para los ideólogos del imperialismo porque no pueden concebir que se den las
relaciones de comercio inequitativo, desigualdad y explotación ni en un plano internacional
ni a nivel interno. Para los ideólogos que luchan con los movimientos de liberación
nacional o por el socialismo porque, una vez en el poder, olvidados del pensamiento
dialéctico o ayunos del mismo, no aceptan reconocer que el Estado-Nación que dirigen o al
que sirven, mantiene y renueva muchas de las estructuras coloniales internas que
prevalecían durante el dominio colonial o burgués. Es más, estos ideólogos advierten con
razón cómo el imperialismo o la burguesía aprovechan las contradicciones entre el gobierno
nacional y las nacionalidades neocolonizadas para debilitar y desestabilizar cada vez que
pueden a los Estados surgidos de la revolución o de las luchas de liberación, y esos
argumentos, que son válidos, les sirven también como pretexto para oponerse a las luchas
de las “minorías nacionales”, de “las nacionalidades”, o de “los pueblos originales” sin que
la correlación de fuerzas subsistente sea alterada ni les permita modificarla en un sentido

1
Este texto apareció por primera vez en González Casanova, Pablo. “Colonialismo Interno (una
redefinición)”, [en línea]. En Revista Rebeldía, No. 12, (octubre de 2003):
http://www.revistarebeldia.org/revistas/012/art06.html
2 liberador que incluya la desaparición de las relaciones coloniales en el interior del EstadoNación.
La definición del colonialismo interno está originalmente ligada a fenómenos de
conquista, en los que las poblaciones de nativos no son exterminadas y forman parte,
primero del Estado colonizador y después del Estado que adquiere una independencia
formal, o que inicia un proceso de liberación, de transición al socialismo, o de
recolonización y regreso al capitalismo neoliberal. Los pueblos, minorías o naciones
colonizadas por el Estado-Nación sufren condiciones semejantes a las que los caracterizan
en el colonialismo y el neocolonialismo a nivel internacional: 1. Habitan en un territorio sin
gobierno propio. 2. Se encuentran en situación de desigualdad frente a las élites de las
etnias dominantes y de las clases que las integran. 3. Su administración y responsabilidad
jurídico-política conciernen a las etnias dominantes, a las burguesías y oligarquías del
gobierno central o a los aliados y subordinados del mismo. 4. Sus habitantes no participan
en los más altos cargos políticos y militares del gobierno central, salvo en condición de
“asimilados”. 5. Los derechos de sus habitantes, su situación económica, política social y
cultural son regulados e impuestos por el gobierno central. 6. En general los colonizados en
el interior de un Estado-Nación pertenecen a una “raza” distinta a la que domina en el
gobierno nacional y que es considerada “inferior”, o a lo sumo convertida en un símbolo
“liberador” que forma parte de la demagogia estatal. 7. La mayoría de los colonizados
pertenece a una cultura distinta y habla una lengua distinta de la “nacional”. Si como
afirmara Marx “un país se enriquece a expensas de otro país” al igual que “una clase se
enriquece a expensas de otra clase”, en muchos Estados-Nación que provienen de la
conquista de territorios, llámense Imperios o Repúblicas, a esas dos formas de
enriquecimiento se añaden las del colonialismo interno
1
.
En la época moderna, el colonialismo interno tiene antecedentes en la opresión y
explotación de unos pueblos por otros, desde que a la articulación de distintos feudos y
dominios característica de la formación de los reinos, se sumó en el siglo XVII y la
Revolución Inglesa, el poder de las burguesías. Los acuerdos más o menos libres o forzados
de las viejas y nuevas clases dominantes crearon mezclas de las antiguas y las nuevas
formas de dominación y apropiación del excedente y dieron lugar a formaciones sociales en
las que fue prevaleciendo cada vez más el trabajo asalariado frente al trabajo servil, sin que
3 éste y el esclavo desaparecieran. La creciente importancia de la lucha entre dos clases, la
burguesía y el proletariado, se dio con toda claridad en la primera mitad del siglo XIX. A
partir de entonces, la lucha de clases ocupó un papel central para explicar los fenómenos
sociales. Pero a menudo se extrapoló su comportamiento, ya porque se pensara que la
historia humana conducía del esclavismo, al feudalismo, al capitalismo, ya porque no se
reparara en el hecho de que el capitalismo industrial sólo permitía hacer generalizaciones
sobre una parte de la humanidad, ya porque no se advirtiera que el capitalismo clásico
estaba sujeto a un futuro de mediaciones y reestructuraciones de la clase dominante y del
sistema capitalista por el que aquélla buscaría fortalecerse frente a los trabajadores.
En todo caso en el propio pensamiento clásico marxista prevaleció el análisis de la
dominación y explotación de los trabajadores por la burguesía frente al análisis de la
dominación y explotación de unos países por otros.
Con la evolución de la socialdemocracia y su cooptación por los grandes poderes
coloniales, no sólo se atenuó y hasta olvidó el análisis de clase sino se acentuó el
menosprecio por las injusticias del colonialismo. Estudios como el de J. A. Hobson sobre el
imperialismo fueron verdaderamente excepcionales. Sólo con la revolución rusa se planteó
a la vez una lucha contra el capitalismo y contra el colonialismo. Por parte de los pueblos
coloniales o dependientes durante mucho tiempo surgieron movimientos de resistencia y
rebelión con características predominantemente particularistas.
A principios del siglo XX, algunas revoluciones de independencia y nacionalistas
empezaron a ser ejemplares, como la china o la mexicana. Pero los fenómenos de
colonialismo interno, ligados a la lucha por la liberación, la democracia y el socialismo sólo
se dieron más tarde. Aparecieron ligados al surgimiento de la nueva izquierda de los años
sesenta y a su crítica más o menos radical de las contradicciones en que habían incurrido
los Estados dirigidos por los comunistas y los nacionalistas del Tercer Mundo.
Aún así, puede decirse que no fue sino hasta fines del siglo XX cuando los movimientos
de resistencia y por la autonomía de las etnias y los pueblos oprimidos adquirieron una
importancia mundial. Muchos de los movimientos de etnias, pueblos y nacionalidades no
sólo superaron la lógica de lucha tribal (de una tribu o etnia contra otra), y no sólo hicieron
uniones de etnias oprimidas, sino plantearon un proyecto simultáneo de luchas por la
autonomía de las etnias, por la liberación nacional, por el socialismo y por la democracia.
4 La construcción de un Estado multi-étnico se vinculó a la construcción de “un mundo
hecho de muchos mundos” que tendría como protagonistas a los pueblos, los trabajadores y
los ciudadanos. En ese proyecto destacaron los conceptos de resistencia y de autonomía de
los pueblos zapatistas de México
2
.
Obstáculos y logros en la definición
Los primeros apuntes del colonialismo interno se encuentran en la propia obra de Lenin.
En 1914, Lenin se interesó por plantear la solución al problema de las nacionalidades y las
etnias oprimidas del Estado zarista para el momento en que triunfara la revolución
bolchevique. En ese año escribió “Sobre el derecho de las naciones a la
autodeterminación”; en 1916 escribió específicamente sobre “La revolución socialista y el
derecho de las naciones a la autodeterminación”.
Lenin buscó “evitar la preponderancia de Rusia sobre las demás unidades nacionales”.
Hizo ver que la Internacional Socialista debía “denunciar implacablemente las continuas
violaciones de la igualdad de las naciones y garantizar los derechos de las minorías
nacionales en todos los Estados capitalistas…”
3
. A fines de la guerra planteó la necesidad de
una lucha simultánea contra el paneslavismo, el nacionalismo y el patriotismo ruso (que
constituían la esencia del imperialismo ruso) y en 1920 hizo un enérgico llamado a poner
atención en “la cuestión nacional” y en el hecho de que Rusia “en un mismo país, es una
prisión de pueblos”
4
.
La noción de colonialismo interno no apareció sin embargo hasta el Congreso de los
Pueblos de Oriente celebrado en Baku en septiembre de ese año. Allí los musulmanes de
Asia, “verdadera colonia del imperio ruso” hicieron los primeros esbozos de lo que
llamaron “el colonialismo en el interior de Rusia”. Es más, hicieron los primeros
planteamientos en el ámbito marxista-leninista, de lo que llegaría a conocerse más tarde
como la autonomía de las etnias. Concretamente sostuvieron que “la revolución no resuelve
los problemas de las relaciones entre las masas trabajadoras de las sociedades industriales
dominantes y las sociedades dominadas” si no se plantea también el problema de la
autonomía de estas últimas
5
. Advirtieron la dificultad de hacer a la vez un análisis de la
lucha de liberación, o por la autonomía de las etnias, que no descuidara el análisis de clase
o que no subsumiera la lucha de los pueblos y las naciones en la lucha de clases. De hecho,
5 frente a la posición del propio Lenin en el Segundo Congreso del Komintern, la presión fue
muy grande para pensar qué etnias y minorías se redimirían por la revolución proletaria.
Sultan-Galiev quiso encontrar una solución que aumentó los enredos metafísicos sobre
colonialismo y clase. En 1918 sostuvo que los pueblos oprimidos “tenían el derecho a ser
llamados pueblos proletarios” y que al sufrir la opresión casi todas sus clases “la revolución
nacional” tendría el carácter de revolución socialista
6
. Esas y otras afirmaciones carentes
del más mínimo rigor para analizar las complejidades de la lucha de clases y para construir
la alternativa socialista endurecieron las posiciones de quienes sostenían directa o
indirectamente que “la cuestión nacional” (como eufemísticamente llamaban al
colonialismo interno) “sólo podría resolverse después de la revolución socialista”. Los
propios conceptos que tendieron a prevalecer en el Estado centralista —enfrentado al
imperialismo y al capitalismo— se complementaron con reprimendas a las reivindicaciones
concretas de croatas, eslovenios, macedonios, etcétera. Se condenaron sus demandas como
particularistas, en especial las que reivindicaban la independencia. Así se cerró la discusión
en el V Congreso de la Internacional. A partir del VI “se abandonaron las posiciones
analíticas” y se concibió “lo universal” al margen de los hechos nacionales y étnicos. Desde
entonces prevaleció la dictadura de Stalin en el partido y en el país
7
.
Encontrar la convergencia de “la revolución socialista” y la “revolución nacional”
siempre resultó difícil. La teorización principal se hizo en torno a las clases, mientras etnias
o nacionalidades se atendieron como sobredeterminaciones circunstanciales. Los conceptos
de etnias y nacionalidades como los de alianzas y frentes oscilaron más que los de la lucha
de clases, en función de categorías abstractas y de posiciones tácticas. Clase y nación,
socialismo y derechos de las etnias, enfrentamientos y alianzas, se defendieron por
separado o se juntaron según los juicios coyunturales del partido sobre las “situaciones
concretas”.
El descuido del concepto de colonialismo interno en el marxismo oficial y en el crítico
obedeció a intereses y preocupaciones muy difíciles de superar. La hegemonía de la Unión
Soviética en los partidos comunistas del mundo dio a sus planteamientos sobre el problema
un carácter paradigmático. Las luchas de las naciones contra el imperialismo, y la lucha de
clases en el interior de cada nación y a nivel mundial, oscurecieron las luchas de las etnias
en el interior de los Estados-Nación. Sólo se encontró el sentido de las luchas nacionales
6 como parte de la lucha anti-imperialista y de la lucha de clases o de estrategias variables
como los “frentes amplios”.
Desde los años 30 y 40 toda demanda de autodeterminación en la URSS fue tachada de
separatista y de nacionalista. La hegemonía de Rusia y de los rusos correspondió a un
constante y creciente liderazgo. La participación de otros pueblos en las esferas públicas y
sociales llegó a ser prácticamente anulada. La propia “clase trabajadora” que perteneció al
Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) era sobre todo rusa. En la expansión de
las grandes industrias en el territorio de la URSS, los rusos hacían “colonias” aparte y eran
muy pocos los nativos que habitaban en ellas. La administración autoritaria dependía para
sus principales decisiones de Moscú. En los setentas se acentúo la lucha por la democracia
y las autonomías. Las respuestas del Estado fueron inflexibles. La Constitución de 1977 no
incluyó ningún artículo sobre los derechos de las minorías o de las etnias. En una reforma
que se hizo a la Constitución el 1 de diciembre de 1988 se formuló un artículo por el que se
pedía al Soviet de las Nacionalidades promover la igualdad entre las naciones, respetar los
intereses de las naciones y luchar por “el interés común y las necesidades de un Estado
soviético multi-nacional”. El partido se refirió a la necesidad de legislar sobre los derechos
a usar más la lengua de las nacionalidades, de crear instituciones para la preservación de las
culturas locales, de hacer efectivos y ampliar los derechos a tener representación en el
gobierno central. Todo se quedó en buenos deseos de una política que en parte sí se dio de
los años 20 a los 60 en que a la publicación de textos en varios idiomas de las
nacionalidades y al impulso a las culturas locales, correspondió un proceso de
transferencias de excedente económico de Rusia a sus periferias, proceso que se revirtió
desde entonces. En cualquier caso, incluso en los mejores tiempos, los rusos mantuvieron
su hegemonía en la URSS y sus Repúblicas. En medio de grandes transformaciones, y de
innegables cambios culturales y sociales rehicieron la dominación colonial hasta que la
URSS se volvió una nueva prisión de nacionalidades
8
. Más que cualquier otra nación de la
URSS, Rusia se “identificó” con la Unión Soviética y con el sistema socialista. El
centralismo moscovita aplastaba y explotaba tanto las regiones de Rusia como las
siberianas. Así, el comunismo de Estado suscitó en el interior de la propia Rusia
resentimientos nacionales y locales. El fenómeno se hizo patente con la disolución de la
URSS y con el nuevo gobierno ruso. Cuando se disolvió la URSS, Chechenia fue integrada
7 en las fronteras de la nueva Rusia, como una de sus 21 Repúblicas, a pesar de que nunca
quiso firmar el Tratado Federal de las Repúblicas, territorios y Barrios Autónomos
9
.
Todas las circunstancias anteriores y muchas más pusieron un freno intelectual y oficial,
inhibitorio y autoritario a la reflexión sobre el “colonialismo interno”. Ese freno se dio
especialmente en los países metropolitanos e imperialistas pero también en las “nuevas
naciones”. La lógica de la construcción del Estado y de las alianzas políticas, consciente e
inconscientemente logró que la categoría del colonialismo interno fuera objeto sistemático
de rechazo. En la periferia del mundo, Franz Fanon planteó el problema de los Estados
liberadores que sustituyen a los explotadores extranjeros por los explotadores nativos pero
no relacionó ese problema con las etnias explotadas sino con las clases
10
. Casi todos los
líderes e ideólogos dieron prioridad a la lucha contra el imperialismo y a la lucha de clases
como base para rechazar la lucha de las etnias, sin que éstas pudieran romper las barreras
epistemológicas y tácticas que llevaban a desconocer sus especificidades. Así, el problema
del colonialismo interno se expresó de manera fragmentaria y dispersa en el pensamiento
marxista y revolucionario.
Cuando la noción de colonialismo interno fue formulada de manera más sistemática en
América Latina, su vinculación a la lucha de clases y al poder del Estado apareció
originalmente velada. En mi libro La Democracia en México (1965) sostuve la tesis de que
en el interior del país se daban relaciones sociales de tipo colonial. “Rechazando que el
colonialismo sólo debe contemplarse a escala internacional”, sostuve que también “se da en
el interior de una misma nación, en la medida en que hay en ella una heterogeneidad étnica,
en que se ligan determinadas etnias con los grupos y clases dominantes, y otras con los
dominados”. En un artículo especialmente dedicado al fenómeno (1963), ya había
analizado el concepto a nivel interno e internacional y después lo hice en el libro de
ensayos sobre Sociología de la explotación (1969)
11
. En esos trabajos se precisaron los
vínculos entre clases, imperialismo, colonialismo y colonialismo interno. También se
amplió el alcance del colonialismo interno y se le relacionó con las diferencias regionales
en la explotación de los trabajadores y con las transferencias de excedente de las regiones
dominadas a las dominantes. El planteamiento correspondió a esfuerzos semejantes que
fueron precedidos por C. Wright Mills
12
. Mills fue el primero en usar la expresión:
“colonialismo interno”.
8 Por esos años el concepto empezó a ser formulado sobre todo en el marxismo
académico, en el pensamiento crítico y en las investigaciones empíricas de América Latina,
Estados Unidos, África, Europa, Asia y Oceanía. La literatura al respecto es muy abundante
e incluye investigaciones y trabajos de campo, entre los que sobresalió como uno de los
pioneros el de Rodolfo Stavenhagen
13
. Las discusiones sobre el concepto pasaron de ser
debates más o menos contenidos entre especialistas a ser verdaderos encuentros y
desencuentros entre políticos y dirigentes revolucionarios. Guatemala tal vez es el caso más
marcado de cómo se planteó la lucha en torno al “colonialismo interno” como categoría
para la liberación y el socialismo de indios y no indios. Allí también se dio el caso más
agudo de mistificaciones que reducían esa categoría a una perspectiva étnica y de
“repúblicas de indios”. A la violencia física se añadió la violencia verbal, lógica e histórica
que se hace sufrir a “los más pobres entre los pobres”
14
.
La historia del colonialismo interno como categoría, y de las discusiones a que dio
lugar, mostraron sus peores dificultades en la comprensión de la lucha de clases y de la
lucha de liberación combinada a nivel internacional e interno. Las corrientes ortodoxas se
opusieron durante mucho tiempo al uso de esa categoría. Prefirieron seguir pensando en
términos de lucha contra el “semifeudalismo” y contra el trabajo servil, sin aceptar que
desde los orígenes del capitalismo las formas de explotación colonial combinan el trabajo
esclavo, el trabajo servil y el trabajo asalariado. Los Estados de origen colonial e
imperialista y sus clases dominantes rehacen y conservan las relaciones coloniales con las
minorías y las etnias colonizadas que se encuentran en el interior de sus fronteras políticas.
El fenómeno se repite una u otra vez después de la caída de los imperios y de la
independencia política de los Estados-Nación con variantes que dependen de la correlación
de fuerzas de los antiguos habitantes colonizados y colonizadores que lograron la
independencia.
Una objeción menor al uso de la categoría de colonialismo interno consistió en afirmar
que en todo caso lo que existe es un semicolonialismo o neocolonialismo interno, lo cual en
parte es cierto si por tales se toman las formas de dependencia y explotación colonial
mediante el empleo (o la asociación) de gobernantes nativos que pretenden representar a las
etnias de un Estado-Nación. Sólo que no todos los gobernantes de las etnias oprimidas se
dejan cooptar por las fuerzas dominantes: muchos encabezan la resistencia de sus pueblos e
9 incluso buscan con ellos nuevas alternativas de liberación, en una lucha que en América
lleva más de quinientos años. Las etnias o comunidades de nativos o “habitantes originales”
resultan ser así objetos de dominación y explotación y también importantes sujetos de
resistencia y liberación.

Mistificaciones y esclarecimientos
El colonialismo interno ha dado lugar a innumerables mistificaciones que se pueden
agrupar en cinco principales: Primera: Se le desliga de las clases sociales e incluso se le
excluye de las relaciones de explotación. No se le comprende como un fenómeno
característico del desarrollo del capitalismo, ni se ve a quienes luchan contra él desde las
etnias colonizadas, como parte del pueblo trabajador y del movimiento por la democracia,
la liberación y el socialismo. Segunda: Se le desliga de la lucha por el poder efectivo de un
Estado-Nación multiétnico, por el poder de un Estado de todo el pueblo o de todos los
pueblos, o por un poder alternativo socialista que se construya desde los movimientos de
trabajadores, campesinos, pobladores urbanos. Tercera: En sus versiones más
conservadoras se le lleva al etnicismo y a la lucha de etnias, al batustanismo y a otras
formas de balcanización y tribalización que tanto han ayudado a las políticas colonialistas
de las grandes potencias y de los Estados periféricos a acentuar las diferencias y
contradicciones internas de los Estados-nación o de los pueblos que se liberan. En la
interpretación etnicista del colonialismo interno las etnias más débiles no son convocadas
expresamente a unirse entre sí ni a luchar al lado de la etnia más amplia y de sus fuerzas
liberadoras, o dentro del movimiento de todo el pueblo y de todos los pueblos. No se apoya
a las etnias en las luchas contra sus “mandones” y “caciques”, o contra los grupos de poder
e interés, muchos de ellos ligados a las clases dominantes del Estado-Nación y de las
potencias imperialistas. La versión conservadora del colonialismo interno niega u oculta la
lucha de clases y la lucha anti-imperialista, aísla a cada etnia y exalta su identidad como
una forma de aumentar su aislamiento. Cuarta: Se rechaza la existencia del colonialismo
interno en nombre de la lucha de clases, a menudo concebida de acuerdo con la experiencia
europea que fue una verdadera lucha contra el feudalismo. Se rechaza al colonialismo
interno en nombre de la “necesaria descampesinización” y de una supuesta tendencia a la
proletarización de carácter determinista, que idealiza a una lucha de clases simple. Para ese
10 efecto se invoca como ortodoxia marxista la línea de una revolución antifeudal,
democrático-burguesa y anti-imperialista. Esta mistificación, como algunas de las
anteriores, utiliza argumentos revolucionarios para legitimar políticas conservadoras e
incluso reaccionarias. Quinta: Desde posiciones nacionalistas y paternalistas, a menudo
ligadas al aburguesamiento del Estado-Nación que surgió de la revolución liberadora, una
quinta forma de mistificar la realidad social consiste en rechazar el concepto de
colonialismo interno con argumentos propios de la sociología, la antropología o la ciencia
política estructural-funcionalista, por ejemplo al afirmar: a) que se trata de un problema
eminentemente cultural de la llamada “sociedad tradicional”, el cual se habrá de resolver
con una política de “modernización”; b) que se trata de un problema de “integración
nacional” para construir un Estado-homogéneo que llegará a tener una misma lengua y una
misma cultura. En estas posiciones se sostiene, de una manera u otra, que el colonialismo
interno, en caso de existir, se acabará mediante el “progreso”, el “desarrollo”, la
“modernidad”, y que si algo hay parecido al “colonialismo interno” la semejanza se debe a
que sus víctimas, o los habitantes que lo padecen, se hallan en etapas anteriores de la
humanidad (“primitivas”, “atrasadas”). El darwinismo político y la sociobiología de la
modernidad, se utilizan para referirse a una inferioridad congénita de esas poblaciones que
son “pobres de por sí” y que “no están sometidas a explotación colonial ni a explotación de
clase”. Los teóricos del Estado centralista sostienen que lo verdaderamente progresista es
que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley y afirman que los problemas y las
soluciones para las minorías y las mayorías corresponden al ejercicio de los derechos
individuales y no de supuestos derechos de los pueblos o las etnias de origen colonial y
neocolonial. Otros, invocan la necesidad de fortalecer a la nación-estado frente a otros
Estados y frente a las potencias neocoloniales, acabando con las diferencias tribales que
aquéllas aprovechan para debilitar el legado y el proyecto del Estado-Nación a que uno
pertenece. Semejantes argumentos se acentúan en la etapa del “neoliberalismo” y la
“globalización” por gobiernos que colaboran en el debilitamiento del Estado-Nación, como
los de Guatemala y México.
Las tesis que distorsionan o se niegan a ver el colonialismo interno, se enfrentan a
planteamientos cada vez más ricos vinculados a las luchas contra la agresión, explotación y
colonización externa e interna.
11 Entre las zonas o regiones donde se ha discutido con más profundidad el problema del
colonialismo interno se encuentran África del Sur y Centroamérica. El Partido Comunista
Sudafricano ha afirmado: “La Sud-África de la población que no es blanca es la colonia de
la población blanca de Sud-África”
15
. Ha hecho ver cómo el capital monopólico y el
imperialismo se han combinado con el racismo y el colonialismo para explotar y oprimir a
territorios que viven bajo un régimen colonial o neocolonial. El planteamiento ha dado
lugar a grandes debates, muchos de ellos formales, en que se niega el colonialismo interno
afirmando que “desde una perspectiva marxista (per se) la clase obrera bajo el capitalismo
no puede beneficiarse de la explotación colonial”
16
. El problema se ha complicado con la
mistificación de buscar la independencia de “subestados” o “estados étnicos” sin capacidad
real de enfrentar el poder de la burguesía y el imperialismo. El oscurecimiento ha sido aun
más grave con el uso del concepto de colonialismo interno por el pensamiento conservador
y paternalista, que pretende dar la bienvenida a la fingida independencia de los batustanes.
En ocasiones el debate se ha hecho tan complejo que muchos autores progresistas y
marxistas han recurrido más al concepto de racismo como mediación de la lucha de clases
que al concepto de colonialismo interno. O’Meara ha expresado este hecho de la siguiente
manera: “la política racial es un producto histórico diseñado sobre todo para facilitar la
acumulación de capital, y ha sido usado así por todas las clases con acceso al poder del
Estado en Sud-África”
17
. Con el racismo, como ha observado Johnstone “Los nacionalistas
y los obreros blancos logran la prosperidad y la fuerza material por la supremacía blanca”
18
.
Todo eso es cierto pero, con el sólo concepto de racismo se pierde el de los derechos de las
“minorías nacionales” o “etnias” dominadas y explotadas en condiciones coloniales o
semicoloniales y que resisten defendiendo su cultura y su identidad. Con el solo concepto
de “racismo” se pierde el del derecho que tienen las etnias a regímenes autónomos.
La noción de etnias ligada a la revolución de todo el pueblo y al poder de un Estado que
reconozca su autonomía es la solución que encontró el gobierno revolucionario de
Nicaragua finalmente derrocado por la “contra” y por las claudicaciones de muchos de sus
dirigentes. En 1987 fue promulgada en Nicaragua una nueva Constitución que en el artículo
90 incluye los derechos de las etnias a la “autonomía regional”. El concepto de autonomía y
su formulación jurídica lograron precisar con toda claridad la diferencia entre “autonomía
regional” y soberanía del Estado-Nación. Para fortalecer al Estado-Nación y respetar la
12 identidad y los derechos de las etnias se buscó resolver a la vez el “problema étniconacional”
19
. Se “reconoció la especificidad lingüística, cultural y socioeconómica de las
etnias o minorías nacionales” a las que con frecuencia trata de ganar para sí la
contrarrevolución y el imperialismo
20
. El planteamiento no logró sin embargo vincular
suficientemente las luchas de las etnias con las de las demás fuerzas democráticas y
liberadoras. La tendencia a plantear la lucha por la “autonomía” de los pueblos indios sin
vincularlas a las luchas por las autonomías de los municipios, y de las organizaciones de
pueblos, trabajadores y ciudadanos, haría de ese esfuerzo un ejemplo que sólo sería
superado por el movimiento de liberación de Guatemala y, sobre todo, por los zapatistas de
México.
Frente al “indigenismo marxista que no contempló ninguna reivindicación étnica”
21
o
frente al que pretendió oscurecer la lucha de clases con las luchas de las etnias, desde la
década de los ochentas los revolucionarios centroamericanos, en particular los de Nicaragua
y Guatemala aclararon considerablemente la dialéctica real de la doble lucha. “Para
nosotros —dice un texto guatemalteco— el camino del triunfo de la revolución entrelaza la
lucha del pueblo en general contra la explotación de clase y contra la dominación del
imperialismo yanqui, con la lucha por sus derechos de los grupos étnico-culturales que
conforman nuestro pueblo, complementándolos de manera dialéctica y sin producir
antagonismos”
22
.

Conceptos de la lucha y de los espacios de la lucha
A la presencia del colonialismo interno en el concepto de la lucha de clases y por la
liberación nacional se añade la de los espacios de la lucha de clases y de la liberación
nacional. Si en un caso el colonialismo interno enriquece la comprensión y la acción de las
luchas de los trabajadores y de los pueblos oprimidos, en otro plantea el problema de las
diferencias y semejanzas de los campos de lucha que no sólo interesan a los trabajadores o
a los pueblos oprimidos sino a todas las fuerzas interesadas en construir un mundo
alternativo desde lo local hasta lo global, desde lo particular hasta lo universal. La
diferencia entre precisar la lucha y precisar los campos de lucha se aclara a partir de
algunos textos de Mariátegui, de Gramsci y de Henri Lefebvre.
13 Mariátegui coloca a los pueblos indios en el centro de la problemática nacional. La
originalidad de su planteamiento y la dificultad de reconocerla se percibe mejor si se coloca
el problema de las etnias entre los problemas centrales de la humanidad. La idea resulta
políticamente chocante y epistemológicamente desdeñable. Para la mayor parte de las
fuerzas dominantes en Perú y en el mundo los problemas de los indios, de las minorías, de
las etnias son problemas “particularistas”, no universales. El planteamiento de Mariátegui
poco tiene que ver con buena parte de la izquierda de ayer y de hoy para las que los indios y
las etnias sometidas “no se ven”, no existen como actores ni en la problemática de la lucha
de clases ni en la lucha nacional contra el imperialismo, ni en el proyecto de una revolución
democrática y socialista.
Mariátegui plantea, por su parte, la imposibilidad (sic) de una política en Perú en que los
principales contingentes no sean los pueblos indios. Si generalizamos su reflexión,
Mariátegui plantea en cada país o Estado-Nación pluri-étnico la imposibilidad de una
política alternativa que no tome en cuenta entre los actores centrales a sus etnias, o pueblos
oprimidos, aliados e integrados a los trabajadores y a las demás fuerzas democráticas y
socialistas. Yendo más allá de los planteamientos populistas de su tiempo y de su país,
propone una lucha nacional e iberoamericana en que lo indonacional y lo indoamericano se
inserten en la realidad mundial de la lucha de liberación y de clases.
José Carlos Mariátegui (1894-1930), fundador del Partido Socialista del Perú, que
perteneció a la Tercera Internacional, se opuso con razón al proyecto populista de
“formación de las Repúblicas independientes” con los pueblos indios. Al mismo tiempo
reconoció como actor central en la lucha nacional y de clases a los indios unidos con los
trabajadores. Y esto no fue nada más un decir, o una reflexión quijotesca y dogmática de
indianismo y obrerismo. Fue una reflexión de realismo político y revolucionario.
Mariátegui indianizó la lucha de clases; indianizó la lucha antiimperialista y planteó la
necesidad de hacer otro tanto en cualquier país o región donde hubiera poblaciones
colonizadas, etnias, pueblos oprimidos, minorías o nacionalidades en condiciones de esa
explotación, discriminación y dominación que distingue a los trabajadores de las etnias
dominantes, o “asimilados”, frente a los trabajadores de las etnias dominadas,
discriminadas, excluidas.
14 En Mariátegui los espacios sociales y las particularidades de la lucha de clases y de
liberación aparecieron en relación a un determinado país, a un determinado Estado-Nación,
sin que ese autor precisara los diferentes espacios de dominación y explotación en el país ni
las categorías colectivas distintas que podían y debían integrarse o asociarse a la clase
trabajadora y sus frentes de lucha. Gramsci y Lefebvre llenaron algunos de esos vacíos a
partir de las propias experiencias europeas. En ese mismo terreno los seguiría René Lafont.
Entre las contribuciones de Gramsci al estudio de los campos de lucha destaca sin duda
su estudio sobre las relaciones entre el Norte y el Sur de Italia. Un párrafo de sus
Cuadernos de la cárcel sintetiza en forma magistral su pensamiento. “La miseria del
Mezzogiorno fue ‘inexplicable’ históricamente para las masas populares del Norte; éstas no
comprendían que la unidad no se daba sobre una base de igualdad sino como hegemonía
del Norte sobre el Mezzogiorno, en una relación territorial de ciudad-campo, esto es en que
el Norte era concretamente una ‘sanguijuela’ que se enriquecía a costa del Sur y que su
enriquecimiento económico tenía una relación directa con el empobrecimiento de la
economía y de la agricultura meridional. El pueblo de la Alta Italia pensaba por el contrario
que las causas de la miseria del Mezzogiorno no eran externas sino sólo internas e innatas a
la población meridional, y que dada la gran riqueza natural de la región no había sino una
explicación, la incapacidad orgánica de sus habitantes, su barbarie, su inferioridad
biológica. Estas opiniones muy difundidas sobre ‘la pobreza andrajosa napolitana’ fueron
consolidadas y teorizadas por los sociólogos del positivismo que les dieron la fuerza de
‘verdad científica’ en un tiempo de superstición en la ciencia”
23
. El texto es impecable.
Permite comprender cómo en un solo país, Italia, se planteó el problema del colonialismo
interno. Pero ese problema no se piensa entre “los hombres del pueblo” ni entre los
“científicos” como colonialismo ni como interno. Con el habitual oportunismo
epistemológico en la manipulación y mutilación de categorías, “el colonialismo”, como
explicación, es sustituido por los “sociólogos”. Para ellos “la inferioridad racial” de los
italianos del Sur y la superioridad de los del Norte constituye “el factor determinante”. Lo
interno del país llamado Italia es sustituido por lo interno inferior propio del Sur y por lo
interno superior propio del Norte. Oculta las relaciones entre Norte y Sur.
15 Gramsci usa la metáfora de la sanguijuela para hablar de la explotación regional. Aborda,
como contraparte el problema de la unidad en la diversidad para la formación de un bloque
histórico que comprenda la necesidad de la unidad con respeto a las autonomías. Rechaza el
temor de los reaccionarios que en el pasado vieron en la lucha por la autonomía de Cerdeña
un peligroso camino para la mutilación de Italia y el regreso de los Borbones. Defiende las
luchas por la autonomía del pasado y el presente.
En todo caso, como ha observado con razón, Edward W. Soja, la explotación de unas
regiones por otras sólo se entiende cuando en las regiones se estudian las relaciones de
producción y de dominación con sus jerarquías y sus beneficiarios
24
. De llevarse a cabo
ese análisis aparecen, entre otros fenómenos, los del colonialismo interno tanto en la
intensificación de la dominación del capital nacional e internacional como en la ocupación
de los espacios territoriales y sociales de un país a otro o en el interior de un mismo país. La
explotación, dominación, discriminación y exclusión de los “trabajadores coloniales”, por
el capital nacional y extranjero se da en el interior de las fronteras políticas nacionales, o
fuera de ellas. Plantea diferencias económicas, políticas y jurídicas significativas entre los
trabajadores “coloniales” o inmigrantes que viniendo de las periferias a los países o
regiones centrales compiten con los trabajadores residentes vendiendo más barata su fuerza
de trabajo. Las discriminaciones y oposiciones también se dan entre los trabajadores de las
etnias dominantes y los trabajadores de las etnias dominadas. Superar esas diferencias en
frentes comunes sólo es posible cuando se reconoce la unidad de intereses y valores en
medio de la diversidad de etnias y trabajadores residentes e inmigrantes.
Henri Lefebvre y Nicos Poulantzas critican al marxismo que descuida la ocupación y la
reestructuración del espacio. Precisan el vago método del análisis concreto de las
situaciones concretas, actuales. Se refieren, aun sin decirlo así, a la necesaria consideración
de distintas situaciones tanto a lo largo de los tiempos como a lo ancho de los espacios de
dominación y apropiación.
Lefebvre hace ver que la ocupación del espacio, y la producción de espacios por el
capitalismo es lo que le permite disminuir sus contradicciones. Analiza la manipulación
física y teórica de los espacios de la clase obrera, desde Haussmann con sus “bulevares”
hasta el actual mercado mundial. Y añade: “hay un semi-colonialismo metropolitano que
subordina a sus centros los elementos campesinos y de obreros extranjeros… todos
16 sometidos a una explotación concentrada… y que mantiene la segregación racial”
25
.
Observa que “… agrupando los centros de decisión, la ciudad moderna intensifica la
explotación organizándola en toda la sociedad y no sólo en la clase obrera sino en otras
clases sociales no dominantes…”
26
(Esas “clases sociales no dominantes” son las de los
medianos y pequeños propietarios, artesanos, y “clases medias pobres”, las de los
“marginados” y excluidos, base de los “acarreados” de los frentes populistas y
socialdemócratas, hoy elementos de lucha contra el neoliberalismo y por la democracia
incluyente).
El rico significado del “colonialismo interno” como categoría que abarca toda la historia
del capitalismo hasta nuestros días y que, con ese u otro nombre, opera en las relaciones
espaciales de todo el mundo es analizado por Robert Lafont en su libro sobre La revolución
regionalista
27
. Lafont analiza el problema en la Francia de De Gaulle, pero lleva el análisis
mucho más allá de las fronteras de ese país centralizado, cuyas diferencias étnicas o
regionales son a menudo olvidadas, y de un “Estado benefactor” particularmente pujante y
avanzado. Sus reflexiones generales se ven ampliamente confirmadas en países con muchas
mayores diferencias regionales como España, Italia, Inglaterra, Yugoslavia y Rusia en la
propia Europa, no se diga ya en la inmensa mayoría de los países de la periferia mundial.
También se ven confirmadas y acentuadas en la gran mayoría de los países post-socialistas,
que vivieron bajo regímenes de socialismo de Estado. Su peso alcanza magnitudes sin
precedente con el paso del “Estado de bienestar” o del “Socialismo de Estado” al Estado
neoliberal que surgió en Chile desde el golpe de Pinochet, y que se instaló en las metrópolis
con los gobiernos de la Tatcher y de Reagan. Las políticas neoliberales adquirieron perfiles
cada vez más agresivos en el desmantelamiento del “Estado social”, y desataron “guerras
humanitarias” y “justicieras” para la apropiación de posiciones militares, de vastos
territorios y de valiosos recursos energéticos, como las que han ocurrido desde las
invasiones de Kosovo, Palestina, Afganistán, hasta las de Irak, en todas han aprovechado y
manipulado las luchas entre etnias para invadir a los Estados-Nación y someter a sus
pueblos. La declaración de una guerra permanente o “sin fin previsible” por el gobierno de
Estados Unidos abrió una nueva época del “Estado terrorista”, y una nueva época de
conquistas y colonizaciones transnacionales, internacionales e intranacionales. En todas
ellas el colonialismo interno tiende a articularse con el colonialismo internacional y con el
17 transnacional, con sus redes de poderosas empresas oligopólicas y sus empresas
paramilitares o gubernamentales
28
.
Analizando a la Francia de los años sesenta, Robert Lafont observó un aplastamiento en
curso de las estructuras regionales subsistentes. La invasión colonizadora, nacionalfrancesa o extranjera, es la conclusión lógica del subdesarrollo mantenido por la forma del
Estado y por el régimen del gran capital que actúan conjuntamente.
Lafont no se refiere sólo al colonialismo interno sino a la colonización que se halla en
proceso de aumentar en un Estado- Nación, y que está a cargo tanto del capital nacional
como del extranjero. El perfil que da del colonialismo se puede actualizar y reposicionar.
Colonialización internacional y colonización interior tienden a realizar expropiaciones y
despojos de territorios y propiedades agrarias existentes, y contribuyen a la proletarización
o empobrecimiento por depredación, desempleo, bajos salarios, de la población y de los
trabajadores de las zonas subyugadas. Al despojo de territorios se añade la creación de
territorios colonizados o de enclaves coloniales; al despojo de circuitos de distribución se
añade la articulación de los recursos con que cuentan las megaempresas y los complejos; a
la asfixia y abandono de la producción y los productos locales se agrega el impulso de los
“trusts” extranjeros unidos al gran capital privado y público nativo.
La redemarcación de territorios y regiones rompe y rehace antiguas divisiones
geográficas y crea nuevos límites y flujos. Abre al país. Mueve, por distintos lados, el
“frente de invasión”. Elimina a buena parte de los medianos y pequeños empresarios y se
ensaña con los artesanos y con las comunidades. Crea una “conciencia colonizadora” entre
las distintas clases con pérdida de identidad de los nativos. Lleva a un primer plano las
industrias extractivas frente a las industrias de transformación, y a éstas las reduce a
“maquilas” en que los trabajadores reciben bajos sueldos, realizan grandes jornadas de
trabajo, se someten a procesos de producción intensiva, todo con bajos márgenes de
seguridad y salubridad, carencia efectiva de derechos de asociación, y control represivo por
sindicatos y policías patronales.
La debilidad de los trabajadores aumenta en tanto las unidades de producción situadas
en un mismo lugar elaboran “partes” de aparatos, máquinas y productos que se producen y
ensamblan en lugares distintos y distantes, y en tanto las instalaciones pueden ser
fácilmente desmontadas y removidas por los gerentes y propietarios. Así “se crean regiones
18 enteras que dependen de una sola compañía y que están sometidas a sus objetivos” y a su
dominación, no sólo corporativa, económica, para-policial, sino psicológica, cultural,
social, política, judicial… Las compañías dominan fábricas y dominan regiones. Esa
dominación es muy difícil de romper, pero de ocurrir un rompimiento, las compañías tienen
muchos recursos, incluidos los de la represión, de preferencia selectiva, con operaciones
encubiertas o con acciones legitimadas por un Estado privatizado. En todo caso, la
alternativa de “sumisión con expoliación o de desempleo con exclusión” se plantea como
“la opción racional” a los trabajadores y a sus familias.
Por otra parte, las conexiones y circuitos de distribución se hacen directamente de unas
empresas a otras o en una misma megaempresa con sus sucursales y sus proveedores, sin
que los flujos de importación-exportación-realización sean contabilizables a nivel
internacional o nacional, y sin que puedan darse interferencias fiscales o laborales. Los
circuitos internos de las compañías se benefician de la compra a los proveedores locales,
con precios castigados, que en el caso de las regiones periféricas están muy por debajo del
valor que alcanzan los mismos bienes y servicios en el mercado formal nacional o
internacional.
Las compañías son enclaves territoriales y llegan a privatizar de tal modo el poder en
regiones y países enteros que desaparece el monopolio de la violencia legal del Estado
cuando así conviene a los intereses de las compañías o de los funcionarios estatales
asociados y subordinados. En caso de conflicto con el gobierno local o con los trabajadores
y los movimientos sociales y políticos, las “compañías invasoras” recurren al estado
provincial, o al nacional, y si éstos no atienden sus intereses y demandas, se amparan en las
“potencias invasoras”. La lógica de que “lo que le conviene a las compañías le conviene a
la nación y al mundo” (“What is good for General Motors is good for the World”) se
impone de arriba a abajo entre funcionarios, directivos, gerentes y empleados de confianza,
o que aspiran a serlo. Corresponde al sentido común de una colonización internacional que
se combina con la colonización interna y con la transnacional. En ella dominan las
megaempresas y los complejos empresariales-militares. Todos actúan en forma “realista” y
pragmática sobre las bases anteriores y se ilusionan o engañan pensando que la única
democracia viable y defendible es la de los empresarios, para los empresarios y con los
empresarios, como dijo el presidente de México Vicente Fox.
19 Lafont habla de “la Francia de las relaciones humanas concretas”. Su contribución al
estudio analítico de lo concreto no sólo permite ver las diferencias entre el país formal y el
país real, sino entre sus equivalentes mundiales y locales. Permite también ver lo concreto
en relación a distintos tipos de organizaciones como los gobiernos y las compañías, y lo
concreto de categorías como las clases, las potencias, las naciones inviables y los complejos
con sus redes y jerarquías. El suyo es un análisis particularmente útil para determinar las
causas o el origen de los problemas en distintas etapas, regiones, estructuras y
organizaciones. También lo es para plantear las alternativas, las alianzas, los frentes, los
bloques y sus articulaciones en movimientos, organizaciones, redes y partidos o sus
combinaciones y exclusiones en contingentes de resistencia y liberación en la lucha actual
contra el sistema de dominación, acumulación, explotación, exclusión, opresión y
mediación internacional, intranacional y trasnacional.
Lafont plantea los problemas de la “revolución regionalista” advirtiendo que las
regiones —como el tiempo histórico y el capitalismo— tienen un punto de ruptura. Él
mismo esboza un proyecto de poder regional y de luchas democráticas y revolucionarias
con autonomías. Propone que los sindicatos y otras organizaciones construyan una
ciudadanía completa que incluya un humanismo regional en un mundo de pueblos.

Colonialismo inter, intra y transnacional
Con el triunfo mundial del capitalismo sobre los proyectos comunistas, socialdemócratas y
de liberación nacional, la política globalizadora y neoliberal de las grandes empresas y los
grandes complejos político-militares tiende a una integración de la colonización inter,
intra y transnacional. Esa combinación le permite aumentar su dominación mundial de los
mercados y los trabajadores, así como controlar en su favor los procesos de distribución del
excedente en el interior de cada país, en las relaciones de un país con otro, y en los flujos de
las grandes empresas trasnacionales.
La política globalizadora y neoliberal redefine las empresas y los países con sus redes
internacionales, intranacionales y transnacionales. El mundo no puede ser analizado si se
piensa que una categoría excluye a las otras. En cuanto a las relaciones de dominación y
explotación regional, las redes articulan los distintos tipos de comercio inequitativo y de
colonialismo, así como los distintos tipos de explotación de los trabajadores, o las distintas
20 políticas de participación y exclusión, de distribución y estratificación por sectores,
empleos, regiones.
Las categorías de la acumulación se han redefinido históricamente. Procesos iterativos
ampliados se consolidan con políticas macro de las fuerzas dominantes. Éstas impulsan las
tendencias favorables al sistema. Frenan o desarticulan las tendencias que les son
desfavorables. Aunque ese proceder esté lejos de acabar con las contradicciones del
sistema, e incluso en plazos relativamente cortos lo coloque en el orden de los “sistemas en
extinción”, durante la etapa actual, cuya duración es difícil calcular, le da una fortaleza
innegable.
La fortaleza del sistema dominante proviene de la desarticulación de categorías sociales
como “la clase obrera”, el “Estado-Nación”, el “Estado Benefactor”, el “Estado
Independiente” surgido de condiciones coloniales y que se vuelve o resulta ser dependiente,
el “Estado socialista” o “Nacionalista”, surgido de los movimientos revolucionarios y de
liberación nacional que se vuelve o resulta ser capitalista y neoliberal y que hasta se
inscribe en los países endeudados sujetos a las políticas del Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional, y la Tesorería del Gobierno de Estados Unidos.
La fortaleza de los centros de poder mundial y de los antiguos países imperialistas
también proviene de la estructuración y reestructuración de mediaciones en los sistemas
sociales con refuncionalizaciones “naturales” e inducidas de las clases, capas y sectores
medios y de políticas de distribución que incluyen desde “estímulos” especiales al gran
capital y sus asociados hasta políticas de marginación, exclusión y eliminación de las
poblaciones más discriminadas y desfavorecidas, todo combinado con políticas de premios
y castigos que en los Estados Benefactores corresponden a derechos sociales, y en los
neoliberales a donativos focalizados y acciones humanitarias.
La fortaleza de los centros de poder del capitalismo mundial también se basa en la
articulación y combinación de sus propias fuerzas desde los complejos militaresempresariales y científicos, pasando por sus redes financieras, tecnológicas y comerciales,
hasta la organización de complejos empresariales de las llamadas compañías trasnacionales
y multinacionales que controlan desde sus propios bancos pasando por sus medios de
publicidad hasta sus mercados de servicios, mercancías, territorios y “conciencias”.
21 Para la maximización del dominio y de las utilidades, la articulación de los complejos
militares-empresariales y políticos es fundamental. Todos ellos trabajan en forma de
sistema autorregulado, adaptativo y complejo que tiende a dominar al sistema-mundo sin
dominar las inmensas contradicciones que genera. Dentro de sus políticas caben los
distintos tipos de colonialismo organizado que se combinan, complementan y articulan en
proyectos asociados para la maximización de utilidades y del poder de las empresas y de
los Estados que las apoyan.
En esas condiciones, fenómenos como el colonialismo operan en sus formas
internacionales clásicas; en las intra-nacionales que aparecen con el surgimiento de los
Estados Nación que han hecho objeto de conquista a pueblos vecinos —como Inglaterra
hizo con Irlanda, o como España hizo con el País Vasco—, o que viniendo de una historia
colonial tras las guerras de Independencia mantienen con las antiguas poblaciones nativas
las mismas o parecidas relaciones de explotación de los antiguos colonizadores. Y a ellas se
añaden hoy las empresas transnacionales y las regiones transnacionales controladas por la
nueva organización expansiva del complejo militar-empresarial de Estados Unidos y
asociados internos y externos. La estrecha articulación de esas fuerzas es percibida cada vez
más por las etnias, nacionalidades o pueblos que se enfrentan a las oligarquías y burguesías
locales, nacionales, internacionales y a las empresas transnacionales.
Los movimientos alternativos, sistémicos y antisistémicos, no pueden ignorar los
grandes cambios que han ocurrido en las categorías sociales del sistema de acumulación y
dominación capitalista, hoy hegemónico a nivel mundial. Y si el reconocimiento de esos
cambios se presta a formulaciones que dan por muertas categorías anteriores como el
imperialismo, el Estado-Nación, o la lucha de clases, lo cual es completamente falso, y más
bien corresponde a las “operaciones encubiertas” de las ciencias sociales y al uso de
lenguajes “políticamente correctos” de quienes dicen representar a una “izquierda
moderna”, sistémica o antisistémica, el problema real consiste en ver cómo se reestructuran
las categorías de la acumulación y dominación, y en qué forma aparecen sus redefiniciones
actuales y conceptuales en los nuevos procesos históricos y en los distintos espacios
sociales.
En medio de los grandes cambios ocurridos desde el triunfo global del capitalismo, el
colonialismo interno, o intracolonialismo, y su relación con el colonialismo internacional,
22 formal e informal, y con el trasnacional, es una categoría compleja que se reestructura en
sus relaciones con las demás, y que reclama ser considerada en cualquier análisis crítico del
mundo que se inicie desde lo local o lo global.
Si los fenómenos de colonización externa en los inicios del capitalismo fueron el origen
del imaginario eurocentrista y anti-imperialista que no dio el peso que tenía al colonialismo
en el interior de los Estados-Nación estructurados como reinos, repúblicas o imperios, hoy
resultaría del todo falso un análisis crítico y alternativo de la situación mundial o nacional
que no incluya al colonialismo interno articulado al internacional y al transnacional.
A la necesidad de reconocer la enorme importancia de las luchas de los ciudadanos
contra el Estado tributario que hacía de ellos meros “sujetos”, o a la necesidad de incluir las
luchas de los trabajadores contra los sistemas de explotación y dominación del capital, o las
de los pueblos colonizados y oprimidos que luchan por la independencia soberana del
Estado-Nación frente al imperialismo y el colonialismo internacional, se añade la creciente
lucha de los pueblos que dentro de un Estado-Nación, se enfrentan a los tres tipos de
colonialismo, el internacional, el intranacional y el transnacional.
Las nuevas luchas que libran los pueblos rebeldes o en resistencia contribuyen a
esclarecer la complejidad o interdefinición que han alcanzado las categorías del capitalismo
y hacen acto de presencia en todas ellas. También registran las amargas experiencias de
mediación, cooptación y corrupción que las distintas revoluciones sufrieron con la
integración de los movimientos revolucionarios y reformistas a los sistemas políticos del
Estado, fuera éste liberal, socialdemócrata, nacionalista, socialista o comunista.
Las nuevas fuerzas emergentes, también llevan a replantear la democracia, la liberación
y el socialismo dando un nuevo peso a la lógica de la sociedad civil frente a la del Estado, a
los valores ético-políticos de las comunidades y las organizaciones autónomas de la
resistencia o de la alternativa, frente a un capitalismo que ha “colonizado el conjunto de la
vida cotidiana”.
En los planteamientos emergentes se pone el acento en la formulación moral y política
del respeto a uno mismo, a la propia dignidad y autonomía de la persona y también de la
colectividad a que se pertenece a fin de construir un poder alternativo indoblegable que
basado en las unidades autónomas y sus redes, redescubra, por sus recuerdos y
experiencias, la lucha encubierta de clases, hoy convertida en guerra por “los ricos y los
23 poderosos”, y que los ciudadanos, los pueblos y los trabajadores descubren o redescubren
por experiencias propias conforme las crisis se agudizan y los movimientos alternativos se
fortalecen.
La presencia del nuevo colonialismo internacional, interno y transnacional, encontró una
importante confirmación en el terreno militar desde que a la guerra internacional se añadió
la “guerra interna” hasta convertirse en el objetivo central teórico-práctico de las fuerzas
político-militares hegemónicas. La “guerra interna” fue considerada desde los años sesenta
por los complejos militares-empresariales de las grandes potencias como la forma principal
de la guerra mundial. El cambio implicó una importante innovación en las artes y las tecnociencias militares al articular los ejércitos de ocupación nacionales, con los multinacionales
y trasnacionales. El cambio se dio en las guerras abiertas y encubiertas, y en las fuerzas
convencionales y no convencionales, militares y paramilitares. En todos los tipos de guerras
y de guerreros, de soldados y de agentes se articuló lo nacional, lo internacional o
multinacional y lo transnacional. Los pueblos oprimidos por un colonialismo descubrieron
todos los colonialismos. Su dura vivencia fue parte de su inmensa capacidad teórica, de un
sentido y una práctica muy lejanos a la “sociedad tradicional”.
La guerra interna apareció originalmente asociada a la guerra contrainsurgente del
llamado Tercer Mundo; pero de hecho quedó incluida en la nueva teoría de la “guerra de
variada intensidad” que hoy se libra en el mundo entero, con previsiones de inclusión de la
misma en los países metropolitanos, hecho contemplado desde los años sesentas y que se
puso en marcha desde el 11 de septiembre del 200l.
La “guerra interna” no sólo mostró su carácter internacional, intranacional y trasnacional
como guerra contrainsurgente sino como nueva guerra de conquista que combina la
ocupación violenta y pacífica de los territorios de la periferia con las nuevas guerras de
conquista contra los Estados-Nación del ex Tercer Mundo y sus distintas etnias.
La “guerra interna” como guerra muestra que la mayoría de los Estados–Nación y sus
clases dominantes juegan predominantemente como cómplices o asociados en las acciones
contra los pueblos, sin que por ello dejen de existir enfrentamientos entre los EstadosNación de las grandes potencias.
Las etnias ven la unidad de sus opresores en la preparación de los ejércitos nacionales
que van a las escuelas metropolitanas, que reciben el entrenamiento de sus expertos para
24 usar las armas que esos países les venden a los ricos y poderosos del propio país o
provincia donde viven. Descubren cómo esa unidad se extiende a los paramilitares nativos
que reciben entrenamiento y armamento de caciques, gobiernos nacionales y extranjeros,
hasta formar verdaderos complejos transnacionales, con sus jerarquías y autonomías
relativas, convencionales y no convencionales.
Con las guerras internas y las de baja intensidad los pueblos adquieren una conciencia
creciente del carácter internacional de sus luchas, y aunque ven la conveniencia de apoyarse
en los Estados que simpatizan con ellas, sus referentes principales se hallan en la sociedad
civil de los pobres y empobrecidos, de los marginados y los excluidos en sus movimientos
y organizaciones.
Durante la nueva etapa de la conquista del mundo, cada vez más abierta y sin freno, en
que el complejo militar de Estados Unidos, sus asociados y subordinados muestran
disponer de una inmensa fuerza para destruir, intimidar, disciplinar y comprometer a casi
todos los gobiernos del mundo, y para dividir y enfrentar a los pueblos, ya no sólo cobran
especial relieve las luchas y guerras entre etnias que desde Kosovo hasta Irak se vuelven
instrumentos del imperialismo, sino los nuevos movimientos sociales por un mundo
alternativo que profundizan sus luchas contra el imperialismo, el neoliberalismo, el
capitalismo y contra las más distintas formas de opresión laica o religiosa, que impiden
alcanzar ciertos valores universales de democracia, justicia y libertad.
Esos movimientos de nacionalidades, pueblos y etnias constituyen la avanzada del
movimiento histórico mundial desde el fin del Estado Benefactor, Socialista o Populista, y
manifiestan en sus llamados y comunicados un nivel de conciencia sin precedente que no
sólo obedece a la lectura que han hecho de las rebeliones de fin de siglo, ni a la
reformulación de los legados de experiencias anteriores, sino a una contradicción necesaria
de los Estados socialdemócratas, populistas o desarrollistas y del socialismo de Estado. En
muchos de los países periféricos, durante los gobiernos populistas o socialistas, se dio una
política educativa que incluyó entre sus beneficiarios a muchos jóvenes de las
nacionalidades y minorías étnicas
29
. Ligados a sus pueblos originales, buen número de
jóvenes de las etnias o nacionalidades fueron capaces de captar lo universal concreto en sus
variedades, en sus especificidades y en sus novedades históricas. Descubrieron el nuevo
mundo sin encubrir el pasado. Descubrieron el mundo actual y las líneas de un mundo
25 alternativo emergente y a construir. El cambio ocurrió en las regiones periféricas y
centrales. Se dio entre los pobladores urbanos marginados, entre los movimientos de
jóvenes, mujeres, homosexuales, desempleados, endeudados, excluidos, y en algunos de los
viejos movimientos de campesinos y trabajadores o de revolucionarios y reformistas, pero
entre todos ellos destacaron los movimientos de las etnias, de los pueblos indios que
captaron la vieja y nueva dialéctica del mundo desde las formas de opresión, discriminación
y explotación local, hasta las trasnacionales, pasando por las nacionales e internacionales.
La lucha por la autonomía de los pueblos, de las nacionalidades o las etnias no sólo unió
a las víctimas del colonialismo interno, internacional y transnacional sino que se topó con
los intereses de una misma clase dominante, depredadora y explotadora, que opera con sus
complejos y articulaciones empresariales, militares, paramilitares y de civiles éstos
organizados como sus clientelas y allegados en un paternalismo actualizado y un populismo
focalizado.
En sus formas más avanzadas lo nuevos movimientos plantean una alternativa distinta a
la estatista revolucionaria o a la reformista, y también a la anarquista y libertaria. Ni luchan
por reformar al Estado, ni luchan por tomar el poder del Estado en una guerra de posiciones
y movimientos, ni luchan por crear aldeas o regiones aisladas dirigidas por sus
comunidades al estilo de aquellos anarquistas del Perú o de Cataluña que declararon que en
su pueblo había desaparecido el Estado, y más pronto que tarde el Estado acabó con ellos.
En los nuevos movimientos el planteamiento de los zapatistas está combinando las
antiguas formas de resistencia de las comunidades con su articulación a manera de redes
muy variadas. Las redes no sólo incluyen a distintos pueblos indios que antes se
enfrentaban entre sí y que ahora actúan conjuntamente para resistir y gobernar, sino a
muchas minorías, etnias o pueblos de las mismas provincias o países, y de regiones como
Mesoamérica o Indoamérica, y hasta otras mayores y más lejanas con las que al menos
entran en comunicación por vía electrónica. Las redes también incluyen a los campesinos
que no se identifican por una cultura o lengua distinta de la nacional. Incluyen a los
trabajadores, a los estudiantes, a los intelectuales, a las poblaciones marginales urbanas y a
otros llamados nuevos movimientos como los de género, los ecologistas, los de deudores y
jubilados, y en general los de los empobrecidos, marginados, excluidos, desempleados,
desplazados, y amenazados de extinción.
26 La formación de redes y organizaciones autónomas plantea una nueva alternativa de
lucha con crecientes capacidades de enfrentar al sistema dominante en tanto articule y
reestructure a fuerzas heterogéneas que no sólo den un valor primordial a la autonomía
necesaria sino a la dignidad, irrenunciable, de personas y colectivos.
Esos planteamientos no sólo incluyen un nuevo uso de los medios electrónicos y de
masas, sino comunicaciones también presenciales. A través de unos y otras la lectura y el
diálogo colectivos combinan los espacios de reflexión, creación y actuación de pequeños
grupos con los actos de masas con discursos dialogales. Además, trasmiten el proyecto en
distintas formas de razonar, sentir y expresarse, esto es, en una mezcla de géneros literarios
y de artes pedagógicas y retóricas que no permite separar los discursos histórico-políticos
de los filosófico-científicos unidos, sin perder mucho de lo que se está viviendo y creando.
El conjunto de un fenómeno de diálogo integral, o de pensar-sentir-hacer, que desde
siempre ha existido, adquiere un relieve especial como si sus articulaciones fueran en gran
medida intuidas y deliberadas. La comunicación interactiva e intercultural se vuelve posible
por un respeto al diálogo de las creencias, de las ideologías, y de las filosofías ligado a la
descolonización de la vida cotidiana y de los “momentos estelares” de la comunidad
creciente, esbozo de una humanidad organizada. La búsqueda de lo universal en lo
particular, de la unidad en la diversidad, recoge y combina las experiencias revolucionarias,
reformistas y liberadoras o libertarias anteriores, mientras enlaza viejas y nuevas utopías,
más asequibles a una práctica alternativa, y más dispuestas a comprender sus propias
contradicciones y algunas formas de superarlas.
Entre los zapatistas, el proyecto de redes como proyecto de gobierno que articula
autonomías, se ha materializado con la transformación reciente de zonas de solidaridad en
“municipios autónomos en rebeldía”, que no sólo se articulan entre sí sino con el exterior,
con la nación, y un poco, por ahora, con el mundo
30
. El centro del proyecto radica en
construir las autonomías de la alternativa desde las bases, y en articular comunidades y
colectividades autónomas decididas a resistir las políticas neoliberales que combinan
represión, cooptación y corrupción para la intimidación y la sujeción.
Los nuevos movimientos y muchos de los pobladores que son sus bases de apoyo saben
que el control del Estado llega a los partidos políticos y a los medios de comunicación, de
alimentación, de salud, de educación, de intimidación, de persuasión, e implica una lucha
27 por la alternativa que se planteé el problema de la moral colectiva como una de las fuerzas
más importantes para la resistencia pacífica de los pueblos, una resistencia armada de valor
e inteligencia, más que de fusiles, y dispuesta a negociar sin claudicar, construyendo
fuerzas de tal modo articuladas y autónomas que impongan una política de transición hacia
un mundo capaz de sobrevivir y de vivir.
En ese terreno los nuevos movimientos, se reencuentran con el único de los anteriores,
el del “26 de Julio”, que ha logrado subsistir no sólo frente a la ofensiva que el capital
neoliberal y oligopólico ha desatado en los últimos veinte años sino frente al asedio y
bloqueo que el gobierno de Estados Unidos le impuso desde hace medio siglo.
Aislar categorías como el colonialismo interno de otras como la lucha por las
autonomías y la dignidad de los pueblos y las personas es un acto de inconciencia
intelectual tan grave como aislar la sobrevivencia de Cuba y los inmensos logros sociales y
culturales logrados por su pueblo-gobierno, de la fuerza moral que le legó Martí, a quien
con razón se llama el autor intelectual de la revolución cubana. Los aislamientos de
categorías pueden ser la mejor forma de no definir las categorías. Son la mejor forma de no
entender las definiciones históricas de la clase trabajadora y de la lucha de clases
cuidadosamente encubiertas o mediatizadas por las estructuras actuales y mentales del
capitalismo realmente existente.

Notas:
1. Vid. Carlos Marx, “Discours sur le libre-échange, en Oeuvres, Paris, La Pléyade, 1963,
T.1, p. l55.
2. Pablo González Casanova, “Las Causas de la rebelión en Chiapas” en Política y
sociedad, núm. 17, septiembre-diciembre 1994, Madrid, pp. 83-94; en Identities. Global
Studies in Culture and Power, vol. 3, 1-2, pp. 269-290. Alternatives Sud, vol. III, 1996, pp.
37-63. Del mismo autor “Los zapatistas del siglo XXI” en Observatorio social de América
Latina, Publicación de CLACSO, pp. 5-8. Neil Harvey, La lucha por la tierra y la
democracia. México, Era, 2000. Jérome Baschet, L’étincelle Zapatiste. Insurrection indienne et résistance planetaire. Paris, Noël, 2002.
3. Lenin, Obras Completas, T. XXXVI, p. 360 y T. XXXIII, pp. 294-97
28 4. Cit. Por René Gallissot, “L’impérialismo e la questione coloniale et nazionale dei popoli
oppressi” en Storia del marxismo, Torino, Einaudi, 1981, T. III, 2ª. Parte, p. 843.
5. Stuart Shram, et Hélène Carrère d’Encausse, Le marxisme et l’Asie 1853-1954, Paris,
Armand Colin, 1965.
6. Gallisot, op cit. p. 850.
7. Milos Hájek, “La questione nazionale in Europa” en Storia del marxismo, Torino
Einaudi, 1980, vol. III, pp. 483-486.
8. Olga Vorkunova, “Management of national and ethnic conflicts in the Soviet Union”,
IPRA Conference, Groningen, Netherland, 3-7 July, 1990 (Mimeo). Ustinova, M. “Causes
of the Interethnic Conflicts in the Baltic Regions”, 1990, (Mimeo).
9. Vid. Marc Ferro y Marie-Helène Mandrillon, L’Etat de Toutes les Russies. Les états et
les Nations de l’exURSS, Paris, La Découverte 1993, en especial pp. 167-169; 179-180.
10. Franz Fanon, Les damnés de la Terre, Paris, Maspero, 1961, 111s.
11. Pablo González Casanova, La Democracia en México, Ediciones ERA, México, 1965.
Edición en francés, 1969; en portugués, 1967; en inglés, 1970; en japonés, 1982. Del
mismo autor: “Sociedad plural, colonialismo interno y desarrollo” en América Latina,
revista del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales, año VI, núm. 3, julio-septiembre
de 1963. Traducción al inglés “Internal Colonialism and National Development”, en
Studies in Comparative International Development, Vol. I, Washington University, 1965.
Pablo González Casanova, Sociología de la explotación, Siglo XXI Editores, 1a. edición,
México, 1969. 11a. edición, 1987.
12. C. Wright Mills, “The Problem of Industrial Development” in Irving L. Horowitz. Ed.
Power, Politics and People, New York, Oxford, 1963, p. 154.
13. Rodolfo Stavenhagen, “Clases, colonialismo y aculturación. Ensayo sobre un sistema
de relaciones interétnicas en Mesoamérica”, en América Latina, revista del Centro
Latinoamericano de Investigaciones en Ciencias Sociales, año VI, núm. 4, octubrediciembre, 1963, Brasil, pp. 63-104.
14. Pablo González Casanova, “La formación de conceptos en los pueblos indios”, en El
concepto de heurística en las Ciencias y las Humanidades, Ambrosio Velasco (coord.),
México, Siglo XXI, 2000, pp. 201-221.
29 15. South African Communist Party, The Road to South African Freedom, Moscow, Nanka
Publishing House, 1970
16. Roger J Southhall, “South Africa’s Transkei. The Political Economy of an Independent
Batustan”, New York, Monthly Review, 1983.
17. Dan O’Meara, “The 1946 African mine Workers Strike and the Political Economy of
South Africa”, Journal of Common Wealth and Comparative Politics, 13, 2 (July 1975), p.
147 (cit. 5).
18. Frederick Johnstone, “White Prosperity and White Supremacy in South Africa Today”,
African Affairs, 69, 275 (Apr. 1970), p. 136 (cit. 5).
19. Héctor Díaz Polanco, Etnia, nación y política, México, Juan Pablos Editor, 1987, pp.
95-116.
20. Héctor Díaz Polanco y Gilberto López y Rivas, Nicaragua: autonomía y revolución,
Juan Pablos Editor, 1986.
21. Alberto Saladino García, Indigenismo y marxismo en América Latina, México,
Universidad Autónoma del Estado de México, 1983, p. 35.
22. “Los pueblos indígenas y la revolución guatemalteca”, Guatemala, mimeo, 1982.
23. Antonio Gramsci, Quaderni del Carcere, Edizione Valentino Gerratana, Torino,
Einaudi, 1977, III, 2002l.
24. Edward W. Soja, Postmodern Geographies. The Reassertion of Space in Critical Social
Theory, London, Verso, 1995, pp. 117 y 184.
25. Henri Lefèbvre, Le droit a la ville suivi de Espace et politique, Paris, Anthropos, l972,
p. 65 (la edición 1968).
26. Op. cit. p. 200.
27. Vid. Robert Lafont, La revolución regionalista. Barcelona, Ariel, 1971 (edición
original, Gallimard, 1967).
28. Vid. James Larry, “Mercenaries, Private Armies and Security Companies in
Contemporary Policy”, International Politics 37, núm. 4 (2000), 433-455. El autor estudió
cómo “compañías privadas militares” entrenan a “compañías de seguridad de paramilitares”
que renuevan las relaciones del colonialismo interno.
29. Cf. Rodolfo Stavenhaguen, Conflictos étnicos y estado nacional, México, Siglo XXI,
l996, en especial pp. 105-ll4.
30 31
30. Pablo González Casanova, “Los caracoles zapatistas. Redes de resistencia y
autonomía”, 2003, en prens

Soviets


Este gobierno es antiobrero y quiere implantar los soviets. Sus integrantes son crueles, despiadados y vengativos. Los niveles de corrupción son alarmantes. En tren de perseguir inocentes pueden inventar que los hijos de sus enemigos fueron apropiados durante la dictadura militar. Aplican caza de brujas contra los disidentes y en sus medios adictos ejercen una censura estricta. Ninguno de sus miembros respira si antes no le dan la orden. CFK actúa como si únicamente su dolor personal mereciera respeto y se burla a sabiendas de un padre que acaba de perder a un hijo.

Semejante descripción no fue realizada por el ABC de Madrid, ni por Ricardo López Murphy. No le corresponde a Joaquín Morales Solá, ni –mucho menos– a Osvaldo Pepe.

El autor es nada menos que Hugo Moyano.

Si el jefe de la CGT tiene o no razón en esta caracterización es algo que está por verse, o será materia de discusión por los siglos de los siglos. De lo que no cabe duda es de que, para un sector del mundo oficialista, tiene legitimidad, o la ha tenido hasta hace muy poco. Apenas meses atrás, los defensores del Gobierno sostenían que Moyano podía tener defectos pero que, dentro de las posibilidades que ofrecía el sindicalismo, era el líder más capaz para organizar a los trabajadores y representarlos en la defensa genuina de sus derechos. Durante años, con ese argumento, prefirieron disimular algunos de sus detalles más conflictivos, como el episodio de “Madonna” Quiroz en San Vicente, el ajuste de cuentas del sindicato de camioneros de Santa Fe que terminó con el asesinato de Abel Beroiz, las denuncias de la ex ministra de este gobierno Graciela Ocaña, entre otros detalles. En el momento en que se produjo el asesinato de Mariano Ferreyra, muchos de sus defensores salieron a aclarar que “Moyano no es Pedraza”.

Pues bien: resulta entonces que este hombre al que tanto han defendido, ahora se despacha de esta manera.

No es algo que se pueda pasar sin más ni más. O Moyano no era un genuino defensor de los intereses de los trabajadores, sino apenas un burócrata desesperado por la plata y el poder, y entonces en todo este tiempo los forjadores del relato K mintieron, o les mintieron, o se mintieron (y si mintieron o se mintieron o les mintieron sobre este punto, ¿sobre qué otros mienten o se mienten?). O Moyano es ese que nos decían que era, y entonces sus definiciones acerca del perfil del Gobierno deben ser tenidas en cuenta, ya que vienen del líder más genuino que pueden tener los trabajadores. Que haya opositores al Gobierno para los cuales Moyano haya pasado de demonio a santo, si es que esto ocurre, no soluciona el problema: apenas refleja que el indómito Moyano no sólo desconcierta a los K.

Pero existe una tercera opción: que las caracterizaciones que algunas personas hacen de la realidad que los rodea no tengan que ver con ningún hecho objetivo sino, simplemente, con la manera en que personajes y situaciones son caracterizados por Cristina Fernández de Kirchner. En este caso, el razonamiento sería algo así: Moyano es el genuino representante de los trabajadores si apoya al modelo que defiende a los trabajadores, y la que decide cuál es la manera de apoyar al modelo es Cristina, porque es la Jefa y nadie entiende el modelo como ella. En este contexto, no importa si Moyano, o Cobos, o Eskenazi, o Bergoglio, o Magnetto, o Schoklender, o Alberto Fernández son ignorantes, sabios, chorros, generoso o estafadores. Lo que importa es la relación de cada uno con la Jefa.

Moyano es un líder sindical admirable si está bien con el Gobierno y un traidor si está mal. Porque sólo sirve lo que acumula para el modelo. Y el modelo no es un puñado de principios y políticas sino lo que, a cada momento, según venga en gana, dictamina la jefatura del modelo, que es la que mejor lo interpreta. Y no sólo Moyano: todo funciona de esta manera. Nadie es “per se” nada: cada uno es quien la Jefa dice que es. Y así se salda la contradicción, muy fácilmente. Hemos visto en estos tiempos admiradores de Sergio Schoklender que le saltaron a la yugular apenas fue excomulgado por la Casa Rosada, y veremos en los tiempos que vienen a personas nobles que han sido deslumbradas por Amado Boudou, despotricando contra él como si nada.

El bien y el mal, lo decide Ella.

Qué pensar sobre la tragedia de Once, sobre la importación de energía, sobre las declaraciones juradas, o sobre el caso Boudou, surge de su clarividencia.

Quién es nazi y antisemita, nos lo enseña Ella.

Y la bondad o maldad de Moyano, también.

Es una suerte tener una Jefa, porque eso ordena todo. No es necesario esforzarse demasiado. Uno mira el horizonte, ve dónde se para Ella, y entonces sabe para dónde marchar. Hacia la derecha, hacia la izquierda, al este o al oeste, siempre está bien, porque lo que decide la naturaleza de las cosas no es un hecho objetivo sino la persona que marca el rumbo la cual, en esencia, siempre es buena y sabia. Por eso, Moyano puede pasar de ser un líder sindical ejemplar a una porquería en cuestión de semanas, y viceversa, y a algunas personas eso no les hace ruido.

La relación con el Jefe siempre es sencilla. Si él va en la dirección esperada, entonces confirma que es bueno, único, admirable. Si va en la dirección contraria, seguro que es una movida táctica genial.
Si se descubre corrupción junto a él, seguro que es mentira. Y si es verdad, está claro que él es víctima de personajes inescrupulosos contra los que, a su debido tiempo, sabrá combatir. Siempre, el Jefe tiene razón. Muchos vivillos se refugian en estas ideas. El problema, a largo plazo, o quizás a corto, es de los que creen en serio en estas cosas.

No es nuevo que esto ocurra en la historia política argentina y mundial. En todos los tiempos, en todos los países, ha habido movimientos políticos cuya esencia básica era esa: seguir a un líder. Del talento de este dependía que sus seguidores se creyeran que a cada paso cada decisión era buena, y que la única política válida para los disidentes era el desprecio y la marginación. Esas historias no suelen terminar bien, pero eso no quiere decir que, como se ve, no se repitan una y otra vez.

Y el día que saltan el cerco, las personas alineadas de repente descubren todo un mundo. Eso le pasó, por ejemplo, a Julio Piumato, uno de los alter ego de Moyano, cuando reveló que existe censura en la televisión pública. Era raro escucharlo. En estos últimos años, periodistas y dirigentes políticos fueron no sólo censurados sino agredidos desde esas pantallas, una y otra vez. Las listas de personajes que no se pueden entrevistar allí es eterna: Rubén Sobrero y ninguno de los delegados del Sarmiento, Jorge Lanata, Alberto Fernández, Julio Cobos, Félix Díaz, los familiares de Once, Julio César Strassera, las víctimas del Indoamericano, Hermenegildo Sábat, Victoria Donda, Victoria Moyano, Elisa Carrió, Hermes Binner, Felipe Solá, Claudio Lozano, Humberto Tumini, Rubén Carballo. Son cientos y cientos de personas que, para la televisión pública y también el canal Encuentro, directamente no existen.

Le pregunté a Piumato si no había percibido esto mientras estaba cerca del Gobierno:

–Es que cuando a uno le toca, lo ve más claro –dijo.

Una buena advertencia para aquellos a los que (aún) no les tocó.

Por lo pronto, lo de los soviets, quiero aclarar, me parece tan disparatado como aquel título de La Nación sobre el “marxista” Kicillof. Sólo que esta vez la astilla vino del mismo palo. Del lado de los buenos y no de los malos.

Era así, ¿no? Había buenos y malos, ¿no?

El FBI se declara incapaz de hacer frente a los hackers


“No estamos ganando”. Así de lapidaria es la conclusión a la que llega Shawn Henry, la máxima autoridad del FBI en sus reflexiones sobre la lucha contra el ciberdelito.“Los ciberdelincuentes simplemente son demasiado talentosos y las medidas defensivas demasiados débiles para frenarles”, explica. Y en cuanto se atrapa a uno, rápidamente otro le sustituye.

Henry se expresaba así en una entrevista al Wall Street Journal, en el que el conocido como “cíber zar” parece tirar la toalla en la lucha contra las organizaciones criminales de Internet. No sabemos si es por resignación, pero después de dos décadas en el FBI Henry está a punto de abandonarlo para dirigir la seguridad de una compañía privada.

“No sé cómo saldremos de esta sin cambios en la tecnología o en el comportamiento, porque con el status quo actual es un modelo insostenible”, declaró Henry al WSJ. “Insostenible en el sentido de que nunca vas por delante, nunca estás seguro, nunca tienes expectativas razonables sobre privacidad o seguridad”. Pues vaya panorama.

Lo peor es que, si ya es grave que el FBI opine de esta forma, parece que no son los únicos. Esta semana otro pez gordo de la seguridad en los EEUU, el director de la Agencia Nacional de Seguridad, afirmaba ante una comisión del Senado que China está robando una gran cantidad de propiedad intelectual de los EEUU, y que éstos no pueden hacer nada por impedirlo.

Fuente: Analítica

El sujeto de la orientacion vocacional a fines del milenio


A modo de presentación … 
Es en las últimas décadas del siglo XX cuando se producen y aceleran a escala mundial, una serie de cambios en los procesos productivos, en las tecnologías y en las formas de organización, que constituyen una verdadera mutación de los entornos educativos.

No solo hablamos de mutaciones y cambios, sino de transformaciones esenciales que penetran en todos los dominios de la actividad humana.

Las innovaciones tecnológicas, las nuevas formas de producir y utilizar conocimiento, la anticipación de nuevos paradigmas que modifican el contexto educativo, la apertura hacia una economía cada vez más globalizada que provoca la reorganización de los espacios socio-productivos, plantean la necesidad de atender a nuevos procesos de formación de recursos humanos que atiendan a los desafíos de estos inéditos escenarios.

La Orientación Vocacional , como mediadora entre educación y trabajo, anticipa también un profundo replanteo de su campo de intervención, revisando sus prácticas, reconceptualizando su campo, incorporando nuevos saberes , atendiendo a los requerimientos “marcados” por la incertidumbre frente a las transiciones.

Sin ánimo de hacer un recorrido lineal por las últimas décadas del siglo XX en nuestro país, intentaremos focalizar la mirada en el sujeto de la orientación vocacional, a través del análisis del entramado de las transformaciones de los procesos productivos y educativos.

Del sujeto vocante…. 

A partir de los inicios de la década del ’70, el optimismo que caracterizaba la expansión de los sistemas educativos latinoamericanos en general y del sistema educativo en Argentina en particular, y la consiguiente visión de la educación como garantía de acceso al mercado de trabajo y a la empleabilidad, fue decreciendo y permitiendo cuestionar la inadecuación del sistema educativo a los requerimientos del mercado laboral. Se va percibiendo en este período un desfase entre el clima político optimista de 1973 , en el que se reinstaura un breve período de democracia, y la mirada económica internacional.

Durante esta década se produce un fuerte incremento de la sobre-educación o desvalorización de las credenciales educativas en el mercado de trabajo, en contraste con la concepción que tradicionalmente consideraba a la educación como factor de promoción social (Filmus; 1993).

Justamente son las teorías reproductivistas de la educación (Bourdieu, Passeron, Althuser) las que re-interpretan el papel de ésta en relación a la reproducción de las desigualdades sociales, responsabilizando a la escuela por la formación de sujetos “ajustados” a las expectativas y a los objetivos políticos de los sectores dirigentes.

La perspectiva optimista también tuvo un duro embate con la crisis del modelo del Estado Benefactor. Los cuestionamientos al Estado planificador y asistencial permitieron emerger la imagen de una escuela «no productiva», y favorecieron el crecimiento de la educación privada en general y de las universidades privadas en particular.

En el contexto de la dictadura militar de 1976 se incrementa la especulación financiera, el endeudamiento externo, el desmantelamiento fabril, el debilitamiento del papel de los sindicatos, la parálisis productiva y el capitalismo de mercado con alto costo social y productivo, obturando un corto período de democracia (1973-1976) que se había caracterizado por ideales de «compromiso revolucionario bajo el ideal de la liberación: política, sexual, educativa». (M. Müller:1998;104).

Con el gobierno militar del ’76 se reinstala una fuerte represión política y cultural, un control ideológico y también un vaciamiento de contenidos que incide notoriamente sobre la calidad de la enseñanza.

A inicios de los ’70, Rodolfo Bohoslavsky publica «Orientación Vocacional: Una Estrategia Clínica». Con esta obra, que sintetiza una vasta experiencia del equipo de profesionales de la Dirección de Orientación Vocacional de la Universidad de Buenos Aires, se difunde y toma terreno un modo de entender la orientación vocacional que cuestiona la ideología vigente: el desarrollismo en lo político y económico, y el eficientismo y cientificismo en lo educativo.

«Los procesos de orden económico son entendidos como efecto del desarrollo tecnológico, y éste, a su vez, de desarrollos o ‘mejoramientos’ educacionales». (Bohoslavsky, 1971;10). Es así que, en el caso de la educación universitaria, ésta debía garantizar una óptica de «cientificismo» frente a los problemas del subdesarrollo.

La Orientación Vocacional como estrategia clínica cuestiona los supuestos, instrumentos y técnicas difundidos y vigentes hasta el momento. Con el desarrollo de aportes y líneas teóricas basados fundamentalmente en el psicoanálisis, en la psicología social, en la clínica, en el no-directivismo y en otros aportes se conforma una escuela Argentina de Orientación Vocacional ampliamente difundida y reconocida en América Latina.

El afianzamiento y difusión de esta modalidad de Orientación Vocacional coincide con el retorno de la democracia en 1973, oportunidad más que propicia para revisar una serie de planteos vigentes hasta el momento:

*la Orientación Vocacional no es una práctica a-valorativa, ni tampoco puede «abstenerse» ni ser neutral. Como toda práctica técnica-teórica, la Orientación Vocacional genera una ideología científica que refuerza en los orientados una ideología previa.

*no todos acceden a la Universidad, por lo que queda en tela de juicio el slogan de la»libre elección». Se cuestiona la idea de la educación como promotora natural de ascenso social.

*la información en Orientación Vocacional debe tener en cuenta que no es lo mismo responder a «demandas sociales» que a «necesidades sociales». Y en ese sentido se duda de los supuestos teóricos, ideológicos y políticos de las «profesiones» y sus prácticas.

*los instrumentos y técnicas que se utilizan en Orientación Vocacional derivan de las teorías e ideologías que los fundamenta. En ese sentido se pregunta: transformar, pero ¿hacia dónde?; orientar vocaciones, pero ¿para qué?, ¿cómo?: ¿develando u ocultando?, ¿desmitificando o reforzando?.

Se va perfilando una concepción de Orientación Vocacional Clínica, basada fundamentalmente en el psicoanálisis y en la formación clínica del orientador psicólogo, con una fuerte repercusión nacional por la novedad de sus aportes, y abriendo las perspectivas de los abordajes psicodinámicos en diferentes contextos, aún cuando es importante destacar la dudosa viabilidad de su práctica total dentro mismo de las instituciones escolares. Esta es una de las razones que dificultan que este modelo orientativo se instale masivamente dentro mismo del sistema escolar, coexistiendo una ‘mixtura’ de enfoques provenientes del abordaje actuarial y del abordaje clínico.

Esta nueva forma de entender la problemática de las elecciones vocacionales fue ampliamente difundida a través de las Jornadas realizadas desde 1971 a 1975 por la Junta Coordinadora de Organismos de Orientación Vocacional de Universidades Nacionales ( JOVUN) en reuniones y seminarios organizados en todo el país.

Quien elige, para la Orientación Vocacional Clínica, es un sujeto dinámico, pro-actor, histórico, en crisis, contextualizado y transversalizado por la historia personal, familiar, escolar y social. No es mensurable, «diagnosticable» ni predictible, pero sí capaz de hacerse cargo de su proyecto vital, de sus elecciones y de su toma de decisiones. En lugar de un sujeto con capacidades estáticas, se habla de un sujeto con potencialidades, con deseos, con conflictos, con imaginarios, con vínculos. Es un sujeto activo y colaborador, en permanente búsqueda de su identidad personal y vocacional.

El concepto de sujeto vocante en esta concepción alude a:

-un actor social que construye su subjetividad en relación con el contexto social, en donde hay un vínculo entre el esquema de sí y los diferentes esquemas sociales en que éste se forma.

-su subjetividad es relativamente maleable (depende del grado de complejidad de la estructura social y de la variedad de las interacciones en las que está inmerso). No se habla de una estabilidad cristalizada.

-está en constante búsqueda de conformar su identidad. Un sujeto, con su subjetividad relacionada con sus inserciones sociales, no definible por sus rasgos estables, nos lleva a pensar una Orientación que toma al vocante preocupado por la construcción de su identidad.

Es en este breve contexto de crecimiento y afianzamiento de la modalidad clínica de Orientación Vocacional cuando hay un incremento a nivel nacional de la matrícula de carreras humanísticas y sociales como Psicología y Sociología, las que a continuación- y con la dictadura- se repliegan, llegándose al cierre de estas carreras en muchas de las universidades nacionales.

Del sujeto subjetivo y sobredeterminado… 

Los ’80 están caracterizados por un fuerte cuestionamiento a la eficiencia del gasto social, lo que trae aparejado una serie de ajustes presupuestarios por parte del Estado, y políticas de descentralización que trasladan la responsabilidad de la educación a las provincias y los municipios.

A fines de 1983 se reinicia la democracia y la juventud retoma protagonismo y participación política. «Se reabren carreras clausuradas y crecen las postergadas: Humanidades y Ciencias Exactas; se duplica la matrícula en Derecho» (M.Müller, 1998;105). En 1982 los ingresantes a Ciencias Básicas y Tecnológicas llegan a casi el 50% de la matrícula correspondiente a las universidades nacionales, correspondiendo aproximadamente un 30 % de la matrícula total a los ingresantes de las Ciencias Sociales y Humanas.

En la interpretación de lo escolar, cobra fuerzas la perspectiva del «curriculum oculto» en la que se resalta lo latente, lo implícito y lo subyacente de la vida cotidiana escolar, y en la que el contenido curricular da sentido a las prácticas.

«Progresivamente, la posición social del docente se ha más que deteriorado» perdiendo «las fuentes de gratificación cultural o simbólicas que anteriormente revestían su imagen» (Davini:1994;10).

Los cambios sociales, el aumento de la marginalidad social, la industrialización, la crisis de la deuda externa, y fundamentalmente la incorporación de nuevas tecnologías informatizadas a los procesos de producción con su consecuente demanda de incrementos de responsabilidades y competencias por parte de los trabajadores, la coexistencia de modos de producción capitalista -dominantes y hegemónicos- con economías regionales segmentadas, son grandes temas que «marcan» esta década.

La intencionalidad política de los primeros tiempos de la post-dictadura acerca de las demandas democratizadoras de nuestro sistema de enseñanza, fue diluyéndose y «asimilándose cada vez más a la de los sectores dominantes, y asumiendo vertiginosamente el contenido y la fisonomía de los discursos neoconservadores y neoliberales que se expandieron en el continente» (Gentili;1994;22).

Filmus señala algunas de las características principales de nuestra educación de fines de los ’80: «desatención por parte del Estado, endogeneización de las metas, autolegitimación del sistema, corporativismo en el comportamiento de los actores y una constante pérdida de vigencia frente a las necesidades de la comunidad» (1994;72), más un estado de «anomia» respecto de las demandas sociales. ¿Para qué educar?. Simultáneamente, «las transformaciones mundiales colocan al conocimiento como factor principal de la competitividad de las Naciones» posicionando al conocimiento en una creciente centralidad que co-existe, paradójicamente, con la anomia edcativa a la que alude Filmus.

Es durante este período que la Orientación Vocacional en Argentina comienza a trabajar en contextos organizacionales. Agotada la JOVUN (Junta Organizadora de Organismos de Orientación Vocacional de Universidades Nacionales), nace AOUNAR como una organización que continúa agrupando a los profesionales orientadores de universidades nacionales. Simultáneamente surge la Asociación de Profesionales de la Orientación Vocacional ( primero APOV y luego APORA), en la que los orientadores vocacionales se nuclean convocando a todos los profesionales de la orientación (psicólogos, pedagogos y psicopedagogos) de todos los niveles del Sistema Educativo, tanto públicos como privados, e inclusive a profesionales independendientes de todo el país.

El campo de la Orientación Vocacional comienza a verse como una práctica muy amplia que no se aborda sólo desde la Psicología, de la Pedagogía o de la Psicopedagogía. A partir de los ’80 la orientación es vista como una trans-disciplina que se va enriqueciendo con los aportes de la economía, la sociología, el derecho laboral, la antropología, la ecología, entre otros, que le permiten comprender y abordar la compleja realidad próxima al fin de siglo, marcada por la incertidumbre y la irreversibilidad.

El sujeto de la Orientación Vocacional está sobre-determinado por la familia, las estructura escolar, los medios masivos de comunicación, la cultura. Se habla de un sujeto sobre-determinado y no determinado, pues se subraya el concepto de articulación compleja entre las instancias de causalidad estructural.

La Orientación Vocacional ve a la escuela como un espejo estructurado que le propone a los jóvenes un cierto reflejo de sí mismos, en el que se reconocen de cierta manera. Este espejo estructurado se convierte en estructurante, y para su entendimiento se integran enfoques de la psicología social y la psicología cognitiva.

El sujeto, en Orientación Vocacional, ya no es sólo el adolescente que elige su proyecto ocupacional o vocacional, que está en búsqueda y construcción de su identidad profesional en el paso de la escuela secundaria al nivel superior. Ahora se habla de un sujeto no necesariamente púber o adolescente, sino también de sujetos adultos que eligen en relación con el desarrollo de proyectos institucionales e institucionalizados.

Comienza a hablarse de un sujeto como:

*capital humano al que hay que «cuidar»

*recurso humano al que hay que «adiestrar»

*heramienta para la producción a la que hay que «instrumentar»

Del consultante abordado clínicamente desde lo psicológico, se pasa a una consideración de clínica institucional psicopedagógica, en donde va cobrando fuerza la situación de «aprendizaje de la elección vocacional».

El contexto de creciente desempleo y la modificación de las reglas del mercado productivo y laboral, se convierte en terreno generador de cuestionamientos y estudios referidos a : la alienación y enajenación profesional; al replanteo de la elección de determinadas profesiones en función de ejes como prestigio y valoración social; la necesidad de incorporar en el curriculum escolar conocimientos sobre el mundo del trabajo que permitan su comprensión por parte de los sujetos en formación; el sujeto en relación a las transiciones vitales; los estudios de género y formación profesional y a planteos sobre retiro y jubilación, entre muchas otras problemáticas.

La Orientación Vocacional profundiza dos grandes funciones: la de asesoramiento (que apunta a esclarecer problemas y resolver situaciones de un sujeto o grupo de sujetos con determinadas necesidades para la toma de decisiones), y la función educativa (que apunta a «armar» un marco identitario para aprender mediante un repertorio de estrategias).

Del sujeto en carrera… 

En los ’90, van desapareciendo del mundo de la producción, algunos tipos de trabajo y otros pierden contenido tornando innecesarias ciertas calificaciones. Las organizaciones están cada vez menos dispuestas a proveer seguridad en la posesión del empleo, lo que genera un profundo cambio en el ‘contrato psicológico´ entre el individuo y la organización, constantemente renegociado. «Emerge una corriente de autores latinoamericanos quienes, desde la economía política, postulan que la función de la educación es articular y mediatizar los procesos educativos» (Llomovate;1993;16).

El clima de fin de siglo está fuertemente marcado por las teorías neo-conservadoras y neo-liberales, que otorgan al mercado mundial una fuerte definición sobre las economías nacionales y regionales , por sobre una presencia mínima por parte del Estado. En las medidas concretas de política existe un achicamiento del Estado y un retiro relativo de éste respecto de lo social, y de la creciente y dramática problemática de la exclusión, marginación, desempleo y pobreza.

El rol de la educación que alguna vez fue un instrumento de movilidad social, comienza a comportarse como un «duro instrumento de selección, debido a las restricciones del mercado de trabajo y al achicamiento del empleo público» (Gallart:1996; 103). Refiriéndose a la paulatina devaluación de la acreditación académica, G. Riquelme afirma que ésta se va generando por la mayor disponibilidad de la fuerza de trabajo educada, lo que tiene grandes beneficios para el sector empresario -que selecciona a los mejores- independientemente de los requerimientos educativos de los puestos de trabajo.

Las credenciales educativas pasan a a funcionar como «un filtro o indicador de la idoneidad laboral del joven», de modo que «la sociedad establece unos ‘separadores sociales’ a partir del papel que tiene el sistema escolar» (Brunet y Valero;1997:337)

El sistema educativo formal se constituye así en un factor discriminante que divide, segmenta y jerarquiza al sistema social al imponer sus credenciales (exámenes, diplomas, dispositivos de prácticas, pasantías, etc) como una condición cada vez más necesaria para acceder al mercado laboral.

La personalización creciente «inducida» desde los modelos tecnocráticos, va llevando cada vez más a respuestas de exacerbado individualismo que permite pensar que cada sujeto es responsable de su propia ingeniería profesional o- en términos ocupacionales- de «inventarse» una ocupación, de emplearse a sí mismo o de crear servicios por medio de la capacitación o del perfeccionamiento en áreas novedosas.

Durante esta década se deja de lado la prohibición de crear nuevas universidades privadas, y por vía de excepción se incrementa el número de instituciones superiores tanto públicas como privadas, asciendiendo el número de universidades autorizadas a 87 en 1999. El total de títulos y carreras de nivel superior universitario y no universitario que se ofrecen en Argentina supera los 2.500, en un formidable proceso de expansión y diversificación casi caótica que se intensifica a lo largo de esta década, y que tiene como dato relevante un sostenido incremento de la matrícula en todo el nivel superior. «La creación de carreras no tiene demasiada lógica y en muchas ocasiones obedece más a razones políticas y comerciales que a cuestiones estrictamente académicas» (Rascován S:1997;14).

La Ley N° 24.195 sancionada en 1993 , marca el inicio de la reforma educativa nacional y significa un cambio curricular con la modificación de la estructura del sistema educativo. En su redacción confluyen distintas concepciones teóricas que convergen a la hora de asignar un papel desleído del Estado en cuanto a resposabilidad y sostenimiento del sistema educativo.

«La Ley Federal de Educación es una propuesta que se encuadra dentro de las políticas de ajuste del gobierno nacional que se propone descentralizar el sistema transfiriendo a las provincias la responsabilidad de su efectivización sin tener en cuenta la capacidad económica de las mismas». (Bianchetti G: 1994; 38). Surge una valorización de la importancia de la educación general, por encima de la capacitación específica, basada en un análisis ocupacional estrecho de los puestos de trabajo.

En ese sentido, «es interesante señalar que el término sistema educativo, prácticamente está siendo reemplazado por el de sistema de producción y difusión del conocimiento, en el que se debe asegurar el acceso a los códigos de modernidad y la formación de la nueva ciudadanía». (Feldfeber M:1999;298)

Resulta interesante transcribir el Título III, Capítulo IV, Artículo 15, inciso e: (Educación Polimodal): «Desarrollar habilidades instrumentales, incorporando al trabajo como elemento pedagógico que acredite para el acceso a los sectores de producción y del trabajo«. A partir de ésto, es relevante preguntarse cuáles son esas habilidades necesarias para que un joven sea ‘empleable’ y productivo en un mercado de trabajo moderno.

Surge todo un debate respecto de la noción de competencias, concepto que se sitúa a mitad de camino entre los saberes y las habilidades, en una implicancia que va más allá del curriculum escolar, relacionándose con trayectorias que implican una combinación de educación formal, aprendizaje en el trabajo y, eventualmente, educación no formal.

No cabe duda que se alude a un sujeto activo, abierto y flexible a la incertidumbre y a los cambios, en construcción y reconstrucción a partir de su interacción con el medio, y competente desde lo intelectual, lo práctico, lo interactivo – social y lo ético. Un sujeto que pueda responder a las tres funciones que se desprenden del Nivel Polimodal: a) función ética y ciudadana; b) función propedéutica y c) función de preparación para la vida productiva.

¿Cómo responde la Orientación Vocacional a esta problemática compleja de la incertidumbre frente a la formación, a la capacitación, a la actualización de determinadas competencias profesionales?. ¿Cómo puede mediar la Orientación Vocacional en los nuevos contextos de educación?

Deja de hablarse de vocación para pasar a referirse a carrera. Y este concepto de carrera también difiere del utilizado hasta el momento, en el sentido que ya no es el de un camino lineal, ordenado y progresivo, no es simplemente una estructura ni es una biografía. Podemos hablar de un concepto de carrera – que alude tanto a una realidad objetiva como subjetiva, en donde “lo objetivo (deberes observables, prerrogativas, requisitos, etc.- produce un modo de hacer y desemboca en toda una serie de sentimientos, aspiraciones y reflexiones personales que van delimitando y dibujando la carrera de un individuo en particular (Rodríguez Moreno :1998,158).

Puede entenderse la carrera en términos económicos (recursos, oferta, demanda), y también en términos sociológicos, políticos y psicológicos. A partir de estas consideraciones se va conformando lentamente, también en Argentina la orientación y la educación para la carrera en la que el énfasis se traslada de la elección de una ocupación o una profesión a la elección de un proyecto de vida, de estudio y de trabajo, incluyendo, (según D. Aisenson) a:

-la orientación, educación, desarrollo y planificación de la carrera profesional.
-el aprendizaje de recursos y competencias personales
-la transición escuela/trabajo y la inserción al primer trabajo
-la formación laboral; la reconversión y la reinserción laboral
-los itinerarios y trayectorias profesionales; las re-orientaciones y cambios; la relación que establecen las personas con su actividad laboral
-la problemática de la desocupación
-la preparación para la jubilación

Pero además, es necesario tener en cuenta que, a partir de acuerdos internacionales, y particularmente a partir del acuerdo Mercosur, la Orientación pretende ampliar sus fronteras. Para Veinsten (1993), éstos serían los ámbitos de acción de la Orientación a fines de milenio:

-Orientación de las negociaciones para convenir sin subsumir
-Orientación para los problemas de la preservación folklórica en el futuro intercambio cultural
-Orientación para la nueva producción de bienes y servicios
-Orientación para el cambio de actitudes frente al cambio
-Orientación de las actitudes cooperativas para pequeños productores que quieran crecer
-Orientación de actitudes para la producción de calidad

El sujeto de la orientación de fines de milenio da cuenta de un yo personal en el que inciden dos tipos de órdenes: el tecnológico-económico de la estructura social, y el simbólico-imaginario de lo cultural. Este es un yo en estado de «relacionalidad», embebido cada vez más en una sobresaturación de mensajes y en una colonización de «otros» que lo lleva a tener una expansión indefinida de opciones identificatorias. Es lo que Gergen llama «saturación del yo» y «multifrenia».

El proceso de autoconocimiento y de conocimiento de la realidad a que se dedica la Orientación Vocacional «es dificultado por estas características, ya que la proliferación de mensajes culturales contradictorios, conflictivos, obstruye su integración significativa, la discriminación de sus contenidos y la reflexión crítica sobre los mismos.» (Müller M:1998;51).

El sujeto al que alude la Orientación para la carrera requiere de su participación activa en el proceso de análisis y construcción de su autoconcepto y de la realidad contextual, con el objeto de desarrollar las competencias necesarias para su proyecto socio-profesional- personal.

Desde esta perspectiva, el sujeto desarrolla su carrera, y en interacción mutua, la carrera desarrolla al sujeto. En ese sentido, la carrera es un proceso de adaptación, que a lo largo de toda la vida – y atendiendo a procesos de cambio, progreso y crisis – relaciona al sujeto con la preparación para el trabajo, con el trabajo, con el cambio del trabajo y con dejar el mundo del trabajo.

No cabe duda que hablamos de un sujeto de la carrera, en carrera

A modo de reflexión… 

Si la Orientación Vocacional busca posicionarse como uno de los mediadores entre la educación y el trabajo, dinamizando la relación entre la lógica de la educación y la lógica del mundo laboral y de la producción, merece reflexionarse sobre aquellos colectivos que quedan en la exclusión y en los márgenes, sin la posibilidad de hacer elecciones y de hacerse cargo de la toma de decisiones sobre sus proyectos vitales y/o profesionales ; sobre aquellos sujetos enajenados de sí y del trabajo, sujetos de la diversidad, sujetos de la pobreza extrema, de la precariedad, sujetos excluídos y marginados, en fin, sujetos «no-decididores».

Argentina-Inglaterra por E. Fernandez Moores


Como muchos ingleses radicados en la Argentina, Louis Lacey y Johnny Traill, acaso los mejores polistas del mundo a comienzos del siglo XX, volvieron a su país para combatir en la Primera Guerra Mundial. Lacey, miembro del Regimiento de Caballería de King Edward’s Horse, fue ascendido a teniente primero por su valor. Traill se lastimó y no pudo combatir. Primer 10 de handicap del polo argentino, nueve veces campeón del Abierto entre 1900 y 1917, Traill asombró a los ingleses cuando lideró al equipo de El Bagual, que en 1912 ganó por 10 tantos de diferencia al equipo del Duque de Westminster, que tenía 12 puntos más de handicap. «Un genio», lo calificó The Times. Lacey, 10 de handicap en 1915, 6 veces campeón argentino en la década del 20, con Hurlingham, y tapa de El Gráfico, lideró al equipo de la Federación Argentina de Polo que en 1922 ganó sus 13 partidos de una gira por Gran Bretaña y conquistó el Abierto de ese país. Gran Bretaña los citó para los Juegos Olímpicos de París 1924. Y ellos, que ya habían servido a la patria en una guerra, respondieron que no podrían jugar contra el equipo argentino. Hacerlo, escribió el antropólogo argentino Eduardo Archetti, hubiese significado «jugar contra una parte de ellos mismos».

Archetti, que accedió a las memorias de Traill, cuenta la historia en su libro Masculinidades. Fútbol, tango y polo en Argentina. Lacey y Traill habían aprendido a montar de otro modo en la Argentina. Uno de los maestros de Traill fue el gaucho Sixto Martínez, capataz de estancia y figura de Las Petacas, el equipo que completaban los petiseros José y Francisco Benítez y el mayordomo Frank Kinchant. Las Petacas ganó los Abiertos de 1895 y 1896 y, según las crónicas, iniciaba un juego nuevo, «más abierto, con jugadores que pegaban la bocha de todos lados del caballo de una manera jamás vista». Su campaña, sin embargo, se acabó cuando el patrón de la estancia, Charles Jewell, encontró que ningún empleado lo esperaba en la estación del pueblo porque estaban jugando al polo. A partir de 1910, The Polo Associacion of the River Plate prohibió la participación de capataces y peones en el Abierto. Los empleados no podían participar de una competencia exclusiva para deportistas «amateurs». Por aquellos años, en las estancias argentinas se enfrentaban «England» versus «Scotland». Trenes especiales de los ferrocarriles británicos Pacific Railways y la Central Railways partían de Retiro con familias y caballos. La fiesta de las elites terratenientes duraba días. La Argentina era el país con mayor cantidad de clubes de polo. Sin Traill ni Lacey, Gran Bretaña envió un equipo débil a los Juegos de París 1924. La Argentina, debutante en los Juegos, le ganó la final 15-2. Fue la primera medalla de oro en la historia olímpica de nuestro deporte.

Los Mundiales de fútbol siempre concitaron en la Argentina más interés que los Juegos Olímpicos. El de España 82 se jugó en plena Guerra de Malvinas. El 13 de junio, un día antes de la rendición, la Argentina, que venía de ser campeona en el 78 y ahora tenía a Diego Maradona, debutaba contra Bélgica. El soldado Roberto Herrscher, 19 años, estaba en la casa del funcionario inglés que los oficiales de marina habían tomado como cuartel general. Puerto Argentino estaba cercada y el ataque final era inminente. El teniente buscaba sintonizar al Gordo Muñoz para escuchar el partido por Radio Rivadavia. La radio era vieja y había que sostener la antena con la mano. Apenas comenzó el partido, sonó la alerta roja, señal de que los Sea Harrier estaban por atacar y había que correr al pozo que los soldados habían cavado en el jardín de la casa. El teniente, que quería seguir escuchando el partido, ordenó a todos que se escondieran debajo de la mesa. La misión de Herrscher, en pleno ataque inglés, fue mantener la mano levantada por debajo de la mesa para sostener la antena y seguir escuchando al Gordo Muñoz. «Siempre pensé que, para nosotros los argentinos, el fútbol es una guerra y la guerra es un partido. Pero nunca como ese día -escribió una vez Herrscher- se nos mezclaron tanto la muerte y los goles, la rendición y el silbato final, los disparos y las patadas». Hoy periodista, Herrscher, director del máster de Columbia en Barcelona, me dice por correo: «Desde allá, se veía que en Buenos Aires la guerra y el Mundial se vivían como si fueran cosas parecidas».

Ese mismo 13 de junio de 1982, Pedro Cáceres, otro conscripto de 19 años, miembro del Batallón de Infantes de Marina Nº 5, vivía su hora más dramática en la batalla final en el monte Tumbledown. Su compañero Diego Ferreyra cayó herido por una bomba. Un enfermero sintió miedo y Cáceres se ofreció para sumarse al rescate. Cayeron cinco bombas más. Pedro buscó refugio entre las piedras. Miró por debajo del casco, pensó en su madre, en su fe católica y sintió que nada le podría pasar. A Ferreyra le faltaban tres dedos. Tenía media rodilla destrozada. La morfina no fue suficiente. Ferreyra murió en los brazos de Pedro. Al día siguiente fue la rendición. Obligado a trabajar desde los 11 años para mantener a la familia, Pedro jamás había pasado más de una semana fuera de su casa. La Guerra de Malvinas lo alejó 15 meses de su familia. Volvió tirado en el piso de un 747 de Aerolíneas. «Me volvía en el ala del avión si era necesario», me cuenta. Llegó a Quilmes a las 6 de la mañana. Los hicieron volver a escondidas. Pasó meses tremendos. Sus padres se turnaban para cuidarlo de noche. Consiguió trabajo, se casó y tuvo un hijo. Pero nunca se presentó como un ex combatiente. «Éramos los loquitos de la guerra». En 2002, con la ayuda clave de una nueva pareja, Pedro decidió ir al psicólogo. «Me hizo valorar no sólo la guerra, sino toda la vida». Expuso en su carnicería del barrio de Belgrano medallas y diplomas de Malvinas. Dio una charla en una escuela. Los niños le preguntaron si mató, si le disparó a alguien. Si se le murieron compañeros.

Pedro recordó a Ferreyra la semana pasada, al volver por primera vez a Malvinas. Todavía están los agujeros de las bombas que casi lo matan en Tumbledown. Visitó el lugar después de ganar con otros tres ex veteranos de guerra en la maratón de La Amistad en categoría postas. 42 kilómetros con ráfagas de viento en contra de hasta 60 kilómetros por hora, subidas, descampados, frío y cambios de clima. Fernando Marino y Luis Escudero corrieron primeros. Pedro recibió el relevo con dos minutos de retraso. El cambio de viento lo favoreció. También a su rival inglés, un equipo de una edad promedio 25 años más joven que el argentino. Pedro tomó la punta pasando por el medio de su rival y de la bicicleta que acompañaba al corredor inglés. «Tenía la adrenalina a mil». Aceleró antes de tiempo porque le indicaron mal dónde era la meta. Los mil metros finales, en subida, fueron una tortura. Entregó el relevo con dos minutos de ventaja, suficientes para que Marcelo Vallejos completara el triunfo en los 12 kilómetros finales. Lo felicitaron hasta los rivales. «Pero creo que la próxima carrera van a traer keniatas con tal de que no ganemos», se ríe. Intérprete mediante, los ingleses, cordiales, invitaron cerveza. Pedro intuyó que eran militares. No hablaron de la guerra. Se fotografiaron juntos. «Yo mismo les dije de hacerlo con la bandera británica y la bandera kelper», la misma que la Unasur decidió no aceptar más en sus puertos. La policía les había ordenado no exhibir banderas argentinas. «Llevamos diez millones de banderas y cuando salimos a entrenar nos hicimos fotos clandestinas. Yo, hasta me hice una con la camiseta de Boca», dice Pedro.

Pedro jamás sintió ganas de suicidarse, como les sucedió a cientos de combatientes, argentinos y británicos. «Empecé a correr a los 27 años y eso me ayudó un montón, psíquica y físicamente». Sin entrenarse, Pedro comenzó a correr carreras y a marcar buenos tiempos. Ganó casi todas las carreras en los Juegos Olímpicos para veteranos de guerra que comenzaron a organizarse a partir de 2009. Ahí nació el equipo que ganó la semana pasada en Malvinas. «Fui con la idea de ganar, soy muy competitivo, y sé que hicimos historia, un equipo de veteranos de guerra ganándoles a pibes de 20 años. Pero lo bueno de correr es que, más allá de ganarle al otro -me dice Pedro-, buscás mejorar tus tiempos, competís con vos mismo». La carrera seguramente será larga. Pedro siente que ahora corre más liviano.

Nunca Mas, ahora y siempre


NUNCA MAS,  dicen todos mientras miran en retrospectiva la peor etapa de estos 200 años. Sin embargo hoy en día se siguen observando, en menor escala, algunas de aquellas prácticas. Aquellos militares asesinos eran los perros de caza de un modelo económico que se nos impuso por la fuerza (yo ya había nacido) con el cuento del comunismo y la guerrilla (que ya estaba casi totalmente aniquilada en 1975) asesinaron 30.000 hermanos de esta tierra. En realidad la búsqueda era otra; deprimir a la clase obrera, eliminar a aquellos que podían ejercer una oposición critica desde lo intelectual, perseguir a quienes podían llevar su lucha a límites insospechables para defender los intereses de la mayoría. Aquella dictadura vino a instaurar el terror para que ellos, en menor medida y otros, los terratenientes, las multinacionales se apropiaran de lo que no era suyo para bien económico propio. Empresas, propiedades, dinero, bebes, vidas. Es increíble, a partir del legado ideológico-cultural del Proceso, como aun hoy opera un fuerte sentimiento anti-comunista, basado en el terror a las banderas rojas de la ex URSS, que de comunismo quizás tuvo algo entre el 17 y el 21, pero luego se convirtió en un capitalismo de Estado con una fuerte centralización  de la economía, una colectivización forzada y una burocratización del sistema político en aras de pervivir con una utopía que había desaparecido. 50 años más tarde esa excusa, les dio la chance de matar y someter para quedarse con todo haciéndonos creer que existía el cuco rojo. Algún día habrá que hablar de ese Pacto de no agresión entre EEUU y URSS que nos comimos como Guerra Fría.

Cambio el escenario la política de shock, con la muerte como principal arma, nos empezó a despolitizar, a cerrarnos a la participación,  nos enseño a descreer de la sindicalización, a ver fantasmas enormes y a creer en los mesías que venían a librarnos de todo mal. Siempre le pregunto a mi papa’ que tenían de bueno esos tipos que se lo llevaron de casa, pero no por razones políticas ni sindicales, si no porque no había trabajo en mi pueblo y el tuvo que andar sacrificándose lejos de nosotros, y de sí mismo, 30 años para que no nos falte nada y yo pueda estar escribiendo esto ahora. Vinieron a imponer una nueva lógica, nueva forma de hacer política, nueva relación capital-trabajo, nueva cultura y relanzamiento de la tasa de ganancia de un capitalismo con más vidas que un gato. Cambio la configuración en el mundo a partir de los 70 con el ingreso de los neoliberales monetaristas a dominar la escena económica y  como los remedios se prueban siempre primero en laboratorio y con otras especies, nos toco a nosotros ser sus conejillos de india. El programa económico aplicado por la dictadura militar produjo una reversión completa de las políticas implementadas en la industrialización sustitutiva, que  había configurado una realidad económica en nuestro país desde 1930 a 1976, posibilitando un crecimiento en el poder adquisitivo de las clases subalternas en torno a  la visualización del salario como un componente de la demanda y no como un costo tal cual lo veía y lo ve el liberalismo. Los nuevos objetivos fueron la apertura de la economía, la libre operación de los mercados de capitales, la desregulación de los diferentes mercados y un proceso de privatizaciones; dando por terminado la industrialización como objetivo de las políticas económicas. Por ello había que actuar fuertemente en contra del sector trabajo que se había beneficiado en la etapa anterior y que ahora iba a llevar la carga de las medidas y cuyos integrantes serian los perjudicados por  la concentración del ingreso en unos pocos grupos económicos dominantes, el crecimiento de la deuda externa, el incremento de la fuga de capitales y la desindustrialización de la economía que derivaría en un aumento de la pauperización social. Se imponía un fuerte disciplinamiento, la lógica del plomo y el garrote pero también la inducción a un nuevo imaginario cultural, la tan mentada combinación de violencia física y simbólica que se arroga para sí el Estado en términos de Bourdieu. Este tipo de dominación  nos hace ver con malos ojos a quienes perdieron hijos, esposos, trabajo y entonces los malos de la película son Madres y Abuelas, sindicalistas (no defiendo la burocracia sindical) estudiantes combativos, cantantes de pelo largo, artistas varios,  inmigrantes, habitantes de los barrios periféricos , haciéndonos aprender y desarrollar, fundamentalmente en la escuela (dale con Bourdieu)  un culto a todo lo que tenga que ver con el autoritarismo, con el machismo, con el chauvinismo y la exacerbación de una nacionalismo mal entendido más proclive a la diferenciación que a la coincidencia. En este proceso hemos naturalizado que la verdad está en manos de los poderosos, de las clases dominantes, los militares, la Iglesia (honrosísimas excepciones de trabajos reveladores  de la otra “verdad” como Mujica, Angelelli y nuestros patagónicos De Nevares y Hesayne quienes han sido replicados por otros, no muchos, integrantes de la grey) los profesionales de carreras tradicionales, los patrones y cualquier otra figura que ejerza mandos en cualquier sector. Eso también se lo debemos a la dictadura y su nueva construcción imaginaria que allano el camino para una mayor dominación invisibilizando la realidad que desprotegía a grandes sectores en beneficios de unos pocos. Por ello cuando Menem en el 89, tras prometer salariazo y revolución productiva, se ato al Consenso de Washington y ajusto las clavijas del modelo neoliberal, condenando a la marginación a generaciones enteras (antes-durante-después) las voces que se alzaron fueron muy pocas y desde aquellos lugares  de los que nos habían enseñado a desconfiar: Madres, Abuelas, sindicalistas (no los corporativos que estuvieron y están con todos los gobiernos haciendo negocios y llenándose los bolsillos) los artistas, algunos con el pelo más corto, los actores sociales representantes de las clases más desprotegidas y ese nuevo sujeto social estigmatizado como piquetero, aunque en realidad es desocupado, excluido, explotado, violado. La maravilla del ingreso al primer mundo (solo financiero) nos devolvió mas carentes que antes con un mismo modelo pero en democracia, claro los milicos ya habían hecho el trabajo sucio para las clases dominantes, Menem uso otras armas para profundizar la brecha y provocar un cataclismo social y una nueva cosmovisión de la cual aun no podemos salir.

Pero y hoy? De verdad NUNCA MAS? Seriamos hipócritas  si no viéramos los cambios acontecidos en nuestro país desde el 2003 hacia acá; algunos motivados por el escenario internacional beneficioso tras la devaluación que devolvió “competitividad” y el boom sojero. Además el férreo mantenimiento estatal de una política económica con fuerte incidencia en dos o tres variables fundamentales favorables a la producción y al consumo (otra vez la incidencia en la demanda) y por otra parte una real visibilizacion de demandas de grupos e individuos con procesos sociales y afectivos de hecho que traían sus luchas desde varios años atrás, Madres, Abuelas, Hijos, cuestiones de género, libertad en la elección sexual, medios de comunicación, familias en riesgo(embarazadas menores, violadas, madres de 7 hijos) han tenido la chance de hacerse oír, de manifestarse, de cambiar o en parte paliar sus situaciones, siempre y cuando que esto no vaya en desmedro del régimen de acumulación( ver el caso Kraft como ejemplo más vivido) por que como advierte Gramsci «el hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tienen en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejerce la hegemonía (las clases subalternas) que se forma un cierto equilibrio de compromiso, es decir que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero es también indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden concernir a lo esencial ( los que dominan siguen dominando), ya que si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica”. Es cierto que ha habido un fuerte retroceso en ciertos sectores rentísticos como la oligarquía terrateniente y sus grupos económicos y adherentes intelectuales. Pero también es cierto que el concierto es ejecutado por otros intereses económicos que siguen yendo en desmedro de la clase dominada. Megamineria, especulación inmobiliaria en la Patagonia, sobrefacturación en las concesiones de servicios y obras públicas, concentración de estas en unos pocos grupos empresariales amigos, híper profesionalidad de la clase política (desde el punto de vista de las remuneración recibida) política fiscal regresiva, corporativismo sindical escaso federalismo son algunas de las críticas que se pueden hacer desde este lado que no es el lado que perdió sus pingues beneficios. Por lo demás sigue habiendo en democracia y actualmente incluso por ejemplo, en mucha menor medida es cierto, persecución política, ideológica y sindical, aculturación, explotación, marginación, muertes y tragedias  provocadas por el sistema (acción u omisión) Mariano Ferreyra, un emblema, pero también la Amia, Cromañón y los accidentes ferroviarios de los últimos seis meses  y también desaparecidos por diferentes cuestiones: Julio López, Marita Verón de los mas resonantes y por aquí Natalia Ciccioli, Florencia Penacchi y últimamente Daniel Solano por nombrar casos destacados sin resolución. Detrás de todos estos casos mencionados y de los demás que, no por no ser nombrados, no ocupan esta lista hay una densa trama que forma parte de los tentáculos del sistema de dominación que obviamente está encarnado por el Estado en su rol preponderante. Por lo que hay mucho por hacer y visibilizar aun para poder hacer una verdadera transformación y dejar atrás ese mundo de la vida que nos impuso con terror la dictadura del 76 pero cuyos coletazos y efectos nocivos aun están presentes.

NUNCA MAS, un gobierno inconstitucional, NUNCA MAS muertes y desapariciones con el Estado como ejecutor, NUNCA MAS mordazas para los que quieren gritar sus verdades, NUNCA MAS, hambre para los mas y beneficios para los menos. NUNCA MAS, AHORA Y SIEMPRE,  no solo el 24 de marzo y en repudio a los militares. Todos los días un poco.

Dedicado a mi mama que cumplía 26 años aquel 24 de marzo.

Marcelo Guerrero

Cronica de una muerte anunciada- Gabriel Garcia Marquez


El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de interprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte. Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso. Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño. Yo estaba reponiéndome de la parranda de la boda en el regazo apostólico de María Alejandrina Cervantes, y apenas si desperté con el alboroto de las campanas tocando a rebato, porque pensé que las habían soltado en honor del obispo. Santiago Nasar se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas sin almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior para la boda. Era un atuendo de ocasión. De no haber sido por la llegada del obispo se habría puesto el vestido de caqui y las botas de montar con que se iba los lunes a El Divino Rostro, la hacienda de ganado que heredó de su padre, y que él administraba con muy buen juicio aunque sin mucha fortuna. En el monte llevaba al cinto una 357 Magnum, cuyas balas blindadas, según él decía, podían partir un caballo por la cintura. En época de perdices llevaba también sus aperos de cetrería. En el armario tenía además un rifle 30.06 Mannlicher-Schönauer, un rifle 300 Holland Magnum, un 22 Hornet con mira telescópica de dos poderes, y una Winchester de repetición. Siempre dormía como durmió su padre, con el arma escondida dentro de la funda de la almohada, pero antes de abandonar la casa aquel día le sacó los proyectiles y la puso en la gaveta de la mesa de noche. «Nunca la dejaba cargada», me dijo su madre. Yo lo sabía, y sabía además que guardaba las armas en un lugar y -escondía la munición en otro lugar muy apartado, de modo que nadie cediera ni por casualidad a la tentación de cargarlas dentro de la casa. Era una costumbre sabia impuesta por su padre desde una mañana en que una sirvienta sacudió la almohada para quitarle la funda, y la pistola se disparó al chocar contra el Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 7 suelo, y la bala desbarató el armario del cuarto, atravesó la pared de la sala, * pasó con un estruendo de guerra por el comedor de la casa vecina y convirtió en polvo de yeso a un santo de tamaño natural en el altar mayor de la iglesia, al otro extremo de la plaza. Santiago Nasar, que entonces era muy niño, no olvidó nunca la lección de aquel percance. La última imagen que su madre tenía de él era la de su paso fugaz por el dormitorio. La había despertado cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquín del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la puerta con el vaso de agua en la mano, como había de recordarlo para siempre. Santiago Nasar le contó entonces el sueño, pero ella no les puso atención a los árboles. -Todos los sueños con pájaros son de buena salud -dijo. Lo vio desde la misma hamaca y en la misma posición en que la encontré postrada por las últimas luces de la vejez, cuando volví a este pueblo olvidado tratando de recomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de la memoria. Apenas si distinguía las formas a plena luz, y tenía hojas medicinales en las sienes para el dolor de cabeza eterno que le dejó su hijo la última vez que pasó por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas del cabezal de la hamaca para tratar de incorporarse, y había en la penumbra el olor de bautisterio que me había sorprendido la mañana del crimen. Apenas aparecí en el vano. de la puerta me confundió con el recuerdo de Santiago Nasar. «Ahí estaba», me dijo. «Tenía el vestido de lino blanco lavado con agua sola, porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido del almidón.» Estuvo un largo rato sentada en la hamaca, masticando pepas de cardamina, hasta que se le pasó la ilusión de que el hijo había vuelto. Entonces suspiró: «Fue el hombre de mi vida». Yo lo vi en su memoria. Había cumplido 21 años la última semana de enero, y era esbelto y pálido, y tenía los párpados árabes y los cabellos rizados de su padre. Era el hijo único de un matrimonio de conveniencia que no tuvo un solo instante de felicidad, pero él parecía feliz con su padre hasta que éste murió de repente, tres años antes, y siguió pareciéndolo con la madre solitaria hasta el lunes de su muerte. De ella heredó el instinto. De su padre aprendió desde muy niño el dominio de las armas de fuego, el amor por los caballos y la maestranza de las aves de presas altas, pero de él aprendió también las buenas artes del valor y la prudencia. Hablaban en árabe entre ellos, pero no delante de Plácida Linero para que no se sintiera excluida. Nunca se les vio armados en el pueblo, y la única vez que trajeron sus halcones amaestrados fue para hacer una demostración de altanería en un bazar de caridad. La muerte de su padre lo había forzado a abandonar los estudios al término de la escuela secundaria, para hacerse cargo de la hacienda familiar. Por sus méritos propios, Santiago Nasar era alegre y pacífico, y de corazón fácil. El día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco. «Le recordé que era lunes», me dijo. Pero él le explicó que se había vestido de pontifical por si tenía ocasión de besarle el anillo al obispo. Ella no dio ninguna muestra de interés. -Ni siquiera se bajará del buque -le dijo-. Echará una bendición de compromiso, como siempre, y se irá por donde vino. Odia a este pueblo. Santiago Nasar sabía que era cierto, pero los fastos de la iglesia le causaban una fascinación irresistible. «Es como el cinc», me había dicho alguna vez. A su madre, en cambio, lo único que le interesaba de la llegada del obispo era que el hijo no se fuera a mojar en la lluvia, pues lo había oído estornudar mientras dormía. Le aconsejó que Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 8 llevara un paraguas, pero él le hizo un signo de adiós con la mano y salió del cuarto. Fue la última vez que lo vio. Victoria Guzmán, la cocinera, estaba segura de que no había llovido aquel día, ni en todo el mes de febrero. «Al contrario», me dijo cuando vine a verla, poco antes de su muerte. «El sol calentó más temprano que en agosto.» Estaba descuartizando tres conejos para el almuerzo, rodeada de perros acezantes, cuando Santiago Nasar entró en la cocina. «Siempre se levantaba con cara de mala noche», recordaba sin amor Victoria Guzmán. Divina Flor, su hija, que apenas empezaba a florecer, le sirvió a Santiago Nasar un tazón de café cerrero con un chorro de alcohol de caña, como todos los lunes, para ayudarlo a sobrellevar la carga de la noche anterior. La cocina enorme, con el cuchicheo de la lumbre y las gallinas dormidas en las perchas, tenía una respiración sigilosa. Santiago Nasar masticó otra aspirina y se sentó a beber a sorbos lentos el tazón de café, pensando despacio, sin apartar la vista de las dos mujeres que destripaban los conejos en la hornilla. A pesar de la edad, Victoria Guzmán se conservaba entera. La niña, todavía un poco montaraz, parecía sofocada por el ímpetu de sus glándulas. Santiago Nasar la agarró por la muñeca cuando ella iba a recibirle el tazón vacío. -Ya estás en tiempo de desbravar -le dijo. Victoria Guzmán le mostró el cuchillo ensangrentado. -Suéltala, blanco -le ordenó en serio-. De esa agua no beberás mientras yo esté viva. Había sido seducida por Ibrahim Nasar en la plenitud de la adolescencia. La había amado en secreto varios años en los establos de la hacienda, y la llevó a servir en su casa cuando se le acabó el afecto. Divina Flor, que era hija de un marido más reciente, se sabía destinada a la cama furtiva de Santiago Nasar, y esa idea le causaba una ansiedad prematura. «No ha vuelto a nacer otro hombre como ése», me dijo, gorda y mustia, y rodeada por los hijos de otros amores. «Era idéntico a su padre -le replicó Victoria Guzmán-. Un mierda.» Pero no pudo eludir una rápida ráfaga de espanto al recordar el horror de Santiago Nasar cuando ella arrancó de cuajo las entrañas de un conejo y les tiró a los perros el tripajo humeante. -No seas bárbara -le dijo él-. Imagínate que fuera un ser humano. Victoria Guzmán necesitó casi 20 años para entender que un hombre acostumbrado a matar animales inermes expresara de pronto semejante horror. «Dios Santo -exclamó asustada-, de modo que todo aquello fue una revelación!» Sin embargo, tenía tantas rabias atrasadas la mañana del crimen, que siguió cebando a los perros con las vísceras de los otros conejos, sólo por amargarle el desayuno a Santiago Nasar. En ésas estaban cuando el pueblo entero despertó con el bramido estremecedor del buque de vapor en que llegaba el obispo. La casa era un antiguo depósito de dos pisos, con paredes de tablones bastos y un techo de cinc de dos aguas, sobre el cual velaban los gallinazos por los desperdicios del puerto. Había sido construido en los tiempos en que el río era tan servicial que muchas barcazas de mar, e inclusive algunos barcos de altura, se aventuraban hasta aquí a través de las ciénagas del estuario. Cuando vino Ibrahim Nasar con los últimos árabes, al término de las guerras civiles, ya no llegaban los barcos de mar debido a las mudanzas del río, y el depósito estaba en desuso. Ibrahim Nasar lo compró a cualquier precio para poner una tienda de importación que nunca puso, y sólo cuando se iba a casar lo convirtió en una casa para vivir. En la planta baja abrió un salón que servía para todo, y construyó en el fondo una caballeriza para cuatro animales, los cuartos de servicio, y tina cocina de hacienda con ventanas hacia el puerto por donde entraba a toda hora la pestilencia de las aguas. Lo único que dejó intacto en el salón fue la Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 9 escalera en espiral rescatada de algún naufragio. En la planta alta, donde antes estuvieron las oficinas de aduana, hizo dos dormitorios amplios y cinco camarotes para los muchos hijos que pensaba tener, y construyó un balcón de madera sobre los almendros de la plaza, donde Plácida Linero se sentaba en las tardes de marzo a consolarse de su soledad. En la fachada conservó la puerta principal y le hizo dos ventanas de cuerpo entero con bolillos torneados. Conservó también la puerta posterior, sólo que un poco más alzada para pasar a caballo, y mantuvo en servicio una parte del antiguo muelle. Ésa fue siempre la puerta de más uso, no sólo porque era el acceso natural a las pesebreras y la cocina, sino porque daba a la calle del puerto nuevo sin pasar por la plaza. La puerta del frente, salvo en ocasiones festivas, permanecía cerrada y con tranca. Sin embargo, fue por allí, y no por la puerta posterior, por donde esperaban a Santiago Nasar los hombres que lo iban a matar, y fue por allí por donde él salió a recibir al obispo, a pesar de que debía darle una vuelta completa a la casa para llegar al puerto. Nadie podía entender tantas coincidencias funestas. El juez instructor que vino de Riohacha debió sentirlas sin atreverse a admitirlas, pues su interés de darles una explicación racional era evidente en el sumario. La puerta de la plaza estaba citada varias veces con un nombre de folletín: La puerta fatal. En realidad, la única explicación válida parecía ser la de Plácida Linero, que contestó a la pregunta con su razón de madre: «Mi hijo no salía nunca por la puerta de atrás cuando estaba bien vestido». Parecía una verdad tan fácil, que el instructor la registró en una nota marginal, pero no la sentó en el sumario. Victoria Guzmán, por su parte, fue terminante en la respuesta de que ni ella ni su hija sabían que a Santiago Nasar lo estaban esperando para matarlo. Pero en el curso de sus años admitió que ambas lo sabían cuando él entró en la cocina a tomar el café. Se lo había dicho una mujer que pasó después de las cinco a pedir un poco de leche por caridad, y les reveló además los motivos y el lugar donde lo estaban esperando. «No la previne porque pensé que eran habladas de borracho», me dijo. No obstante, Divina Flor me confesó en una visita posterior, cuando ya su madre había muerto, que ésta no le había dicho nada a Santiago Nasar porque en el fondo de su alma quería que lo mataran. En cambio ella no lo previno porque entonces no era más que una niña asustada, incapaz de una decisión propia, y se había asustado mucho más cuando él la agarró por la muñeca con una mano que sintió helada y pétrea, como una mano de muerto. Santiago Nasar atravesó a pasos largos la casa en penumbra, perseguido por los bramidos de júbilo del buque del obispo. Divina Flor se le adelantó para abrirle la puerta, tratando de no dejarse alcanzar por entre las jaulas de pájaros dormidos del comedor, por entre los muebles de mimbre y las macetas de helechos colgados de la sala, pero cuando quitó la tranca de la puerta no pudo evitar otra vez la mano de gavilán carnicero. «Me agarró toda la panocha -me dijo Divina Flor-. Era lo que hacía siempre cuando me encontraba sola por los rincones de la casa, pero aquel día no sentí el susto de siempre sino unas ganas horribles de llorar.» Se apartó para dejarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vio los almendros de la plaza, nevados por el resplandor del amanecer, pero no tuvo valor para ver nada más. «Entonces se acabó el pito del buque y empezaron a cantar los gallos -me dijo-. Era un alboroto tan grande, que no podía creerse que hubiera tantos gallos en el pueblo, y pensé que venían en el buque del obispo.» Lo único que ella pudo hacer por el hombre que nunca había de ser suyo, fue dejar la puerta sin tranca, contra las órdenes de Plácida Linero, para que él pudiera entrar otra vez en caso de urgencia. Alguien que nunca fue identificado había metido por debajo de la puerta un Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 10 papel dentro de un sobre, en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban además el lugar y los motivos, y otros detalles muy precisos de la confabulación. El mensaje estaba en el suelo cuando Santiago Nasar salió de su casa, pero él no lo vio, ni lo vio Divina Flor ni lo vio nadie hasta mucho después de que el crimen fue consumado. Habían dado las seis y aún seguían encendidas las luces públicas. En las ramas de los almendros, y en algunos balcones, estaban todavía las guirnaldas de colores de la boda, y hubiera podido pensarse que acababan de colgarlas en honor del obispo. Pero la plaza cubierta de baldosas hasta el atrio de la iglesia, donde estaba el tablado de los músicos, parecía un muladar de botellas vacías y toda clase de desperdicios de la parranda pública. Cuando Santiago Nasar salió de su casa, varias personas corrían hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del buque. El único lugar abierto en la plaza era una tienda de leche a un costado de la iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo. Clotilde Armenta, la dueña del negocio, fue la primera que lo vio en el resplandor del alba, y tuvo la impresión de que estaba vestido de aluminio. «Ya parecía un fantasma», me dijo. Los hombres que lo iban a matar se habían dormido en los asientos, apretando en el regazo los cuchillos envueltos en periódicos, y Clotilde Armenta reprimió el aliento para no despertarlos. Eran gemelos: Pedro y Pablo Vicario. Tenían 24 años, y se parecían tanto que costaba trabajo distinguirlos. «Eran de catadura espesa pero de buena índole», decía el sumario. Yo, que los conocía desde la escuela primaria, hubiera escrito lo mismo. Esa mañana llevaban todavía los vestidos de paño oscuro de la boda, demasiado gruesos y formales para el Caribe, y tenían el aspecto devastado por tantas horas de mala vida, pero habían cumplido con el deber de afeitarse. Aunque no habían dejado de beber desde la víspera de la parranda, ya no estaban borrachos al cabo de tres días, sino que parecían sonámbulos desvelados. Se habían dormido con las primeras auras del amanecer, después de casi tres horas de espera en la tienda de Clotilde Armenta, y aquél era su primer sueño desde el viernes. Apenas si habían despertado con el primer bramido del buque, pero el instinto los despertó por completo cuando Santiago Nasar salió de su casa. Ambos agarraron entonces el rollo de periódicos, y Pedro Vicario empezó a levantarse. -Por el amor de Dios -murmuró Clotilde Armenta-. Déjenlo para después, aunque sea por respeto al señor obispo. «Fue un soplo del Espíritu Santo», repetía ella a menudo. En efecto, había sido una ocurrencia providencial, pero de una virtud momentánea. Al oírla, los gemelos Vicario reflexionaron, y el que se había levantado volvió a sentarse. Ambos siguieron con la mirada a Santiago Nasar cuando empezó a cruzar la plaza. «Lo miraban más bien con lástima», decía Clotilde Armenta. Las niñas de la escuela de monjas atravesaron la plaza en ese momento trotando en desorden con sus uniformes de huérfanas. Plácida Linero tuvo razón: el obispo no se bajó del buque. Había mucha gente en el puerto además de las autoridades y los niños de las escuelas, y por todas partes se veían los huacales de gallos bien cebados que le llevaban de regalo al obispo, porque la sopa de crestas era su plato predilecto. En el muelle de carga había tanta leña arrumada, que el buque habría necesitado por lo menos dos horas para cargarla. Pero no se detuvo. Apareció en la vuelta del río, rezongando como un dragón, y entonces la banda de músicos empezó a tocar el himno del obispo, y los gallos se pusieron a cantar en los huacales y alborotaron a los otros gallos del pueblo. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 11 Por aquella época, los legendarios buques de rueda alimentados con leña estaban a punto de acabarse, y los pocos que quedaban en servicio ya no tenían pianola ni camarotes para la luna de miel, y apenas si lograban navegar contra la corriente. Pero éste era nuevo, y tenía dos chimeneas en vez de una con la bandera pintada como un brazal, y la rueda de tablones de la popa le daba un ímpetu de barco de mar. En la baranda superior, junto al camarote del capitán, iba el obispo de sotana blanca con su séquito de españoles. «Estaba haciendo un tiempo de Navidad», ha dicho mi hermana Margot. Lo que pasó, según ella, fue que el silbato del buque soltó un chorro de vapor a presión al pasar frente al puerto, y dejó ensopados a` los que estaban más cerca de la orilla. Fue una ilusión fugaz: el obispo empezó a hacer la señal de la cruz en el aire frente a la muchedumbre del muelle, y después siguió haciéndola de memoria, sin malicia ni inspiración, hasta que el buque se perdió de vista y sólo quedó el alboroto de los gallos. Santiago Nasar tenía motivos para sentirse defraudado. Había contribuido con varias cargas de leña alas solicitudes públicas del padre Carmen Amador, y además había escogido él mismo los gallos de crestas más apetitosas. Pero fue una contrariedad momentánea. Mi hermana Margot, que estaba con él en el muelle, lo encontró de muy buen humor y con ánimos de seguir la fiesta, a pesar de que las aspirinas no le habían causado ningún alivio. «No parecía resfriado, y sólo estaba pensando en lo que había costado la boda», me dijo. Cristo Bedoya, que estaba con ellos, reveló cifras que aumentaron el asombro. Había estado de parranda con Santiago Nasar y conmigo hasta un poco antes de las cuatro, pero no había ido a dormir donde sus padres, sino que se quedó conversando en casa de sus abuelos. Allí obtuvo muchos datos que le faltaban para calcular los costos de la parranda. Contó que se habían sacrificado cuarenta pavos y once cerdos para los invitados, y cuatro terneras que el novio puso a asar para el pueblo en la plaza pública. Contó que se consumieron 205 cajas de alcoholes de contrabando y casi 2.000 botellas de ron de caña que fueron repartidas entre la muchedumbre. No hubo una sola persona, ni pobre ni rica, que no hubiera participado de algún modo en la parranda de mayor escándalo que se había visto jamás en el pueblo. Santiago Nasar soñó en voz alta. -Así será mi matrimonio -dijo-. No les alcanzará la vida para contarlo. Mi hermana sintió pasar el ángel. Pensó una vez más en la buena suerte de Flora Miguel, que tenía tantas cosas en la vida, y que iba a tener además a Santiago Nasar en la Navidad de ese año. «Me di cuenta de pronto de que no podía haber un partido mejor que él», me dijo. «Imagínate: bello, formal, y con una fortuna propia a los veintiún años.» Ella solía invitarlo a desayunar en nuestra casa cuando había caribañolas de yuca, y mi madre las estaba haciendo aquella mañana. Santiago Nasar aceptó entusiasmado. -Me cambio de ropa y te alcanzo -dijo, y cayó en la cuenta de que había olvidado el reloj en la mesa de noche-. ¿Qué hora es? Eran las 6.25. Santiago Nasar tomó del brazo a Cristo Bedoya y se lo llevó hacia la plaza. -Dentro de un cuarto de hora estoy en tu casa -le dijo a mi hermana. Ella insistió en que se fueran juntos de inmediato porque el desayuno estaba servido. «Era una insistencia rara -me dijo Cristo Bedoya-. Tanto, que a veces he pensado que Margot ya sabía que lo iban a matar y quería esconderlo en tu casa.» Sin embargo, Santiago Nasar la convenció de que se adelantara mientras él se ponía la ropa de montar, pues tenía que estar temprano en El Divino Rostro para castrar terneros. Se Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 12 despidió de ella con la misma señal de la mano con que se había despedido de su madre, y se alejó hacia la plaza llevando del brazo a Cristo Bedoya. Fue la última vez que lo vio. Muchos de los que estaban en el puerto sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar. Don Lázaro Aponte, coronel de academia en uso de buen retiro y alcalde municipal desde hacía once años, le hizo un saludo con los dedos. «Yo tenía mis razones muy reales para creer que ya no corría ningún peligro», me dijo. El padre Carmen Amador tampoco se preocupó. «Cuando lo vi sano y salvo pensé que todo había sido un infundio», me dijo. Nadie se preguntó siquiera si Santiago Nasar estaba prevenido, porque a todos les pareció imposible que no lo estuviera. En realidad, mi hermana Margot era una de las pocas personas que todavía ignoraban que lo iban a matar. «De haberlo sabido, me lo hubiera llevado para la casa aunque fuera amarrado», declaró al instructor. Era extraño que no lo supiera, pero lo era mucho más que tampoco lo supiera mi madre, pues se enteraba de todo antes que nadie en la casa, a pesar de que hacía años que no salía a la calle, ni siquiera para ir a misa. Yo apreciaba esa virtud suya desde que empecé a levantarme temprano para ir a la escuela. La encontraba como era en aquellos tiempos, lívida y sigilosa, barriendo el patio con una escoba de ramas en el resplandor ceniciento del amanecer, y entre cada sorbo de café me iba contando lo que había ocurrido en el mundo mientras nosotros dormíamos. Parecía tener hilos de comunicación secreta con la otra gente del pueblo, sobre todo con la de su edad, y a veces nos sorprendía con noticias anticipadas que no hubiera podido conocer sino por artes de adivinación. Aquella mañana, sin embargo, no sintió el pálpito de la tragedia que se estaba gestando desde las tres de la madrugada. Había terminado de barrer el patio, y cuando mi hermana Margot salía a recibir al obispo la encontró moliendo la yuca para las caribañolas. «Se oían gallos», suele decir mi madre recordando aquel día. Pero nunca relacionó el alboroto distante con la llegada del obispo, sino con los últimos rezagos de la boda. Nuestra casa estaba lejos de la plaza grande, en un bosque de mangos frente al río. Mi hermana Margot había ido hasta el puerto caminando por la orilla, y la gente estaba demasiado excitada con la visita del obispo para ocuparse de otras novedades. Habían puesto a los enfermos acostados en los portales para que recibieran la medicina de Dios, y las mujeres salían corriendo de los patios con pavos y lechones y toda clase de cosas de comer, y desde la orilla opuesta llegaban canoas adornadas de flores. Pero después de que el obispo pasó sin dejar su huella en la tierra, la otra noticia reprimida alcanzó su tamaño de escándalo. Entonces fue cuando mi hermana Margot la conoció completa y de un modo brutal: Ángela Vicario, la hermosa muchacha que se había casado el día anterior, había sido devuelta a la casa de sus padres, porque el esposo encontró que no era virgen. «Sentí que era yo la que me iba a morir», dijo mi hermana. «Pero por más que volteaban el cuento al derecho y al revés, nadie podía explicarme cómo fue que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en semejante enredo.» Lo único que sabían con seguridad era que los hermanos de Ángela Vicario lo estaban esperando para matarlo. Mi hermana volvió a casa mordiéndose por dentro para no llorar. Encontró a mi madre en el comedor, con un traje dominical de flores azules que se había puesto por si el obispo pasaba a saludarnos, y estaba cantando el fado del amor invisible mientras arreglaba la mesa. Mi hermana notó que había un puesto más que de costumbre. -Es para Santiago Nasar -le dijo mi madre-. Me dijeron que lo habías invitado a desayunar. -Quítalo -dijo mi hermana. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 13 Entonces le contó. «Pero fue como si ya lo supiera -me dijo-. Fue lo mismo de siempre, que uno empieza a contarle algo, y antes de que el cuento llegue a la mitad ya ella sabe cómo termina.» Aquella mala noticia era un nudo cifrado para mi madre. A Santiago Nasar le habían puesto ese nombre por el nombre de ella, y era además su madrina de bautismo, pero también tenía un parentesco de sangre con Pura Vicario, la madre de la novia devuelta. Sin embargo, no había acabado de escuchar la noticia cuando ya se había puesto los zapatos de tacones y la mantilla de iglesia que sólo usaba entonces para las visitas de pésame. Mi padre, que había oído todo desde la cama, apareció en piyama en el comedor y le preguntó alarmado para dónde iba. -A prevenir a mi comadre Plácida -contestó ella-. No es justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe. -Tenernos tantos vínculos con ella como con los Vicario -dijo mi padre. -Hay que estar siempre de parte del muerto -dijo ella. Mis hermanos menores empezaron a salir de los otros cuartos. Los más pequeños, tocados por el soplo de la tragedia, rompieron a llorar. Mi madre no les hizo caso, por una vez en la vida, ni le prestó atención a su esposo. -Espérate y me visto -le dijo él. Ella estaba ya en la calle. Mi hermano Jaime, que entonces no tenía más de siete años, era el único que estaba vestido para la escuela. -Acompáñala tú -ordenó mi padre. Jaime corrió detrás de ella sin saber qué pasaba ni para dónde iban, y se agarró de su mano. «Iba hablando sola -me dijo Jaime-. Hombres de mala ley, decía en voz muy baja, animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias.» No se daba cuenta ni siquiera de que llevaba al niño de la mano. «Debieron pensar que me había vuelto loca -me dijo-. Lo único que recuerdo es que se oía a lo lejos un ruido de mucha gente, como si hubiera vuelto a empezar la fiesta de la boda, y que todo el mundo corría en dirección de la plaza.» Apresuró el paso, con la determinación de que era capaz cuando estaba una vida de por medio, hasta que alguien que corría en sentido contrario se compadeció de su desvarío. -No se moleste, Luisa Santiaga -le gritó al pasar-. Ya lo mataron. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 14 Bayardo San Román, el hombre que devolvió a la esposa, había venido por primera vez en agosto del año anterior: seis meses antes de la boda. Llegó en el buque semanal con unas alforjas guarnecidas de plata que hacían juego con las hebillas de la correa y las argollas de los botines. Andaba por los treinta años, pero muy bien escondidos, pues tenía una cintura angosta de novillero, los ojos dorados, y la piel cocinada a fuego lento por el salitre. Llegó con una chaqueta corta y un pantalón muy estrecho, ambos de becerro natural, y unos guantes de cabritilla del mismo color. Magdalena Oliver había venido con él en el buque y no pudo quitarle la vista de encima durante el viaje. «Parecía marica -me dijo-. Y era una lástima, porque estaba como para embadurnarlo de mantequilla y comérselo vivo.» No fue la única que lo pensó, ni tampoco la última en darse cuenta de que Bayardo San Román no era un hombre de conocer a primera vista. Mi madre me escribió al colegio a fines de agosto y me decía en una nota casual: «Ha venido un hombre muy raro». En la carta siguiente me decía: «El hombre raro se llama Bayardo San Román, y todo el inundo dice que es encantador, pero yo no lo he visto». Nadie supo nunca a qué vino. A alguien que no resistió la tentación de preguntárselo, un poco antes de la boda, le contestó: «Andaba de pueblo en pueblo buscando con quien casarme». Podía haber sido verdad, pero lo mismo hubiera contestado cualquier otra cosa, pues tenía una manera de hablar que más bien le servía para ocultar que para decir. La noche en que llegó dio a entender en el cine que era ingeniero de trenes, y habló de la urgencia de construir un ferrocarril hasta el interior para anticiparnos a las veleidades del río. Al día siguiente tuvo que mandar un telegrama, y él mismo lo transmitió con el manipulador, y además le enseñó al telegrafista una fórmula suya para seguir usando las pilas agotadas. Con la misma propiedad había hablado de enfermedades fronterizas con un médico militar que pasó por aquellos meses haciendo la leva. Le gustaban las fiestas ruidosas y largas, pero era de buen beber, separador de pleitos y enemigo de juegos de manos. Un domingo después de misa desafió a los nadadores más diestros, que eran muchos, y dejó rezagados a los mejores con veinte brazadas de ida y vuelta a través del río. Mi madre me lo contó en una carta, y al final me hizo un comentario muy suyo: «Parece que también está nadando en oro». Esto respondía a la leyenda prematura de que Bayardo San Román no sólo era capaz de hacer todo, y de hacerlo muy bien, sino que además disponía de recursos interminables. Mi madre le dio la bendición final en una carta de octubre. «La gente lo quiere mucho -me decía-, porque es honrado y de buen corazón, y el domingo pasado comulgó de rodillas y ayudó a la misa en latín.» En ese tiempo no estaba permitido comulgar de pie y sólo se oficiaba en latín, pero mi madre suele hacer esa clase de precisiones superfluas cuando quiere llegar al fondo de las cosas. Sin embargo, después de ese veredicto consagratorio me escribió dos cartas más en las que nada me decía sobre Bayardo San Román, ni siquiera cuando fue demasiado sabido que quería casarse con Ángela Vicario. Sólo mucho después de la boda desgraciada me confesó que lo había conocido cuando ya era muy tarde para corregir la carta de octubre, y que sus ojos de oro le habían causado un estremecimiento de espanto. -Se me pareció al diablo -me dijo-, pero tú mismo me habías dicho que esas cosas no se deben decir por escrito. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 15 Lo conocí poco después que ella, cuando vine a las vacaciones de Navidad, y no lo encontré tan raro como decían. Me pareció atractivo, en efecto, pero muy lejos de la visión idílica de Magdalena Oliver. Me pareció más serio de lo que hacían creer sus travesuras, y de una tensión recóndita apenas disimulada por sus gracias excesivas. Pero sobre todo, me pareció un hombre muy triste. Ya para entonces había formalizado su compromiso de amores con Ángela Vicario. Nunca se estableció muy bien cómo se conocieron. La propietaria de la pensión de hombres solos donde vivía Bayardo San Román, contaba que éste estaba haciendo la siesta en un mecedor de la sala, a fines de setiembre, cuando Ángela Vicario y su madre, atravesaron la plaza con dos canastas de flores artificiales. Bayardo San Román despertó a medias, vio las dos mujeres vestidas de negro inclemente que parecían los únicos seres vivos en el marasmo de las dos de la tarde, y preguntó quién era la joven. La propietaria le contestó que era la hija menor de la mujer que la acompañaba, y que se llamaba Ángela Vicario. Bayardo San Román las siguió con la mirada hasta el otro extremo de la plaza. -Tiene el nombre bien puesto -dijo. Luego recostó la cabeza en el espaldar del mecedor, y volvió a cerrar los ojos. -Cuando despierte -dijo-, recuérdame que me voy a casar con ella. Ángela Vicario me contó que la propietaria de la pensión le había hablado de este episodio desde antes de que Bayardo San Román la requiriera en amores. «Me asusté mucho», me dijo. Tres personas que estaban en la pensión confirmaron que el episodio había ocurrido, pero otras cuatro no lo creyeron cierto. En cambio, todas las versiones coincidían en que Ángela Vicario y Bayardo San Román se habían visto por primera vez en las fiestas patrias de octubre, durante una verbena de caridad en la que ella estuvo encargada de cantar las rifas. Bayardo San Román llegó a la verbena y fue derecho al mostrador atendido por la rifera lánguida cerrada de luto hasta la empuñadura, y le preguntó cuánto costaba la ortofónica con incrustaciones de nácar que había de ser el atractivo mayor de la feria. Ella le contestó que no estaba para la venta sino para rifar. -Mejor -dijo él-, así será más fácil, y además, más barata. Ella me confesó que había logrado impresionarla, pero por razones contrarias del amor. «Yo detestaba a los hombres altaneros, y nunca había visto uno con tantas ínfulas -me dijo, evocando aquel día-. Además, pensé que era un polaco.» Su contrariedad fue mayor cuando cantó la rifa de la ortofónica, en medio de la ansiedad de todos, y en efecto se la ganó Bayardo San Román. No podía imaginarse que él, sólo por impresionarla, había comprado todo los números de la rifa. Esa noche, cuando volvió a su casa, Ángela Vicario encontró allí la ortofónica envuelta en papel de regalo y adornada con un lazo de organza. «Nunca pude saber cómo supo que era mi cumpleaños», me dijo. Le costó trabajo convencer a sus padres de que no le había dado ningún motivo a Bayardo San Román para que le mandara semejante regalo, y menos de una manera tan visible que no pasó inadvertido para nadie. De modo que sus hermanos mayores, Pedro y Pablo, llevaron la ortofónica al hotel para devolvérsela a su dueño, y lo hicieron con tanto revuelo que no hubo nadie que la viera venir y no la viera regresar. Con lo único que no contó la familia fue con los encantos irresistibles de Bayardo San Román. Los gemelos no reaparecieron hasta el amanecer del día siguiente, turbios de la borrachera, llevando otra vez la ortofónica y llevando además a Bayardo San Román para seguir la parranda en la casa. Ángela Vicario era la hija menor de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio Vicario, era orfebre de pobres, y la vista se le acabó de tanto hacer primores de oro para Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 16 mantener el honor de la casa. Purísima del Carmen, su madre, había sido maestra de escuela hasta que se casó para siempre. Su aspecto manso y un tanto afligido disimulaba muy bien el rigor de su carácter. «Parecía una monja», recuerda Mercedes. Se consagró con tal espíritu de sacrificio a la atención del esposo y a la crianza de los hijos, que a uno se le olvidaba a veces que seguía existiendo. Las dos hijas mayores se habían .casado muy tarde. Además de los gemelos, tuvieron una hija intermedia que había muerto de fiebres crepusculares, y dos años después seguían guardándole un luto aliviado dentro de la casa, pero riguroso en la calle. Los hermanos fueron criados para ser hombres. Ellas habían sido educadas para casarse. Sabían bordar con bastidor, coser a máquina, tejer encaje de bolillo, lavar y planchar, hacer flores artificiales y dulces de fantasía, y redactar esquelas de compromiso. A diferencia de las muchachas de la época, que habían descuidado el culto de la muerte, las cuatro eran maestras en la ciencia antigua de velar a los enfermos, confortar a los moribundos y amortajar a los muertos. Lo único que mi madre les reprochaba era la costumbre de peinarse antes de dormir. «Muchachas -les decía-: no se peinen de noche que se retrasan los navegantes.» Salvo por eso, pensaba que no había hijas mejor educadas. «Son perfectas -le oía decir con frecuencia-. Cualquier hombre será feliz con ellas, porque han sido criadas para sufrir.» Sin embargo, a los que se casaron con las dos mayores les fue difícil romper el cerco, porque siempre iban juntas a todas partes, y organizaban bailes de mujeres solas y estaban predispuestas a encontrar segundas intenciones en los designios de los hombres. Ángela Vicario era la más bella de las cuatro, y mi madre decía que había nacido como las grandes reinas de la historia con el cordón umbilical enrollado en el cuello. Pero tenía un aire desamparado y una pobreza de espíritu que le auguraban un porvenir incierto. Yo volvía a verla año tras año, durante mis vacaciones de Navidad, y cada vez parecía más desvalida en la ventana de su casa, donde se sentaba por la tarde a hacer flores de trapo y a cantar valses de solteras con sus vecinas. «Ya está de colgar en un alambre -me decía Santiago Nasar-: tu prima la boba.» De pronto, poco antes del luto de la hermana, la encontré en la calle por primera vez, vestida de mujer y con el cabello rizado, y apenas si pude creer que fuera la misma. Pero fue una visión momentánea: su penuria de espíritu se agravaba con los años. Tanto, que cuando se supo que Bayardo San Román quería casarse con ella, muchos pensaron que era una perfidia de forastero. La familia no sólo lo tomó en serió, sino con un grande alborozo. Salvo Pura Vicario, quien puso como condición que Bayardo San Román acreditara su identidad. Hasta entonces nadie sabía quién era. Su pasado no iba más allá de la tarde en que desembarcó con su atuendo de artista, y era tan reservado sobre su origen que hasta el engendro más demente podía ser cierto. Se llegó a decir que había arrasado pueblos y sembrado el terror en Casanare como comandante de tropa, que era prófugo de Cayena, que lo habían visto en Pernambuco tratando de medrar con una pareja de osos amaestrados, y que había rescatado los restos de un galeón español cargado de oro en el canal de los Vientos. Bayardo San Román le puso término a tantas conjeturas con un recurso simple: trajo a su familia en pleno. Eran cuatro: el padre, la madre y dos hermanas perturbadoras. Llegaron en un Ford T con placas oficiales cuya bocina de pato alborotó las calles a las once de la mañana. La madre, Alberta Simonds, una mulata grande de Curazao que hablaba el castellano todavía atravesado de papiamento, había sido proclamada en su juventud como la más bella entre las 200 más bellas de las Antillas. Las hermanas, acabadas de florecer, parecían dos potrancas sin sosiego. Pero la carta grande era el padre: el general Petronio San Román, héroe de las guerras civiles del siglo anterior, y una de las glorias Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 17 mayores del .régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano Buendía en el desastre de Tucurinca. Mi madre fue la única que no fue a saludarlo cuando supo quién era. «Me parecía muy bien que se casaran -me dijo-. Pero una cosa era eso, y otra muy distinta era darle la mano a un hombre que ordenó dispararle por ,la espalda a Gerineldo Márquez.» Desde que asomó por la ventana del automóvil saludando con el sombrero blanco, todos lo reconocieron por la fama de sus retratos. Llevaba un traje de lienzo color de trigo, botines de cordobán con los cordones cruzados, y unos espejuelos de oro prendidos con pinzas en la cruz de la nariz y sostenidos con una leontina en el ojal del chaleco. Llevaba la medalla del valor en la solapa y un bastón con el escudo nacional esculpido en el pomo. Fue el primero que se bajó del automóvil, cubierto por completo por el polvo ardiente de nuestros malos caminos, y no tuvo más que aparecer en el pescante para que todo el mundo se diera cuenta de que Bayardo San Román se iba a casar con quien quisiera. Era Ángela Vicario quien no quería casarse con él. «Me parecía demasiado hombre para mí», me dijo. Además, Bayardo San Román no había intentado siquiera seducirla a ella, sino que hechizó a la familia con sus encantos. Ángela Vicario no olvidó nunca el horror de la noche en que sus padres y sus hermanas mayores con sus maridos, reunidos en la sala de la casa, le impusieron la obligación de casarse con un hombre que apenas había visto. Los gemelos se mantuvieron al margen. «Nos pareció que eran vainas de mujeres», me dijo Pablo Vicario. El argumento decisivo de los padres fue que una familia dignifica da por la modestia no tenía derecho a despreciar aquel premio del destino. Angela Vicario se atrevió apenas a insinuar el inconveniente de la falta de amor, pero su madre lo demolió con una sola frase: -También el amor se aprende. A diferencia de los noviazgos de la época, que eran largos y vigilados, el de ellos fue de sólo cuatro meses por las urgencias de Bayardo San Román. No fue más corto porque Pura Vicario exigió esperar a que terminara el luto de la familia. Pero el tiempo alcanzó sin angustias por la manera irresistible con que Bayardo San Román arreglaba las cosas. «Una noche me preguntó cuál era la casa que más me gustaba -me contó Ángela Vicario-. Y yo le contesté, sin saber para qué era, que la más bonita del pueblo era la quinta del viudo de Xius.» Yo hubiera dicho lo mismo. Estaba en una colina barrida por los vientos, y desde la terraza se veía el paraíso sin limite de las ciénagas cubiertas de anémonas moradas, y en los días claros del verano se alcanzaba a ver el horizonte nítido del Caribe, y los trasatlánticos de turistas de Cartagena de Indias. Bayardo San Román fue esa misma noche al Club Social y se sentó a la mesa del viudo de Xius a jugar una partida de dominó. -Viudo -le dijo-: le compro su casa. -No está a la venta -dijo el viudo. -Se la compro con todo lo que tiene dentro. El viudo de Xius le explicó con una buena educación a la antigua que los objetos de la casa habían sido comprados por la esposa en toda una vida de sacrificios, y que para él seguían siendo como parte de ella. «Hablaba con el alma en la mano -me dijo el doctor Dionisio Iguarán, que estaba jugando con ellos-. Yo estaba seguro que prefería morirse antes que vender una casa donde había sido feliz durante más de treinta años.» También Bayardo San Román comprendió sus razones. -De acuerdo -dijo-. Entonces véndame la casa vacía. Pero el viudo se defendió hasta el final de la partida. Al cabo de tres noches, ya mejor preparado, Bayardo San Román ,Volvió a la mesa de dominó. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 18 -Viudo -empezó de nuevo-: ¿Cuánto cuesta la casa? -No tiene precio. -Diga uno cualquiera. -Lo siento, Bayardo -dijo el viudo-, pero ustedes los jóvenes no entienden los motivos del corazón. Bayardo San Román no hizo una pausa para pensar. -Digamos cinco mil pesos -dijo. Juega limpio -le replicó el viudo con la dignidad alerta-. Esa casa no vale tanto. -Diez mil -dijo Bayardo San Román-. Ahora mismo, y con un billete encima del otro. El viudo lo miró con los ojos llenos de lágrimas. «Lloraba de rabia -me dijo el doctor Dionisio Iguarán, que además de médico era hombre de letras-. Imagínate: semejante cantidad al alcance de la mano, y tener que decir que no por una simple flaqueza del espíritu.» Al viudo de Xius no le salió la voz, pero negó sin vacilación con la cabeza. -Entonces hágame un último favor -dijo Bayardo San Román-. Espéreme aquí cinco minutos. Cinco minutos después, en efecto, volvió al Club Social con las alforjas enchapadas de plata, y puso sobre la mesa diez gavillas de billetes de a mil todavía con las bandas impresas del Banco del Estado. El viudo de Xius murió dos años después. «Se murió de eso -decía el doctor Dionisio Iguarán-. Estaba más sano que nosotros, pero cuando uno lo auscultaba se le sentían borboritar las lágrimas dentro del corazón.» Pues no sólo había vendido la casa con todo lo que tenía dentro, sino que le pidió a Bayardo San Román que le fuera pagando poco a poco porque no le quedaba ni un baúl de consolación para guardar tanto dinero. Nadie hubiera pensado, ni lo dijo nadie, que Ángela Vicario no fuera virgen. No se le había conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro. Aun cuando le faltaban menos de dos meses para casarse, Pura Vicario no permitió que fuera sola con Bayardo San Román a conocer la casa en que iban a vivir, sino que ella y el padre ciego la acompañaron para custodiarle la honra. « Lo único que le rogaba a Dios es que me diera valor para matarme -me dijo Ángela Vicario-. Pero no me lo dio.» Tan aturdida estaba que había resuelto contarle la verdad a su madre para librarse de aquel martirio, cuando sus dos únicas confidentes, que la ayudaban a hacer flores de trapo junto a la ventana, la disuadieron de su buena intención. «Les obedecí a ciegas -me dijo- porque me habían hecho creer que eran expertas en chanchullos de hombres.» Le aseguraron que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes de la infancia. Le insistieron en que aun los maridos más difíciles se resignaban a cualquier cosa siempre que nadie lo supiera. La convencieron, en fin, de que la mayoría de los hombres llegaban tan asustados a la noche de bodas, que eran incapaces de hacer nada sin la ayuda de la mujer, y a la hora de la verdad no podían responder de sus propios actos. «Lo único que creen es lo que vean en la sábana», le dijeron. De modo que le enseñaron artimañas de comadronas para fingir sus prendas perdidas, y para que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, abierta al sol en el patio de su casa, la sábana de hilo con la mancha del honor. Se casó con esa ilusión. Bayardo San Román, por su parte, debió casarse con la ilusión de comprar la felicidad con el peso descomunal de su poder y su fortuna, pues cuanto más aumentaban los planes de la fiesta, más ideas de delirio se le ocurrían para hacerla más grande. Trató de retrasar la boda por un día cuando se anunció la visita del obispo, para que éste los casara, pero Ángela Vicario se opuso. «La verdad -me dijo- es Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 19 que yo no quería ser bendecida por un hombre que sólo cortaba las crestas para la sopa y botaba en la basura el resto del gallo.» Sin embargo, aun sin la bendición del obispo, la fiesta adquirió una fuerza propia tan difícil de amaestrar, que al mismo Bayardo San Román se le salió de las manos y terminó por ser un acontecimiento público. El general Petronio San Román y su familia vinieron esta vez en el buque de ceremonias del Congreso Nacional, que permaneció atracado en el muelle hasta el término de la fiesta, y con ellos vinieron muchas gentes ilustres que sin embargo pasaron inadvertidas en el tumulto de caras nuevas. Trajeron tantos regalos, que fue preciso restaurar el local olvidado de la primera planta eléctrica para exhibir los más admirables, y el resto los llevaron de una vez a la antigua casa del viudo de Mus que ya estaba dispuesta para recibir a los recién casados. Al novio le regalaron un automóvil convertible con su nombre grabado en letras góticas bajo el escudo de la fábrica. A la novia le regalaron un estuche de cubiertos de oro puro para veinticuatro invitados. Trajeron además un espectáculo de bailarines, y dos orquestas de valses que desentonaron con las bandas locales, y con las muchas papayeras y grupos de acordeones que venían alborotados por la bulla de la parranda. La familia Vicario vivía en una casa modesta, con paredes de ladrillos y un, techo de palma rematado por dos buhardas donde se metían a empollar las golondrinas en enero. Tenía en el frente una terraza ocupada casi por completo con macetas de flores, y un patio grande con gallinas sueltas y árboles frutales. En el fondo del patio, los gemelos tenían un criadero de cerdos, con su piedra de sacrificios y su mesa de destazar, que fue una buena fuente de recursos domésticos desde que a Poncio Vicario se le acabó la vista. El negocio lo había empezado Pedro Vicario, pero cuando éste se fue al servicio militar, su hermano gemelo aprendió también el oficio de matarife. El interior de la casa alcanzaba apenas para vivir. Por eso las hermanas mayores trataron de pedir una casa prestada cuando se dieron cuenta del tamaño de la fiesta. «Imagínate -me dijo Ángela Vicario-: habían pensado en la casa de Plácida Linero, pero por fortuna mis padres se emperraron con el tema de siempre de que nuestras hijas se casan en nuestro chiquero, o no se casan.» Así que pintaron la casa de su color amarillo original, enderezaron las puertas y compusieron los pisos, y la dejaron tan digna como fue posible para una boda de tanto estruendo. Los gemelos se llevaron los cerdos para otra parte y sanearon la porqueriza con cal viva, pero aun así se vio que iba a faltar espacio. Al final, por diligencias de Bayardo San. Román, tumbaron las cercas del patio, pidieron prestadas para bailar las casas contiguas, y pusieron mesones de carpinteros para sentarse a comer bajo la fronda de los tamarindos. El único sobresalto imprevisto lo causó el novio en la mañana de la boda, pues llegó a buscar a Ángela Vicario con dos horas de retraso, y ella se había negado a vestirse de novia mientras no lo viera en la casa. «Imagínate -me dijo-: hasta me hubiera alegrado de que no llegara, pero nunca que me dejara vestida.» Su cautela pareció natural, porque no había un percance público más vergonzoso para una mujer que quedarse plantada con el vestido de novia. En cambio, el hecho de que Ángela Vicario se atreviera a ponerse el velo y los azahares sin ser virgen, había de ser interpretado después como una profanación de los símbolos de la pureza. Mi madre fue la única que apreció como un acto de valor el que hubiera jugado sus cartas marcadas hasta las últimas consecuencias. «En aquel tiempo -me explicó-, Dios entendía esas cosas.» Por el contrario, nadie ha sabido todavía con qué cartas jugó Bayardo San Román. Desde que apareció por fin de levita y chistera, hasta que se fugó del baile con la criatura de sus tormentos, fue la imagen perfecta del novio feliz. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 20 Tampoco se supo nunca con qué cartas jugó Santiago Nasar. Yo estuve con él todo el tiempo, en la iglesia y en la fiesta, junto con Cristo Bedoya y mi hermano Luis Enrique, y ninguno de nosotros vislumbró el menor cambio en su modo de ser. He tenido que repetir esto muchas veces, pues los cuatro habíamos crecido juntos en la escuela y luego en la misma pandilla de vacaciones, y nadie podía creer que tuviéramos un secreto sin compartir, y menos un secreto tan grande. Santiago Nasar era un hombre de fiestas, y su gozo mayor lo tuvo la víspera de su muerte, calculando los costos de la boda. En la iglesia estimó que habían puesto adornos florales por un valor igual al de catorce entierros de primera clase. Esa precisión había de perseguirme durante muchos años, pues Santiago Nasar me había dicho a menudo que el olor de las flores encerradas tenía para él una relación inmediata con la muerte, y aquel día me lo repitió al entrar en el templo. «No quiero flores en mi entierro», me dijo, sin pensar que yo había de ocuparme al día siguiente de que no las hubiera. En el trayecto de la iglesia a la casa de los Vicario sacó la cuenta de las guirnaldas de colores con que adornaron las calles, calculó el precio de la música y los cohetes, y hasta de la granizada de arroz crudo con que nos recibieron en la fiesta. En el sopor del medio día los recién casados hicieron la ronda del patio. Bayardo San Román se había hecho muy amigo nuestro, amigo de tragos, como se decía entonces, y parecía muy a gusto en nuestra mesa. Ángela Vicario, sin el velo y la corona y con el vestido de raso ensopado de sudor, había asumido de pronto su cara de mujer casada. Santiago Nasar calculaba, y se lo dijo a Bayardo San Román, que la boda iba costando hasta ese momento unos nueve mil pesos. Fue evidente que ella lo entendió como una impertinencia. « Mi madre me había enseñado que nunca se debe hablar de plata delante de la otra gente», me dijo. Bayardo San Román, en cambio, lo recibió de muy buen talante y hasta con una cierta jactancia. -Casi -dijo-, pero apenas estamos empezando. Al final será más o menos el doble. Santiago Nasar se propuso comprobarlo hasta el último céntimo, y la vida le alcanzó justo. En efecto, con los datos finales que Cristo Bedoya le dio al día siguiente en el puerto, 45 minutos antes de morir, comprobó que el pronóstico de Bayardo San Román había sido exacto. Yo conservaba un recuerdo muy confuso de la fiesta antes de que hubiera decidido rescatarla a pedazos de la memoria ajena. Durante años se siguió hablando en mi casa de que mi padre había vuelto a tocar el violín de su juventud en honor de los recién casados, que mi hermana la monja bailó un merengue con su hábito de tornera, y que el doctor Dionisio Iguarán, que era primo hermano de mi madre, consiguió que se lo llevaran en el buque oficial para no estar aquí al día siguiente cuando viniera el obispo. En el curso de las indagaciones para esta crónica recobré numerosas vivencias marginales, y entre ellas el recuerdo de gracia de las hermanas de Bayardo San Román, cuyos vestidos de terciopelo con grandes alas de mariposas, prendidas con pinzas de oro en la espalda, llamaron más la atención que el penacho de plumas y la coraza de medallas de guerra de su padre. Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después. La imagen más intensa que siempre conservé de aquel domingo indeseable fue la del viejo Poncio Vicario sentado solo en un taburete en el centro del patio. Lo habían puesto ahí pensando quizás que era el sitio de honor, y los invitados tropezaban con él, lo confundían con otro, lo cambiaban de lugar para que no estorbara, y él movía la cabeza nevada hacia todos lados con una expresión errática de ciego demasiado reciente, contestando preguntas que no eran para él y respondiendo saludos fugaces que Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 21 nadie le hacía, feliz en su cerco de olvido, con la camisa acartonada de engrudo y el bastón de guayacán que le habían comprado para la fiesta. El acto formal terminó a las seis de la tarde cuando se despidieron los invitados de honor. El buque se fue con las luces encendidas y dejando un reguero de valses de pianola, y por un instante quedamos a la deriva sobre un abismo de incertidumbre, hasta que volvimos a reconocernos unos a otros y nos hundimos en el manglar de la parranda. Los recién casados aparecieron poco después en el automóvil descubierto, abriéndose paso a duras penas en el tumulto. Bayardo San Román reventó cohetes, tomó aguardiente de las botellas que le tendía la muchedumbre, y se bajó del coche con Ángela Vicario para meterse en la rueda de la cumbiamba. Por último ordenó que siguiéramos bailando por cuenta suya hasta donde nos alcanzara la vida, y se llevó a la esposa aterrorizada para la casa de sus sueños donde el viudo de Xius había sido feliz. La parranda pública se dispersó en fragmentos hacia la media noche, y sólo quedó abierto el negocio de Clotilde Armenta a un costado de la plaza. Santiago Nasar y yo, con mi hermano Luis Enrique y Cristo Bedoya, nos fuimos para la casa de misericordias de María Alejandrina Cervantes. Por allí pasaron entre muchos otros los hermanos Vicario, y estuvieron bebiendo con nosotros y cantando con Santiago Nasar cinco horas antes de matarlo. Debían quedar aún algunos rescoldos desperdigados de la fiesta original, pues de todos lados nos llegaban ráfagas de música. y pleitos remotos, y nos siguieron llegando, cada vez más tristes, hasta muy poco antes de que bramara el buque del obispo. Pura Vicario le contó a mi madre que se había acostado a las once de la noche después de que las hijas mayores la ayudaron a poner un poco de orden en los estragos de la boda. Como a las diez, cuando todavía quedaban algunos borrachos cantando en el patio, Ángela Vicario había mandado a pedir una maletita de cosas personales que estaba en el ropero de su dormitorio, y ella quiso mandarle también una maleta con ropa de diario, pero el recadero estaba de prisa. Se había dormido a fondo cuando tocaron a la puerta. «Fueron tres toques muy despacio -le contó a mi madre-, pero tenían esa cosa rara de las malas noticias.» Le contó que había abierto la puerta sin encender la luz para no despertar a nadie, y vio a Bayardo San Román en el resplandor del farol público, con la camisa de seda sin abotonar y los pantalones de fantasía sostenidos con tirantes elásticos. «Tenía ese color verde de los sueños», le dijo Pura Vicario a mi madre. Ángela Vicario estaba en la sombra, de modo que sólo la vio cuando Bayardo San Román la agarró por el brazo y la puso en la luz. Llevaba el traje de raso en piltrafas y estaba envuelta con una toalla hasta la cintura. Pura Vicario creyó que se habían desbarrancado con el automóvil y estaban muertos en el fondo del precipicio. Ave María Purísima -dijo aterrada-. Contesten si todavía son de este mundo. Bayardo San Román no entró, sino que empujó con suavidad a su esposa hacia el interior de la casa, sin decir una palabra. Después besó a Pura Vicario en la mejilla y le habló con una voz de muy hondo desaliento pero con mucha ternura. -Gracias por todo, madre -le dijo-. Usted es una santa. Sólo Pura Vicario supo lo que hizo en las dos horas siguientes, y se fue a la muerte con su secreto. «Lo único que recuerdo es que me sostenía por el pelo con una mano y me golpeaba con la otra con tanta rabia que pensé que me iba a matar», me contó Ángela Vicario. Pero hasta eso lo hizo con tanto sigilo, que su marido y sus hijas mayores, dormidos en los otros cuartos, no se enteraron de nada hasta el amanecer cuando ya estaba consumado el desastre. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 22 Los gemelos volvieron a la casa un poco antes de las tres, llamados de urgencia por su madre. Encontraron á Ángela Vicario tumbada bocabajo en un sofá del comedor y con la cara macerada a golpes, pero había terminado de llorar. «Ya no estaba asustada -me dijo-. Al contrario: sentía como si por fin me hubiera quitado de encima la conduerma de la muerte, y lo único que quería era que todo terminara rápido para tirarme a dormir.» Pedro Vicario, el más resuelto de los hermanos, la levantó en vilo por la cintura y la sentó en la mesa del comedor. -Anda, niña -le dijo temblando de rabia-: dinos quién fue. Ella se demoró apenas el tiempo necesario para decir el nombre. Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre. -Santiago Nasar -dijo. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 23 El abogado sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que hubieran vuelto a hacerlo mil veces por los mismos motivos. Fueron ellos quienes vislumbraron el recurso de la defensa desde que se rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen. Irrumpieron jadeando en la Casa Cural, perseguidos de cerca por un grupo de árabes enardecidos, y pusieron los cuchillos con el acero limpio en la mesa del padre Amador. Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados y la cara embadurnada de sudor y de sangre todavía viva, pero él párroco recordaba la rendición como un acto de una gran dignidad. -Lo matamos a conciencia -dijo Pedro Vicario-, pero somos inocentes. -Tal vez ante Dios -dijo el padre Amador. -Ante Dios y ante los hombres -dijo Pablo Vicario-. Fue un asunto de honor. Más aún: en la reconstrucción de los hechos fingieron un encarnizamiento mucho más inclemente que el de la realidad, hasta el extremo de que fue necesario reparar con fondos públicos la puerta principal de la casa de Plácida Linero, que quedó desportillada a punta de cuchillo. En el panóptico de Riohacha, donde estuvieron tres años en espera del juicio porque no tenían con que pagar la fianza para la libertad condicional, los reclusos más antiguos los recordaban por su buen carácter y su espíritu social, pero nunca advirtieron en ellos ningún indicio de arrepentimiento. Sin embargo, la realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago Nasar de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron. Según me dijeron años después, habían empezado por buscarlo en la casa de María Alejandrina Cervantes, donde estuvieron con él hasta las dos. Este dato, como muchos otros, no fue registrado en el sumario. En realidad, Santiago Nasar ya no estaba ahí a la hora en que los gemelos dicen que fueron a buscarlo, pues habíamos salido a hacer una ronda de serenatas, pero en todo caso no era cierto que hubieran ido. «Jamás habrían vuelto a salir de aquí», me dijo María Alejandrina Cervantes, y conociéndola tan bien, nunca lo puse en duda. En cambio, lo fueron a esperar en la casa de Clotilde Armenta, por donde sabían que iba a pasar medio mundo menos Santiago Nasar. «Era el único lugar abierto», declararon al instructor. «Tarde o temprano tenía que salir por ahí», me dijeron a mí, después de que fueron absueltos. Sin embargo, cualquiera sabía que la puerta principal de la casa de Plácida Linero permanecía trancada por dentro, inclusive durante el día, y que Santiago Nasar llevaba siempre consigo las llaves de la entrada posterior. Por allí entró de regreso a su casa, en efecto, cuando hacía más de una hora que los gemelos Vicario lo esperaban por el otro lado, y si después salió por la puerta de la plaza cuando iba a recibir al obispo fue por una. razón tan imprevista que el mismo instructor del sumario no acabó de entenderla. Nunca hubo una muerte más anunciada. Después de que la hermana les reveló el nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga, donde guardaban los útiles de sacrificio, y escogieron los dos cuchillos mejores: uno de descuartizar, de diez pulgadas de largo por dos y media de ancho, y otro de limpiar, de siete pulgadas de largo por una y media de ancho. Los envolvieron en un trapo, y se fueron a afilarlos en Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 24 el mercado de carnes, donde apenas empezaban a abrir algunos expendios. Los primeros clientes eran escasos, pero veintidós personas declararon haber oído cuanto dijeron, y todas coincidían en la impresión de que lo habían dicho con el único propósito de que los oyeran. Faustino Santos, un carnicero amigo, los vio entrar a las 3.20 cuando acababa de abrir su mesa de vísceras, y no entendió por qué llegaban el lunes y tan temprano, y todavía con los vestidos de paño oscuro de la boda. Estaba acostumbrado a verlos los viernes, pero un poco más tarde, y con los delantales de cuero que se ponían para la matanza. «Pensé que estaban tan borrachos -me dijo Faustino Santos-, que no sólo se habían equivocado de hora sino también de fecha.» Les recordó que era lunes. -Quién no lo sabe, pendejo -le contestó de buen modo Pablo Vicario-. Sólo venimos a afilar los cuchillos. Los afilaron en la piedra giratoria, y como lo hacían siempre: Pedro sosteniendo los dos cuchillos y alternándolos en la piedra, y Pablo dándole vuelta a la manivela. Al mismo tiempo hablaban del esplendor de la boda con los otros carniceros. Algunos se quejaron de no haber recibido su ración de pastel, a pesar de ser compañeros de oficio, y ellos les prometieron que las harían mandar más tarde. Al final, hicieron cantar los cuchillos en la piedra, y Pablo puso el suyo junto a la lámpara para que destellara el acero: -Vamos a matar a Santiago Nasar -dijo. Tenían tan bien fundada su reputación de gente buena, que nadie les hizo caso. «Pensamos que eran vainas de borrachos», declararon varios carniceros, lo mismo que Victoria Guzmán y tantos otros que los vieron después. Yo había de preguntarles alguna vez a los carniceros si el oficio de matarife no revelaba un alma predispuesta para matar un ser humano. Protestaron: «Cuando uno sacrifica una res no se atreve a mirarle los ojos». Uno de ellos me dijo que no podía comer la carne del animal que degollaba. Otro me dijo que no sería capaz de sacrificar una vaca que hubiera conocido antes, y menos si había tomado su leche. Les recordé que los hermanos Vicario sacrificaban los mismos cerdos que criaban, y les eran tan familiares que los distinguían por sus nombres. «Es cierto -me replicó uno-, pero fíjese que no les ponían nombres de gente sino de flores.» Faustino Santos fue el único que percibió una lumbre de verdad en la amenaza de Pablo Vicario, y le preguntó en broma por qué tenían que matar a Santiago Nasar habiendo tantos ricos que merecían morir primero. -Santiago Nasar sabe por qué -le contestó Pedro Vicario. Faustino Santos me contó que se había quedado con la duda, y se la comunicó a un agente de la policía que pasó poco más tarde a comprar una libra de hígado para el desayuno del alcalde. El agente, de acuerdo con el sumario, se llamaba Leandro Pornoy, y murió el año siguiente por una cornada de toro en la yugular durante las fiestas patronales. De modo que nunca pude hablar con él, pero Clotilde Armenta me confirmó que fue la primera persona que estuvo en su tienda cuando ya los gemelos Vicario se habían sentado a esperar. Clotilde Armenta acababa de reemplazar a su marido en el mostrador. Era el sistema habitual. La tienda vendía leche al amanecer y víveres durante el día, y se transformaba en cantina desde las seis de la tarde. Clotilde Armenta la abría a las 3.30 de la madrugada. Su marido, el buen don Rogelio de la Flor, se hacía cargo de la cantina hasta la hora de cerrar. Pero aquella noche hubo tantos clientes descarriados de la boda, que se acostó pasadas las tres sin haber cerrado, y ya Clotilde Armenta estaba levantada más temprano que de costumbre, porque quería terminar antes de que llegara el obispo. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 25 Los hermanos Vicario entraron a las 4.10. A esa hora sólo se vendían cosas de comer, pero Clotilde Armenta les vendió una botella de aguardiente de caña, no sólo por el aprecio que les tenía, sino también porque estaba muy agradecida por la porción de pastel de boda que le habían mandado. Se bebieron la botella entera con dos largas tragantadas, pero siguieron impávidos. «Estaban pasmados -me dijo Clotilde Armenta-, y ya no podían levantar presión ni con petróleo de lámpara.» Luego se quitaron las chaquetas de paño, las colgaron con mucho cuidado en el espaldar de las sillas, y pidieron otra botella. Tenían la camisa sucia de sudor seco y una barba del día anterior que les daba un aspecto montuno. La segunda botella se la tomaron más despacio, sentados, mirando con insistencia hacia la casa de Plácida Linero, en la acera de enfrente, cuyas ventanas estaban apagadas. La más grande del balcón era la del dormitorio de Santiago Nasar. Pedro Vicario le preguntó a Clotilde Armenta si había visto luz en esa ventana, y ella le contestó que no, pero le pareció un interés extraño. -¿Le pasó algo? -preguntó. -Nada -le contestó Pedro Vicario-. No más que lo andamos buscando para matarlo. Fue una respuesta tan espontánea que ella no pudo creer que fuera cierta. Pero se fijó en que los gemelos llevaban dos cuchillos de matarife envueltos en trapos de cocina. -¿Y se puede saber por qué quieren matarlo tan temprano? -preguntó. -Él sabe por qué -contestó Pedro Vicario. Clotilde Armenta los examinó en serio. Los conocía tan bien que podía distinguirlos, sobre todo después de que Pedro Vicario regresó del cuartel. «Parecían dos niños», me dijo. Y esa reflexión la asustó, pues siempre había pensado que sólo los niños son capaces de todo. Así que acabó de preparar los trastos de la leche, y se fue a despertar a su marido para contarle lo que estaba pasando en la tienda. Don Rogelio de la Flor la escuchó medio dormido. -No seas pendeja -le dijo-, ésos no matan a nadie, y menos a un rico. Cuando Clotilde Armenta volvió a la tienda los gemelos estaban conversando con el agente Leandro Pornoy, que iba por la leche del alcalde. No oyó lo que hablaron, pero supuso que algo le habían dicho de sus propósitos, por la forma en que observó los cuchillos al salir. El coronel Lázaro Aponte se había levantado un poco antes de las cuatro. Acababa de afeitarse cuando el agente Leandro Pornoy le reveló las intenciones de los hermanos Vicario. Había resuelto tantos pleitos de amigos la noche anterior, que no se dio ninguna prisa por uno más. Se vistió con calma, se hizo varias veces hasta que le quedó perfecto el corbatín de mariposa, y se colgó en el cuello el escapulario de la Congregación de María para recibir al obispo. Mientras desayunaba con un guiso de hígado cubierto de anillos de cebolla, su esposa le’contó muy excitada que Bayardo San Román había devuelto a Ángela Vicario, pero él no lo tomó con igual dramatismo. -¡Dios mío! -se burló-, ¿qué va a pensar el obispo? Sin embargo, antes de terminar el desayuno recordó lo que acababa de decirle el ordenanza, juntó las dos noticias y descubrió de inmediato que casaban exactas como dos piezas de un acertijo. Entonces fue a la plaza por la calle del puerto nuevo, cuyas casas empezaban a revivir por la llegada del obispo. «Recuerdo con seguridad que eran casi las cinco y empezaba a llover», me dijo el coronel Lázaro Aponte. En el trayecto, tres personas lo detuvieron para contarle en secreto que los hermanos Vicario estaban esperando a Santiago Nasar para matarlo, pero sólo uno supo decirle dónde. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 26 Los encontró en la tienda de Clotilde Armenta. «Cuando los vi pensé que eran puras bravuconadas -me dijo con su lógica personal-, porque no estaban tan borrachos como yo creía.» Ni siquiera los interrogó sobre sus intenciones, sino que les quitó los cuchillos y los mandó a dormir. Los trataba con la misma complacencia de sí mismo con que había sorteado la alarma de la esposa. -¡Imagínense -les dijo-: qué va a decir el obispo si los encuentra en ese estado! Ellos se fueron. Clotilde Armenta sufrió una desilusión más con la ligereza del alcalde, pues pensaba que debía arrestar a los gemelos hasta esclarecer la verdad. El coronel Aponte le mostró los cuchillos como un argumento final. -Ya no tienen con qué matar a nadie -dijo. -No es por eso -dijo Clotilde Armenta-. Es para librar a esos pobres muchachos del horrible compromiso que les ha caído encima. Pues ella lo había intuido. Tenía la certidumbre de que los hermanos Vicario no estaban tan ansiosos por cumplir la sentencia como por encontrar a alguien que les hiciera el favor de impedírselo. Pero el coronel Aponte estaba en paz con su alma. -No se detiene a nadie por sospechas -dijo-. Ahora es cuestión de prevenir a Santiago Nasar, y feliz año nuevo. Clotilde Armenta recordaría siempre que el talante rechoncho del coronel Aponte le causaba una cierta desdicha, y en cambio yo lo evocaba como un hombre feliz; aunque un poco trastornado por la práctica solitaria del espiritismo aprendido por correo. Su comportamiento de aquel lunes fue la prueba terminante de su frivolidad. La verdad es que no volvió a acordarse de Santiago Nasar hasta que lo vio en el puerto, y entonces se felicitó por haber tomado la decisión justa. Los hermanos Vicario les habían contado sus propósitos a más de doce personas que fueron a comprar leche, y éstas los habían divulgado por todas partes antes de las seis. A Clotilde Arrnenta le parecía imposible que no se supiera en la casa de enfrente. Pensaba que Santiago Nasar no estaba allí, pues no había visto encenderse la luz del dormitorio, y a todo el que pudo le pidió prevenirlo donde lo vieran. Se lo mandó a decir, inclusive, al padre Amador, con la novicia de servicio que fue a comprar la leche para las monjas. Después de las cuatro, cuando vio luces en la cocina de la casa de Plácida Linero, le mandó el último recado urgente a Victoria Guzmán con la pordiosera que iba todos los días a pedir un poco de leche por caridad. Cuando bramó el buque del obispo casi todo el mundo estaba despierto para recibirlo, y éramos muy pocos quienes no sabíamos que los gemelos Vicario estaban esperando a Santiago Nasar para matarlo, y se conocía además el motivo con sus pormenores completos. Clotilde Armenta no había acabado de vender la leche cuando volvieron los hermanos Vicario con otros dos cuchillos envueltos en periódicos. Uno era de descuartizar, con una hoja oxidada y dura de doce pulgadas de largo por tres de ancho, que había sido fabricado por Pedro Vicario con el metal de una segueta, en una época en que no venían cuchillos alemanes por causa de la guerra. El otro era más corto, pero ancho y curvo. El juez instructor lo dibujó en el sumario, tal vez porque no lo pudo describir, y se arriesgó apenas a indicar que parecía un alfanje en miniatura. Fue con estos cuchillos que se cometió el crimen, y ambos eran rudimentarios y muy usados. Faustino Santos no pudo entender lo que había pasado. «Vinieron a afilar otra vez los cuchillos -me dijo- y volvieron a gritar para que los oyeran que iban a sacarle las tripas a Santiago Nasar, así que yo creí que estaban mamando gallo, sobre todo porque no me fijé en los cuchillos, y pensé que eran los mismos.» Esta vez, sin embargo, Clotilde Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 27 Armenta notó desde que los vio entrar que no llevaban la misma determinación de antes. En realidad, habían tenido la primera discrepancia. No sólo eran mucho más distintos por dentro de lo que parecían por fuera, sino que en emergencias difíciles tenían caracteres contrarios. Sus amigos lo habíamos advertido desde la escuela primaria. Pablo Vicario era seis minutos mayor que el hermano, y fue más imaginativo y resuelto hasta la adolescencia. Pedro Vicario me pareció siempre más sentimental, y por lo mismo más autoritario. Se presentaron juntos para el servicio militar a los 20 años, y Pablo Vicario fue eximido para que se quedara al frente de la familia. Pedro Vicario cumplió el servicio durante once meses en patrullas de orden público. El régimen de tropa, agravado por el miedo de la muerte, le maduró la vocación de mandar y la costumbre de decidir por su hermano. Regresó con una blenorragia de sargento que resistió a los métodos más brutales de la medicina militar, y a las inyecciones de arsénico y las purgaciones de permanganato del doctor Dionisio Iguarán. Sólo en la cárcel lograron sanarlo. Sus amigos estábamos de acuerdo en que Pablo Vicario desarrolló de pronto una dependencia rara de hermano menor cuando Pedro Vicario regresó con un alma cuartelaria y con la novedad de levantarse la camisa para mostrarle a quien quisiera verla una cicatriz de bala de sedal en el costado izquierdo. Llegó a sentir, inclusive, una especie de fervor ante la blenorragia de hombre grande que su hermano exhibía como una condecoración de guerra. Pedro Vicario, según declaración propia, fue el que tomó la decisión de matar a Santiago Nasar, y al principio su hermano no hizo más que seguirlo. Pero también fue él quien pareció dar por cumplido el compromiso cuando los desarmó el alcalde, y entonces fue Pablo Vicario quien asumió el mando. Ninguno de los dos mencionó este desacuerdo en sus declaraciones separadas ante el instructor. Pero Pablo Vicario me confirmó varias veces que no le fue fácil convencer al hermano de la resolución final. Tal vez no fuera en realidad sino una ráfaga de pánico, pero el hecho es que Pablo Vicario entró solo en la pocilga a buscar los otros dos cuchillos, mientras el hermano agonizaba gota a gota tratando de orinar bajo los tamarindos. «Mi hermano no supo nunca lo que es eso -me dijo Pedro Vicario en nuestra única entrevista-. Era como orinar vidrio molido.» Pablo Vicario lo encontró todavía abrazado del árbol cuando volvió con los cuchillos. «Estaba sudando frío del dolor -me dijo- y trató de decir que me fuera yo solo porque él no estaba en condiciones de matar a nadie.» Se sentó en uno de los mesones de carpintero que habían puesto bajo los árboles para el almuerzo de la boda, y se bajó los pantalones hasta las rodillas. «Estuvo como media hora cambiándose la gasa con que llevaba envuelta la pinga», me dijo Pablo Vicario. En realidad no se demoró más de diez minutos, pero fue algo tan difícil, y tan enigmático para Pablo Vicario, que lo interpretó como una nueva artimaña del hermano para perder el tiempo hasta el amanecer. De modo que le puso el cuchillo en la mano y se lo llevó casi por la fuerza a buscar la honra perdida de la hermana. -Esto no tiene remedio -le dijo-: es como si ya nos hubiera sucedido. Salieron por el portón de la porqueriza con los cuchillos sin envolver, perseguidos por el alboroto de los perros en los patios. Empezaba a aclarar. «No estaba lloviendo», recordaba Pablo Vicario. «Al contrario -recordaba Pedro-: había viento de mar y todavía las estrellas se podían contar con el dedo.» La noticia estaba entonces tan bien repartida, que Hortensia Baute abrió la puerta justo cuando ellos pasaban frente a su casa, y fue la, primera que lloró por Santiago Nasar. «Pensé que ya lo habían matado -me dijo-, porque vi los cuchillos con la luz del poste y me pareció que iban chorreando sangre.» Una de las pocas casas que estaban abiertas en esa calle extraviada era la de Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 28 Prudencia Cotes, la novia de Pablo Vicario. Siempre que los gemelos pasaban por ahí a esa hora, y en especial los viernes cuando iban para el mercado, entraban a tomar el primer café. Empujaron la puerta del patio, acosados por los perros que los reconocieron en la penumbra del alba, y saludaron a la madre de Prudencia Cotes en la cocina. Aún no estaba el café. -Lo dejamos para después -dijo Pablo Vicario-, ahora vamos de prisa. -Me lo imagino, hijos -dijo ella-: el honor no espera. Pero de todos modos esperaron, y entonces fue Pedro Vicario quien pensó que el hermano estaba perdiendo el tiempo a propósito. Mientras tomaban el café, Prudencia Cotes salió a la cocina en plena adolescencia con un rollo de periódicos viejos para animar la lumbre de la hornilla. «Yo sabía en qué andaban -me dijo- y no sólo estaba de acuerdo, sino que nunca me hubiera casado con él si no cumplía como hombre.» Antes de abandonar la cocina, Pablo Vicario le quitó dos secciones de periódicos y le dio una al hermano para envolver los cuchillos. Prudencia Cotes se quedó esperando en la cocina hasta que los vio salir por la puerta del patio, y siguió esperando durante tres años sin un instante de desaliento, hasta que Pablo Vicario salió de la cárcel y fue su esposo de toda la vida. -Cuídense mucho -les dijo. De modo que a Clotilde Armenta no le faltaba razón cuando le pareció que los gemelos no estaban tan resueltos como antes, y les sirvió una botella de gordolobo de vaporino con la esperanza de rematarlos. «¡Ese día me di cuenta -me dijo- de lo solas que estamos las mujeres en el mundo!» Pedro Vicario le pidió prestado los utensilios de afeitar de su marido, y ella le llevó la brocha, el jabón, el espejo de colgar y la máquina con la cuchilla nueva, pero él se afeitó con el cuchillo de destazar. Clotilde Armenta pensaba que eso fue el colmo del machismo. «Parecía un matón de cine», me dijo. Sin embargo, él me explicó después, y era cierto, que en el cuartel había aprendido a afeitarse con navaja barbera, y nunca más lo pudo hacer de otro modo. Su hermano, por su parte, se afeitó del modo más humilde con la máquina prestada de don Rogelio de la Flor. Por último se bebieron la botella en silencio, muy despacio, contemplando con el aire lelo de los amanecidos la ventana apagada en la casa de enfrente, mientras pasaban clientes fingidos comprando leche sin necesidad y preguntando por cosas de comer que no existían, con la intención de ver si era cierto que estaban esperando a Santiago Nasar para matarlo. Los hermanos Vicario no verían encenderse esa ventana. Santiago Nasar entró en su casa a las 4.20, pero no tuvo que encender ninguna luz para llegar al dormitorio porque el foco de la escalera permanecía encendido durante la noche. Se tiró sobre la cama en la oscuridad y con la ropa puesta, pues sólo le quedaba una hora para dormir, y así lo encontró Victoria Guzmán cuando subió a despertarlo para que recibiera al obispo. Habíamos estado juntos en la casa de María Alejandrina Cervantes hasta pasadas las tres, cuando ella misma despachó a los músicos y apagó las luces del patio de baile para que sus mulatas de placer se acostaran solas a descansar. Hacía tres días con sus noches que trabajaban sin reposo, primero atendiendo en secreto a los invitados de honor, y después destrampadas a puertas abiertas con los que nos quedamos incompletos con la parranda de la boda. María Alejandrina Cervantes, de quien decíamos que sólo había de dormir una vez para morir, fue la mujer más elegante y la más tierna que conocí jamás, y la más servicial en la cama, pero también la más severa. Había nacido y crecido aquí, y aquí vivía, en una casa de puertas abiertas con varios cuartos de alquiler y un enorme patio de baile con calabazos de luz comprados en los bazares Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 29 chinos de Paramaribo. Fue ella quien arrasó con la virginidad de mi generación. Nos enseñó mucho más de lo que debíamos aprender, pero nos enseñó sobre todo que ningún lugar de la vida es más triste que una canea vacía. Santiago Nasar perdió el sentido desde que la vio por primera vez. Yo lo previne: Halcón que se atreve con garza guerrera, peligros espera. Pero él no me oyó, aturdido por los silbos quiméricos de María Alejandrina Cervantes. Ella fue su pasión desquiciada, su maestra de lágrimas a los 15 años, hasta que Ibrahim Nasar se lo quitó de la cama a correazos y lo encerró más de un año en El Divino Rostro. Desde entonces siguieron vinculados por un afecto serio, pero sin el desorden del amor, y ella le tenía tanto respeto que no volvió a acostarse con nadie si él estaba presente. En aquellas últimas vacaciones nos despachaba temprano con el pretexto inverosímil de que estaba cansada, pero dejaba la puerta sin tranca y una luz encendida en el corredor para que yo volviera a entrar en secreto. Santiago Nasar tenía un talento casi mágico para los disfraces, y su diversión predilecta era trastocar la identidad de las mulatas. Saqueaba los roperos de unas para disfrazar a las otras, de modo que todas terminaban por sentirse distintas de sí mismas e iguales a las que no eran. En cierta ocasión, una de ellas se vio repetida en otra con tal acierto, que sufrió una crisis de llanto. «Sentí que me había salido del espejo», dijo. Pero aquella noche, María Alejandrina Cervantes no permitió que Santiago Nasar se complaciera por última vez en sus artificios de transformista, y lo hizo con pretextos tan frívolos que el mal sabor de ese recuerdo le cambió la vida. Así que nos llevamos a los músicos a una ronda de serenatas, y seguirnos la fiesta por nuestra cuenta, mientras los gemelos Vicario esperaban a Santiago Nasar para matarlo. Fue a él a quien se le ocurrió, casi a las cuatro, que subiéramos a la colina del viudo de Xius para cantarles a los recién casados. No sólo les cantamos por las ventanas, sino que tiramos cohetes y reventamos petardos en los jardines, pero no percibimos ni una señal de vida dentro de la quinta. No se nos ocurrió que no hubiera nadie, sobre todo porque el automóvil nuevo estaba en la puerta, todavía con la capota plegada y con las cintas de raso y los macizos de azahares de parafina que les habían colgado en la fiesta. Mi hermano Luis Enrique, que entonces tocaba la guitarra como un profesional, improvisó en honor de los recién casados una canción de equívocos matrimoniales. Hasta entonces no había llovido. Al contrario, la luna estaba en el centro del cielo, y el aire era diáfano, y en el fondo del precipicio se veía el reguero de luz de los fuegos fatuos en el cementerio. Del otro lado se divisaban los sembrados de plátanos azules bajo la luna, las ciénagas tristes y la línea fosforescente del Caribe en el horizonte. Santiago Nasar señaló una lumbre intermitente en el mar, y nos dijo que era el ánima en pena de un barco negrero que se había hundido con un cargamento de esclavos del Senegal frente a la boca grande de Cartagena de Indias. No era posible pensar que tuviera algún malestar de la conciencia, aunque entonces no sabía que la efímera vida matrimonial de Ángela Vicario había terminado dos horas antes. Bayardo San Román la había llevado a pie a casa de sus padres para que el ruido del motor no delatara su desgracia antes de tiempo, y estaba otra vez solo y con las luces apagadas en la quinta feliz del viudo de Xius. Cuando bajamos la colina, mi hermano nos invitó a desayunar con pescado frito en las fondas del mercado, pero Santiago Nasar se opuso porque quería dormir una hora hasta que llegara el obispo. Se fue con Cristo Bedoya por la orilla del río bordeando los tambos de pobres que empezaban a encenderse en el puerto antiguo, y antes de doblar la esquina nos hizo una señal de adiós con la mano. Fue la última vez que lo vimos. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 30 Cristo Bedoya, con quien estaba de acuerdo para encontrarse más tarde en el puerto, lo despidió en la entrada posterior de su casa. Los perros le ladraban por costumbre cuando lo sentían entrar, pero él los apaciguaba en la penumbra con el campanilleo de las llaves. Victoria Guzmán estaba vigilando la cafetera en el fogón cuando él pasó por la cocina hacia el interior de la casa. -Blanco -lo llamó-: ya va a estar el café. Santiago Nasar le dijo que lo tomaría más tarde, y le pidió decirle a Divina Flor que lo despertara a las cinco y media, y que le llevara una muda de ropa limpia igual a la que llevaba puesta. Un instante después de que él subió a acostarse, Victoria Guzmán recibió el recado de Clotilde Armenta con la pordiosera de la leche. A las 5.30 cumplió la orden de despertarlo, pero no mandó a Divina Flor sino que subió ella misma al dormitorio con el vestido de lino, pues no perdía ninguna ocasión de preservar a la hija contra las garras del boyardo. María Alejandrina Cervantes había dejado sin tranca la puerta de la casa. Me despedí de mi hermano, atravesé el corredor donde dormían los gatos de las mulatas amontonados entre los tulipanes, y empujé sin tocar la puerta del dormitorio. Las luces estaban apagadas, pero tan pronto como entré percibí el olor de mujer tibia y vi los ojos de leoparda insomne en la oscuridad, y después no volví a saber de mí mismo hasta que empezaron a sonar las campanas. De paso para nuestra casa, mi hermano entró a comprar cigarrillos en la tienda de Clotilde Armenta. Había bebido tanto, que sus recuerdos de aquel encuentro fueron siempre muy confusos, pero no olvidó nunca el trago mortal que le ofreció Pedro Vicario. «Era candela pura», me dijo. Pablo Vicario, que había empezado a dormirse, despertó sobresaltado cuando lo sintió entrar, y le mostró el cuchillo. -Vamos a matar a Santiago Nasar -le dijo. Mi hermano no lo recordaba. «Pero aunque lo recordara no lo hubiera creído -me ha dicho muchas veces-. ¡A quién carajo se le podía ocurrir que los gemelos iban a matar a nadie, y menos con un cuchillo de puercos!» Luego le preguntaron dónde estaba Santiago Nasar, pues los habían visto juntos a las dos, y mi hermano no recordó tampoco su propia respuesta. Pero Clotilde Armenta y los hermanos Vicario se sorprendieron tanto al oírla, que la dejaron establecida en el sumario con declaraciones separadas. Según ellos, mi hermano dijo: «Santiago Nasar está muerto». Después impartió una bendición episcopal, tropezó en el pretil de la puerta y salió dando tumbos. En medio de la plaza se cruzó con el padre Amador. Iba para el puerto con sus ropas de oficiar, seguido por un acólito que tocaba la campanilla y varios ayudantes con el altar para la misa campal del obispo. Al verlos pasar, los hermanos Vicario se santiguaron. Clotilde Armenta me contó que habían perdido las últimas esperanzas cuando el párroco pasó de largo frente a su casa. «Pensé que no había recibido mi recado», dijo. Sin embargo, el padre Amador me confesó muchos años después, retirado del mundo en la tenebrosa Casa de Salud de Calafell, que en efecto había recibido el mensaje de Clotilde Armenta, y otros más perentorios, mientras se preparaba para ir al puerto. «La verdad es que no supe qué hacer -me dijo-. Lo primero que pensé fue que no era un asunto mío sino de la autoridad civil, pero después resolví decirle algo de pasada a Plácida Linero.» Sin embargo, cuando atravesó la plaza lo había olvidado por completo. «Usted tiene que entenderlo -me dijo-: aquel día desgraciado llegaba el obispo.» En el momento del crimen se sintió tan desesperado, y tan indigno de sí mismo, que no se le ocurrió nada más que ordenar que tocaran a fuego. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 31 Mi hermano Luis Enrique entró en la casa por la puerta de la cocina, que mi madre dejaba sin cerrojo para que mi padre no nos sintiera entrar. Fue al baño antes de acostarse, pero se durmió sentado en el retrete, y cuando mi hermano Jaime se levantó para ir a la escuela, lo encontró tirado boca abajo en las baldosas, y cantando dormido. Mi hermana la monja, que no iría a esperar al obispo porque tenía una cruda de cuarenta grados, no consiguió despertarlo. «Estaban dando las cinco cuando fui al baño», me dijo. Más tarde, cuando mi hermana Margot entró a bañarse para ir al puerto, logró llevarlo a duras penas al dormitorio. Desde el otro lado del sueño, oyó sin despertar los primeros bramidos del buque del obispo. Después se durmió a fondo, rendido por la parranda, hasta que mi hermana la monja entró en el dormitorio tratando de ponerse el hábito a la carrera, y lo despertó con su grito de loca: -¡Mataron a Santiago Nasar! Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 32 Los estragos de los cuchillos fueron apenas un principio de la autopsia inclemente que el padre Carmen Amador se vio obligado a hacer por ausencia del doctor Dionisio Iguarán. «Fue como si hubiéramos vuelto a matarlo después de muerto -me dijo el antiguo párroco en su retiro de Calafell-. Pero era una orden del alcalde, y las órdenes de aquel bárbaro, por estúpidas que fueran, había que cumplirlas.» No era del todo justo. En la confusión de aquel lunes absurdo, el coronel Aponte había sostenido una conversación telegráfica urgente con el gobernador de la provincia, y éste lo autorizó para que hiciera las diligencias preliminares mientras mandaban un juez instructor. El alcalde había sido antes oficial de tropa sin ninguna experiencia en asuntos de justicia, y era demasiado fatuo para preguntarle a alguien que lo supiera por dónde tenía que empezar. Lo primero que lo inquietó fue la autopsia. Cristo Bedoya, que era estudiante de medicina, logró la dispensa por su amistad íntima con Santiago Nasar. El alcalde pensó que el cuerpo podía mantenerse refrigerado hasta que regresara el doctor Dionisio Iguarán, pero no encontró nevera de tamaño humano, y la única apropiada en el mercado estaba fuera de servicio. El cuerpo había sido expuesto a la contemplación pública. en el centro de la sala, tendido sobre un angosto catre de hierro mientras le fabricaban un ataúd de rico. Habían llevado los ventiladores de los dormitorios, y algunos de las casas vecinas, pero había tanta gente ansiosa de verlo. que fue preciso apartar los muebles y descolgar las jaulas y las macetas de helechos, y aun así era insoportable el calor. Además, los perros alborotados por el olor de la muerte aumentaban la zozobra. No habían dejado de aullar desde que yo entré en la casa, cuando Santiago Nasar agonizaba todavía en la cocina, y encontré a Divina Flor llorando a gritos y manteniéndolos a raya con una tranca. -Ayúdame -me gritó-, que lo que quieren es comerse las tripas. Los encerramos con candado en las pesebreras. Plácida Linero ordenó más tarde que los llevaran a algún lugar apartado hasta después del entierro. Pero hacia el medio día, nadie supo cómo, se escaparon de donde estaban e irrumpieron enloquecidos en la casa. Plácida Linero, por una vez, perdió los estribos. -¡Estos perros de mierda! -gritó-. ¡Que los maten! La orden se cumplió de inmediato, y la casa volvió a quedar en silencio. Hasta entonces no había temor alguno por el estado del cuerpo. La cara había quedado intacta, con la misma expresión que tenía cuando cantaba, y Cristo Bedoya le había vuelto a colocar las vísceras en su lugar y lo había fajado con una banda de lienzo. Sin embargo, en la tarde empezaron a manar de las heridas unas aguas color de almíbar que atrajeron a las moscas, y una mancha morada le apareció en el bozo y se extendió muy despacio como la sombra de una nube en el agua hasta la raíz del cabello. La cara que siempre fue indulgente adquirió una expresión de enemigo, y su madre se la cubrió con un pañuelo. El coronel Aponte comprendió entonces que ya no era posible esperar, y le ordenó al padre Amador que practicara la autopsia. «Habría sido peor desenterrarlo después de una semana», dijo. El párroco había hecho la carrera de medicina y cirugía en Salamanca, pero ingresó en el seminario sin graduarse, y hasta el alcalde sabía que su autopsia carecía de valor legal. Sin embargo, hizo cumplir la orden. Fue una masacre, consumada en el local de la escuela pública con la ayuda del boticario que tomó las notas, y un estudiante de primer año de medicina que estaba aquí de vacaciones. Sólo dispusieron de algunos instrumentos de cirugía menor, y el resto Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 33 fueron hierros de artesanos. Pero al margen de los destrozos en el cuerpo, el informe del padre Amador parecía correcto, y el instructor lo incorporó al sumario como una pieza útil. Siete de las numerosas heridas eran mortales. El hígado estaba casi seccionado por dos perforaciones profundas en la cara anterior. Tenía cuatro incisiones en el estómago, y una de ellas tan profunda que lo atravesó por completo y le destruyó el páncreas. Tenía otras seis perforaciones menores en el colon trasverso, y múltiples heridas en el intestino delgado. La única que tenía en el dorso, a la altura de la tercera vértebra lumbar, le había perforado el riñón derecho. La cavidad abdominal estaba ocupada por grandes témpanos de sangre, y entre el lodazal de contenido gástrico apareció una medalla de oro de la Virgen del Carmen que Santiago Nasar se había tragado a la edad de cuatro años. La cavidad torácica mostraba dos perforaciones: una en el segundo espacio intercostal derecho que le alcanzó a interesar el pulmón, y otra muy cerca de la axila izquierda. Tenía además seis heridas menores en los brazos y las manos, y dos tajos horizontales: uno en el muslo derecho y otro en los músculos del abdomen. Unía una punzada profunda en la palma de la mano derecha. El informe dice: «Parecía un estigma del Crucificado». La masa encefálica pesaba sesenta gramos más que 1a de un inglés normal, y el padre Amador consignó en el informe que Santiago Nasar tenía una inteligencia superior y un porvenir brillante. Sin embargo, en la nota final señalaba una hipertrofia del hígado que atribuyó a una hepatitis mal curada. «Es decir -me dijo-, que de todos modos le quedaban muy pocos años de vida.» El doctor Dionisio Iguarán, que en efecto le había tratado una hepatitis a Santiago Nasar a los doce años, recordaba indignado aquella autopsia. «Tenía que ser cura para ser tan bruto -me dijo-. No hubo manera de hacerle entender nunca que la gente del trópico tenemos el hígado más grande que los gallegos.» El informe concluía que la causa de la muerte fue una hemorragia masiva ocasionada por cualquiera de las siete heridas mayores. Nos devolvieron un cuerpo distinto. La mitad del cráneo había sido destrozado con la trepanación, y el rostro de galán que la muerte había preservado acabó de perder su identidad. Además, el párroco había arrancado de cuajo las vísceras destazadas, pero al final no supo qué hacer con ellas, y les impartió una bendición de rabia y las tiró en el balde de la basura. A los últimos curiosos asomados a las ventanas de la escuela pública se les acabó la curiosidad, el ayudante se desvaneció, y el coronel Lázaro Aponte, que había visto y causado tantas masacres de represión, terminó por ser vegetariano además de espiritista. El cascarón vacío, embutido de trapos y cal viva, y cosido a la machota con bramante basto y agujas de enfardelar, estaba a punto de desbaratarse cuando lo pusimos en el ataúd nuevo de seda capitonada. «Pensé que así se conservaría por más tiempo», me dijo el padre Amador. Sucedió lo contrario: tuvimos que enterrarlo de prisa al amanecer, porque estaba en tan mal estado que ya no era soportable dentro de la casa. Despuntaba un martes turbio. No tuve valor para dormir solo al término de la jornada opresiva, y empujé la puerta de la casa de María Alejandrina Cervantes por si no había pasado el cerrojo. Los calabazos de luz estaban encendidos en los árboles, y en el patio de baile había varios fogones de leña con enormes ollas humeantes, donde las mulatas estaban tiñendo de luto sus ropas de parranda. Encontré a María Alejandrina Cervantes despierta como siempre al amanecer, y desnuda por completo como siempre que no había extraños en la casa. Estaba sentada a la turca sobre la cama de reina frente a un platón babilónico de cosas de comer: costillas de ternera, una gallina hervida, lomo de cerdo, y una guarnición de plátanos y legumbres que hubieran alcanzado para cinco. Comer sin medida fue siempre su único modo de llorar, y nunca la había visto hacerlo Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 34 con semejante pesadumbre. Me acosté a su lado, vestido, sin hablar apenas, y llorando yo también a mi modo. Pensaba en la ferocidad del destino de Santiago Nasar, que le había cobrado 20 años de dicha no sólo con la muerte, sino además con el descuartizamiento del cuerpo, y con su dispersión y exterminio. Soñé que una mujer entraba en el cuarto con una niña en brazos, y que ésta ronzaba sin tomar aliento y los granos de maíz a medio mascar le caían en el corpiño. La mujer me dijo: «Ella mastica a la topa tolondra, un poco al desgaire, un poco al desgarriate». De pronto sentí los dedos ansiosos que me soltaban los botones de la camisa, y sentí el olor peligroso de la bestia de amor acostada a mis espaldas, y sentí que me hundía en las delicias de las arenas movedizas de su ternura. Pero se detuvo de golpe, tosió desde muy lejos y se escurrió de mi vida. -No puedo -dijo-: hueles a él. No sólo yo. Todo siguió oliendo a Santiago Nasar aquel día. Los hermanos Vicario lo sintieron en el calabozo donde los encerró el alcalde mientras se le ocurría qué hacer con ellos. «Por más que me restregaba con jabón y estropajo no podía quitarme el olor», me dijo Pedro Vicario. Llevaban tres noches sin dormir, pero no podían descansar, porque tan pronto como empezaban a dormirse volvían a cometer el crimen. Ya casi viejo, tratando de explicarme su estado de aquel día interminable, Pablo Vicario me dijo sin ningún esfuerzo: «Era como estar despierto dos veces». Esa frase me hizo pensar que lo más insoportable para ellos en el calabozo debió haber sido la lucidez. El cuarto tenía tres metros de lado, una claraboya muy alta con barras de hierro, una letrina portátil, un aguamanil con su palangana y su jarra, y dos camas de mampostería con colchones de estera. El coronel Aponte, bajo cuyo mandato se había construido, decía que no hubo nunca un hotel más humano. Mi hermano Luis Enrique estaba de acuerdo, pues una noche lo encarcelaron por una reyerta de músicos, y el alcalde permitió por caridad que una de las mulatas lo acompañara. Tal vez los hermanos Vicario hubieran pensado lo mismo a las ocho de la mañana, cuando se sintieron a salvo de los árabes. En ese momento los reconfortaba el prestigio de haber cumplido con su ley, y su única inquietud era la persistencia del olor. Pidieron agua abundante, jabón de monte y estropajo, y se lavaron la sangre de los brazos y la cara, y lavaron además las camisas, pero no lograron descansar. Pedro Vicario pidió también sus purgaciones y diuréticos, y un rollo de gasa estéril para cambiarse la venda, y pudo orinar dos veces durante la mañana. Sin embargo, la vida se le fue haciendo tan difícil a medida que avanzaba el día, que el olor pasó a segundo lugar. A las dos de la tarde, cuando hubiera podido fundirlos la modorra del calor, Pedro Vicario estaba tan cansado que no podía permanecer tendido en la cama, pero el mismo cansancio le impedía mantenerse de pie. El dolor de las ingles le llegaba hasta el cuello, se le cerró la orina, y padeció la certidumbre espantosa de que no volvería a dormir en el resto de su vida. «Estuve despierto once meses», me dijo, y yo lo conocía bastante bien para saber que era cierto. No pudo almorzar. Pablo Vicario, por su parte, comió un poco de cada cosa que le llevaron, y un cuarto de hora después se desató en una colerina pestilente. A las seis de la tarde, mientra le hacían la autopsia al cadáver de Santiago Nasar, el alcalde fue llamado de urgencia porque Pedro Vicario estaba convencido de que habían envenenado a su hermano. «Me estaba yendo en aguas -me dijo Pablo Vicario-, y no podíamos quitarnos la idea de que eran vainas de los turcos.» Hasta entonces había desbordado dos veces la letrina portátil, y el guardián de vista lo había llevado otras seis al retrete de la alcaldía. Allí lo encontró el coronel Aponte, encañonado por la guardia en el excusado sin puertas, y desaguándose con tanta fluidez que no era absurdo pensar en el veneno. Pero lo descartaron de inmediato, cuando se estableció que sólo había bebido el Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 35 agua y comido el almuerzo que les mandó Pura Vicario. No obstante, el alcalde quedó tan impresionado, que se llevó a los presos para su casa con una custodia especial, hasta que vino el juez de instrucción y los trasladó al panóptico de Riohacha. El temor de los gemelos respondía al estado de ánimo de la calle. No se descartaba una represalia de los árabes, pero nadie, salvo los hermanos Vicario, habla pensado en el veneno. Se suponía más bien que aguardaran la noche para echar gasolina por la claraboya e incendiar a los prisioneros dentro del calabozo. Pero aun ésa era una suposición demasiado fácil. Los árabes constituían una comunidad de inmigrantes pacíficos que se establecieron a principios del siglo en los pueblos del Caribe, aun en los más remotos y pobres, y allí se quedaron vendiendo trapos de colores y baratijas de feria. Eran unidos, laboriosos y católicos. Se casaban entre ellos, importaban su trigo, criaban corderos en los patios y cultivaban el orégano y la berenjena, y su única pasión tormentosa eran los juegos de barajas. Los mayores siguieron hablando el árabe rural que trajeron de su tierra, y lo conservaron intacto en familia hasta la segunda generación, pero los de la tercera, con la excepción de Santiago Nasar, les oían a sus padres en árabe y les contestaban en castellano. De modo que no era concebible que fueran a alterar de pronto su espíritu pastoral para vengar una muerte cuyos culpables podíamos ser todos. En cambio nadie pensó en una represalia de la familia de Plácida Linero, que fueron gentes de poder y de guerra hasta que se les acabó la fortuna, y que habían engendrado más de dos matones de cantina preservados por la sal de su nombre. El coronel Aponte, preocupado por los rumores, visitó a los árabes familia por familia, y al menos por esa vez sacó una conclusión correcta. Los encontró perplejos y tristes, con insignias de duelo en sus altares, y algunos lloraban a gritos sentados en el suelo, pero ninguno abrigaba propósitos de venganza. Las reacciones de la mañana habían surgido al calor del crimen, y sus propios protagonistas admitieron que en ningún caso habrían pasado de los golpes. Más aún: fue Suseme Abdala, la matriarca centenaria, quien recomendó la infusión prodigiosa de flores de pasionaria y ajenjo mayor que segó la colerina de Pablo Vicario y desató a la vez el manantial florido de su gemelo. Pedro Vicario cayó entonces en un sopor insomne, y el hermano restablecido concilió su primer sueño sin remordimientos. Así los encontró Purísima Vicario a las tres de la madrugada del martes, cuando el alcalde la llevó a despedirse de ellos. Se fue la familia completa, hasta las hijas mayores con sus maridos, por iniciativa del coronel Aponte. Se fueron sin que nadie se diera cuenta, al amparo del agotamiento público, mientras los únicos sobrevivientes despiertos de aquel día irreparable estábamos enterrando a Santiago Nasar. Se fueron mientras se calmaban los ánimos, según la decisión del alcalde, pero no regresaron jamás. Pura Vicario le envolvió la cara con un trapo a la hija devuelta para que nadie le viera los golpes, y la vistió de rojo encendido para que no se imaginaran que le iba guardando luto al amante secreto. Antes de irse le pidió al padre Amador que confesara a los hijos en la cárcel, pero Pedro Vicario se negó, y convenció al hermano de que no tenían nada de que arrepentirse. Se quedaron solos, y el día del traslado a Riohacha estaban ten repuestos y convencidos de su razón, que no quisieron ser sacados de noche, como hicieron con la familia, sino a pleno sol y con su propia cara. Poncio Vicario, el padre, murió poco después. «Se lo llevó la pena moral», me dijo Ángela Vicario. Cuando los gemelos fueron absueltos se quedaron en Riohacha, a sólo un día de viaje de Manaure, donde vivía la familia. Allá fue Prudencia Cotes a casarse con Pablo Vicario, que aprendió el oficio del oro en el taller de su padre y llegó a ser un orfebre depurado. Pedro Vicario, sin amor ni empleo, se reintegró tres años después a las Fuerzas Armadas, mereció las insignias de sargento Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 36 primero, y una mañana espléndida su patrulla se internó en territorio de guerrillas cantando canciones de putas, y nunca más se supo de ellos. Para la inmensa mayoría sólo hubo una víctima: Bayardo San Román. Suponían que los otros protagonistas de la tragedia habían cumplido con dignidad, y hasta con cierta grandeza, la parte de favor que la vida les tenía señalada. Santiago Nasa, había expiado la injuria, los hermanos Vicario habían probado su condición de hombres, y la hermana burlada estaba otra vez en posesión de su honor. El único que lo había perdido todo era Bayardo San Román. «El pobre Bayardo», como se le recordó durante años. Sin embargo, nadie se había acordado de él hasta después del eclipse de luna, el sábado siguiente, cuando el viudo de Mus le contó al alcalde que había visto un pájaro fosforescente aleteando sobre su antigua casa, y pensaba que era el ánima de su esposa que andaba reclamando lo suyo. El alcalde se dio en la frente una palmada que no tenía nada que ver con la visión del viudo. -¡Carajo! -gritó-. ¡Se me había olvidado ese pobre hombre! Subió a la colina con una patrulla, y encontró el automóvil descubierto frente a la quinta, y vio una luz solitaria en el dormitorio, pero nadie respondió a sus llamados. Así que forzaron una puerta lateral y recorrieron los cuartos iluminados por los rescoldos del eclipse. «Las cosas parecían debajo del agua», me contó el alcalde. Bayardo San Román estaba inconsciente en la cama, todavía como lo había visto Pura Vicario en la madrugada del lunes con el pantalón de fantasía y la camisa de seda, pero sin los zapatos. Había botellas vacías por el suelo, y muchas más sin abrir junto a la cama, pero ni un rastro de comida. «Estaba en el último grado de intoxicación etílica», me dijo el doctor Dionisio Iguarán, que lo había atendido de emergencia. Pero se recuperó en pocas horas, y tan pronto como recobró la razón los echó a todos de la casa con los mejores modos de que fue capaz. -Que nadie me joda -dijo-. Ni mi papá con sus pelotas de veterano. El alcalde informó del episodio al general Petronio San Román, hasta la última frase literal, con un telegrama alarmante. El general San Román debió tomar al pie de la letra la voluntad del hijo, porque no vino a buscarlo, sino que mandó a la esposa con las hijas, y a otras dos mujeres mayores que parecían ser sus hermanas. Vinieron en un buque de carga, cerradas de luto hasta el cuello por la desgracia de Bayardo San Román, y con los cabellos sueltos de dolor. Antes de pisar tierra firme se quitaron los zapatos y atravesaron las calles hasta la colina caminando descalzas en el polvo ardiente del medio día, arrancándose mechones de raíz y llorando con gritos tan desgarradores que parecían de júbilo. Yo las vi pasar desde el balcón de Magdalena Oliver, y recuerdo haber pensado que un desconsuelo como ése sólo podía fingirse para ocultar otras vergüenzas mayores. El coronel Lázaro Aponte las acompañó a la casa de la colina, y luego subió el doctor Dionisio Iguarán en su mula de urgencias. Cuando se alivió el sol, dos hombres del municipio bajaron a Bayardo San Román en una hamaca colgada de un palo, tapado hasta la cabeza con una manta y con el séquito de plañideras. Magdalena Oliver creyó que estaba muerto. -¡Collons de déu -exclamó-, qué desperdicio! Estaba otra vez postrado por el alcohol, pero costaba creer que lo llevaran vivo, porque el brazo derecho le iba arrastrando por el suelo, y tan pronto como la madre se lo ponía dentro de la hamaca se le volvía a descolgar, de modo que dejó un rastro en la tierra desde la cornisa del precipicio hasta la plataforma del buque. Eso fue lo último que nos quedó de él: un recuerdo de víctima. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 37 Dejaron la quinta intacta. Mis hermanos y yo subíamos a explorarla en noches de parranda cuando volvíamos de vacaciones, y cada vez encontrábamos menos cosas de valor en los aposentos abandonados. Una vez rescatamos la maletita de mano que Ángela Vicario le había pedido a su madre la noche de bodas, pero no le dimos ninguna importancia. Lo que encontramos dentro parecían ser los afeites naturales para la higiene y la belleza de una mujer, y sólo conocí su verdadera utilidad cuando Ángela Vicario me contó muchos años más tarde cuáles fueron los artificios de comadrona que le habían enseñado para engañar al esposo. Fue el único rastro que dejó en el que fuera su hogar de casada por cinco horas. Años después, cuando volví a buscar los últimos testimonios para esta crónica, no quedaban tampoco ni los rescoldos de la dicha de Yolanda de Xius. Las cosas habían ido desapareciendo poco a poco a pesar de la vigilancia empecinada del coronel Lázaro Aponte, inclusive el escaparate de seis lunas de cuerpo entero que los maestros cantores de Mompox habían tenido que armar dentro de la casa, pues no cabía por las puertas. Al principio, el viudo de Xius estaba encantado pensando que eran recursos póstumos de la esposa para llevarse lo que era suyo. El coronel Lázaro Aponte se burlaba de él. Pero una noche se le ocurrió oficiar una misa de espiritismo para esclarecer el misterio, y el alma de Yolanda de Mus le confirmó de su puño y letra que en efecto era ella quien estaba recuperando para su casa de la muerte los cachivaches de la felicidad. La quinta empezó a desmigajarse. El coche de bodas se fue desbaratando en la puerta, y al final no quedó sino la carcacha podrida por la intemperie. Durante muchos años no se volvió a saber nada de su dueño. Hay una declaración suya en el sumario, pero es tan breve y convencional, que parece remendada a última hora para cumplir con una fórmula ineludible. La única vez que traté de hablar con él, 23 años más tarde, me recibió con una cierta agresividad, y se negó a aportar el dato más ínfimo que permitiera clarificar un poco su participación en el drama. En todo caso, ni siquiera sus padres sabían de él mucho más que nosotros, ni tenían la menor idea de qué vino a hacer en un pueblo extraviado sin otro propósito aparente que el de casarse con una mujer que no había visto nunca. De Ángela Vicario, en cambio, tuve siempre noticias de ráfagas que me inspiraron una imagen idealizada. Mi hermana la monja anduvo algún tiempo por la alta Guajira tratando de convertir a los últimos idólatras, y solía detenerse a conversar con ella en la aldea abrasada por la sal del Caribe donde su madre había tratado de enterrarla en vida. «Saludos de tu prima», me decía siempre. Mi hermana Margot, que también la visitaba en los primeros años, me contó que habían comprado una casa de material con un patio muy grande de vientos cruzados, cuyo único problema eran las noches de mareas altas, porque los retretes se desbordaban y los pescados amanecían dando saltos en los dormitorios. Todos los que la vieron en esa época coincidían en que era absorta y diestra en la máquina de bordar, y que a través de su industria había logrado el olvido. Mucho después, en una época incierta en que trataba de entender algo de mí mismo vendiendo enciclopedias y libros de medicina por los pueblos de la Guajira, me llegué por casualidad hasta aquel moridero de indios. En la ventana de una casa frente al mar, bordando a máquina en la hora de más calor, había una mujer de medio luto con antiparras de alambre y canas amarillas, y sobre su cabeza estaba colgada una jaula con un canario que no paraba de cantar. Al verla así, dentro del marco idílico de la ventana, no quise creer que aquella mujer fuera la que yo creía, porque me resistía a admitir que la vida terminara por parecerse tanto a la mala literatura. Pero era ella: Ángela Vicario 23 años después del drama. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 38 Me trató igual que siempre, como un primo remoto, y contestó a mis preguntas con muy buen juicio y con sentido del humor. Era tan madura e ingeniosa, que costaba trabajo creer que fuera la misma. Lo que más me sorprendió fue la forma en que había terminado por entender su propia vida. Al cabo de pocos minutos ya no me pareció tan envejecida como a primera vista, sino casi tan joven como en el recuerdo, y no tenía nada en común con la que habían obligado a casarse sin amor a los 20 años. Su madre, de una vejez mal entendida, me recibió como a un fantasma difícil. Se negó a hablar del pasado, y tuve que conformarme para esta crónica con algunas frases sueltas de sus conversaciones con mi madre, y otras pocas rescatadas de mis recuerdos. Había hecho más que lo posible para que Ángela Vicario se muriera en vida, pero la misma hija le malogró los propósitos, porque nunca hizo ningún misterio de su desventura. Al contrario: a todo el que quiso oírla se la contaba con sus pormenores, salvo el que nunca se había de aclarar: quién fue, y cómo y cuándo, el verdadero causante de su perjuicio, porque nadie creyó que en realidad hubiera sido Santiago Nasar. Pertenecían a dos mundos divergentes. Nadie los vio nunca juntos, y mucho menos solos. Santiago Nasar era demasiado altivo para fijarse en ella. «Tu prima la boba», me decía, cuando tenía que mencionarla. Además, como decíamos entonces, él era un gavilán pollero. Andaba solo, igual que su padre, cortándole el cogollo a cuanta doncella sin rumbo empezaba a despuntar por esos montes, pero nunca se le conoció dentro del pueblo otra relación distinta de la convencional que mantenía con Flora Miguel, y de la tormentosa que lo enloqueció durante catorce meses con María Alejandrina Cervantes. La versión más corriente, tal vez por ser la más perversa, era que Ángela Vicario estaba protegiendo a alguien a quien de veras amaba, y había escogido el nombre de Santiago Nasar porque nunca pensó que sus hermanos se atreverían contra él. Yo mismo traté de arrancarle esta verdad cuando la visité por segunda vez con todos mis argumentos en orden, pero ella apenas si levantó la vista del bordado para rebatirlos. -Ya no le des más vueltas, primo -me dijo-. Fue él. Todo lo demás lo contó sin reticencias, hasta el desastre de la noche de bodas. Contó que sus amigas la habían adiestrado para que emborrachara al esposo en la cama hasta que perdiera el sentido, que aparentara más vergüenza de la que sintiera para que él apagara la luz, que se hiciera un lavado drástico de aguas de alumbre para fingir la virginidad, y que manchara la sábana con mercurio cromo para que pudiera exhibirla al día siguiente en su patio de recién casada. Sólo dos cosas no tuvieron en cuenta sus coberteras: la excepcional resistencia de bebedor de Bayardo San Román, y la decencia pura que Ángela Vicario llevaba escondida dentro de la estolidez impuesta por su madre. «No hice nada de lo que me dijeron -me dijo-, porque mientras más lo pensaba más me daba cuenta de que todo aquello era una porquería que no se le podía hacer a nadie, y menos al pobre hombre que había tenido la mala suerte de casarse conmigo.» De modo que se dejó desnudar sin reservas en el dormitorio iluminado, a salvo ya de todos los miedos aprendidos que le habían malogrado la vida. «Fue muy fácil -me dijo-, porque estaba resuelta a morir.» La verdad es que hablaba de su desventura sin ningún pudor para disimular la otra desventura, la verdadera, que le abrasaba las entrañas. Nadie hubiera sospechado siquiera, hasta que ella se decidió a contármelo, que Bayardo San Román estaba en su vida para siempre desde que la llevó de regreso a su casa. Fue un golpe de gracia. «De pronto, cuando mamá empezó a pegarme, empecé a acordarme de él», me dijo. Los puñetazos le dolían menos porque sabía que eran por él. Siguió pensando en él con un cierto asombro de sí misma cuando sollozaba tumbada en el sofá del comedor. «No lloraba por los golpes ni por nada de lo que había pasado -me dijo-: lloraba por él.» Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 39 Seguía pensando en él mientra su madre le ponía compresas de árnica en la cara, y más aún cuando oyó la gritería en la calle y las campanas de incendio en la torre, y su madre entró a decirle que ahora podía dormir, pues lo peor había pasado. Llevaba mucho tiempo pensando en él sin ninguna ilusión cuando tuvo que acompañar a su madre a un examen de la vista en el hospital de Riohacha. Entraron de pasada en el Hotel del Puerto, a cuyo dueño conocían, y Pura Vicario pidió un vaso de agua en la cantina. Se lo estaba tomando, de espaldas a la hija, cuando ésta vio su propio pensamiento reflejado en los espejos repetidos de la sala. Ángela Vicario volvió la cabeza con el último aliento, y lo vio pasar a su lado sin verla, y lo vio salir del hotel. Luego miró otra vez a su madre con el corazón hecho trizas. Pura Vicario había acabado de beber, se secó los labios con la manga y le sonrió desde el mostrador con los lentes nuevos. En esa sonrisa, por primera vez desde su nacimiento, Ángela Vicario la vio tal como era: una pobre mujer, consagrada al culto de sus defectos. «Mierda», se dijo. Estaba tan trastornada, que hizo todo el viaje de regreso cantando en voz alta, y se tiró en la cama a llorar durante tres días. Nació de nuevo. «Me volví loca por él -me dijo-, loca de remate.» Le bastaba cerrar los ojos para verlo, lo oía respirar en el mar, la despertaba a media noche el fogaje de su cuerpo en la cama. A fines de esa semana, sin haber conseguido un minuto de sosiego, le escribió la primera carta. Fue una esquela convencional, en la cual le contaba que lo había visto salir del hotel, y que le habría gustado que él la hubiera visto. Esperó en vano una respuesta. Al cabo de dos meses, cansada de esperar, le mandó otra carta en el mismo estilo sesgado de la anterior, cuyo único propósito parecía ser reprocharle su falta de cortesía. Seis meses después había escrito seis cartas sin respuestas, pero se conformó con la comprobación de que él las estaba recibiendo. Dueña por primera vez de su destino, Ángela Vicario descubrió entonces que el odio y el amor son pasiones recíprocas. Cuantas más cartas mandaba, más encendía las brasas de su fiebre, pero más calentaba también el rencor feliz que sentía contra su madre. «Se me revolvían las tripas de sólo verla -me dijo-, pero no podía verla sin acordarme de él.» Su vida de casada devuelta seguía siendo tan simple corno la de soltera, siempre bordando a máquina con sus amigas como antes hizo tulipanes de trapo y pájaros de papel, pero cuando su madre se acostaba permanecía en el cuarto escribiendo cartas sin porvenir hasta la madrugada. Se volvió lúcida, imperiosa, maestra de su albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no reconoció otra autoridad que la suya ni más servidumbre que la de su obsesión. Escribió una carta semanal durante media vida. «A veces no se me ocurría qué decir -me dijo muerta de risa-, pero me bastaba con saber que él las estaba recibiendo.» Al principio fueron esquelas de compromiso, después fueron papelitos de amante furtiva, billetes perfumados de novia fugaz, memoriales de negocios, documentos de amor, y por último fueron las cartas indignas de una esposa abandonada que se inventaba enfermedades crueles para obligarlo a volver. Una noche de buen humor se le derramó el tintero sobre la carta terminada, y en vez de romperla le agregó una posdata: «En prueba de mi amor te envío mis lágrimas». En ocasiones, cansada de llorar, se burlaba de su propia locura. Seis veces cambiaron la empleada del correo, y seis veces consiguió su complicidad. Lo único que no se le ocurrió fue renunciar. Sin embargo, él parecía insensible a su delirio: era como escribirle a nadie. Una madrugada de vientos, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo en su cama. Le escribió entonces una carta febril de veinte pliegos en la que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 40 noche funesta. Le habló de las lacras eternas que él había dejado en su cuerpo, de la sal de su lengua, de la trilla de fuego de su verga africana. Se la entregó a la empleada del correo, que iba los viernes en la tarde a bordar con ella para llevarse las cartas, y se quedó convencida de que aquel desahogo terminal seria el último de su agonía. Pero no hubo respuesta. A partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía, ni a quién le escribía a ciencia cierta, pero siguió escribiendo sin cuartel durante diecisiete años. Un medio día de agosto, mientras bordaba con sus amigas, sintió que alguien llegaba a la puerta. No tuvo que mirar para saber quién era. «Estaba gordo y se le empezaba a caer el pelo, y ya necesitaba espejuelos para ver de cerca -me dijo-. ¡Pero era él, carajo, era él!» Se asustó, porque sabía que él la estaba viendo tan disminuida como ella lo estaba viendo a él, y no creía que tuviera dentro tanto amor como ella para soportarlo. Tenía la camisa empapada de sudor, como lo había visto la primera vez en la feria, y llevaba la misma correa y las mismas alforjas de cuero descosido con adornos de plata. Bayardo San Román dio un paso adelante, sin ocuparse de las otras bordadoras atónitas, y puso las alforjas en la máquina de coser. -Bueno -dijo-, aquí estoy. Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito. Estaban ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidos con cintas de colores, y todas sin abrir. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 41 Durante años no pudimos hablar de otra cosa. Nuestra conducta diaria, dominada hasta entonces por tantos hábitos lineales, había empezado a girar de golpe en torno de una misma ansiedad común. Nos sorprendían los gallos del amanecer tratando de ordenar las numerosas casualidades encadenadas que habían hecho posible el absurdo, y era evidente que no lo hacíamos por un anhelo de esclarecer misterios, sino porque ninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber con exactitud cuál era el sitio y la misión que le había asignado la fatalidad. Muchos se quedaron sin saberlo. Cristo Bedoya, que llegó a ser un cirujano notable, no pudo explicarse nunca por qué cedió al impulso de esperar dos horas donde sus abuelos hasta que llegara el obispo, en vez de irse a descansar en la casa de sus padres, que lo estuvieron esperando hasta el amanecer para alertarlo. Pero la mayoría de quienes pudieron hacer algo por impedir el crimen y sin embargo no lo hicieron, se consolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son estancos sagrados a los cuales sólo tienen acceso los dueños del drama. «La honra es el amor», le oía decir a mi madre. Hortensia Baute, cuya única participación fue haber visto ensangrentados dos cuchillos que todavía no lo estaban, se sintió tan afectada por la alucinación que cayó en una crisis de penitencia, y un día no pudo soportarla más y se echó desnuda a las calles. Flora Miguel, la novia de Santiago Nasar, se fugó por despecho con un teniente de fronteras que la prostituyó entre los caucheros de Vichada. Aura Villeros, la comadrona que había ayudado a nacer a tres generaciones, sufrió un espasmo de la vejiga cuando conoció la noticia, y hasta el día de su muerte necesitó una sonda para orinar. Don Rogelio de la Flor, el buen marido de Clotilde Armenta, que era un prodigio de vitalidad a los 86 años, se levantó por última vez para ver cómo desguazaban a Santiago Nasar contra la puerta cerrada de su propia casa, y no sobrevivió a la conmoción. Plácida Linero había cerrado esa puerta en el último instante, pero se liberó a tiempo de la culpa. «La cerré porque Divina Flor me juró que había visto entrar a mi hijo -me contó-, y no era cierto.» Por el contrario, nunca se perdonó el haber confundido el augurio magnífico de los árboles con el infausto de los pájaros, y sucumbió a la perniciosa costumbre de su tiempo de masticar semillas de cardamina. Doce días después del crimen, el instructor del sumario se encontró con un pueblo en carne viva. En la sórdida oficina de tablas del Palacio Municipal, bebiendo café de olla con ron de caña contra los espejismos del calor, tuvo que pedir tropas de refuerzo para encauzar a la muchedumbre que se precipitaba a declarar sin ser llamada, ansiosa de exhibir su propia importancia en el drama. Acababa de graduarse, y llevaba todavía el vestido de paño negro de la Escuela de Leyes, y el anillo de oro con el emblema de su promoción, y las ínfulas y el lirismo del primíparo feliz. Pero nunca supe su nombre. Todo lo que sabemos de su carácter es aprendido en el sumario, que numerosas personas me ayudaron a buscar veinte años después del crimen en el Palacio de justicia de Riohacha. No existía clasificación alguna en los archivos, y más de un siglo de expedientes estaban amontonados en el suelo del decrépito edificio colonial que fuera por dos días el cuartel general de Francis Drake. La planta baja se inundaba con el mar de leva, y los volúmenes descosidos flotaban en las oficinas desiertas. Yo mismo exploré muchas veces con las aguas hasta los tobillos aquel estanque de causas perdidas, y sólo Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 42 una casualidad me permitió rescatar al cabo de cinco años de búsqueda unos 322 pliegos salteados de los más de 500 que debió de tener el sumario. El nombre del juez no apareció en ninguno, pero es evidente que era un hombre abrasado por la fiebre de la literatura. Sin duda había leído a los clásicos españoles, y algunos latinos, y conocía muy bien a Nietzsche, que era el autor de moda entre los magistrados de su tiempo. Las notas marginales, y no sólo por el color de la tinta, parecían escritas con sangre. Estaba tan perplejo con el enigma que le había tocado en suerte, que muchas veces incurrió en distracciones líricas contrarias al rigor de su ciencia. Sobre todo, nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantas casualidades prohibidas a la literatura, para que se cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada. Sin embargo, lo que más le había alarmado al final de su diligencia excesiva fue no haber encontrado un solo indicio, ni siquiera el menos verosímil, de que Santiago Nasar hubiera sido en realidad el causante del agravio. Las amigas de Ángela Vicario que habían sido sus cómplices en el engaño siguieron contando durante mucho tiempo que ella las había hecho partícipes de su secreto desde antes de la boda, pero no les había revelado ningún nombre. En el sumario declararon: «Nos dijo el milagro pero no el santo». Ángela Vicario, por su parte, se mantuvo en su sitio. Cuando el juez instructor le preguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto Santiago Nasar, ella le contestó impasible: -Fue mi autor. Así consta en el sumario, pero sin ninguna otra precisión de modo ni de lugar. Durante el juicio, que sólo duró tres días, el representante de la parte civil puso su mayor empeño en la debilidad de ese cargo. Era tal la perplejidad del juez instructor ante la falta de pruebas contra Santiago Nasar, que su buena labor parece por momentos desvirtuada por la desilusión. En el folio 416, de su puño y letra y con la tinta roja del boticario, escribió una nota marginal: Dadme un prejuicio y moveré el mundo. Debajo de esa paráfrasis de desaliento, con un trazo feliz de la misma tinta de sangre, dibujó un corazón atravesado por una flecha. Para él, como para los amigos más cercanos de Santiago Nasar, el propio comportamiento de éste en las últimas horas fue una prueba terminante de su inocencia. La mañana de su muerte, en efecto, Santiago Nasar no había tenido un instante de duda, a pesar de que sabía muy bien cuál hubiera sido el precio de la injuria que le imputaban. Conocía la índole mojigata de su mundo, y debía saber que la naturaleza simple de los gemelos no era capaz de resistir al escarnio. Nadie conocía muy bien a Bayardo San Román, pero Santiago Nasar lo conocía bastante para saber que debajo de sus ínfulas mundanas estaba tan subordinado como cualquier otro a sus prejuicios de origen. De manera que su despreocupación consciente hubiera sido suicida. Además, cuando supo por fin en el último instante que los hermanos Vicario lo estaban esperando para matarlo, su reacción no fue de pánico, como tanto se ha dicho, sino que fue más bien el desconcierto de la inocencia. Mi impresión personal es que murió sin entender su muerte. Después de que le prometió a mi hermana Margot que iría a desayunar a nuestra casa, Cristo Bedoya se lo llevó del brazo por el muelle, y ambos parecían tan desprevenidos que suscitaron ilusiones falsas. «Iban tan contentos -me dijo Meme Loaiza-, que le di gracias a Dios, porque pensé que el asunto se había arreglado.» No todos querían tanto a Santiago Nasar, por supuesto. Polo Carrillo, el dueño de la planta eléctrica, pensaba que su serenidad no era inocencia sino cinismo. «Creía que su plata lo hacía intocable», me Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 43 dijo. Fausta López, su mujer, comentó: «Como todos los turcos». Indalecio Pardo acababa de pasar por la tienda de Clotilde Armenta, y los gemelos le habían dicho que tan pronto como se fuera el obispo matarían a Santiago Nasar. Pensó, como tantos otros, que eran fantasías de amanecidos, pero Clotilde Armenta le hizo ver que era cierto, y le pidió que alcanzara a Santiago Nasar para prevenirlo. -Ni te moleste -le dijo Pedro Vicario-: de todos modos es como si ya estuviera muerto. Era un desafío demasiado evidente. Los gemelos conocían los vínculos de Indalecio Pardo y Santiago Nasar, y debieron pensar que era la persona adecuada para impedir el crimen sin que ellos quedaran en vergüenza. Pero Indalecio Pardo encontró a Santiago Nasar llevado del brazo por Cristo Bedoya entre los grupos que abandonaban el puerto, y no se atrevió a prevenirlo. «Se me aflojó la pasta», me dijo. Le dio una palmada en el hombro a cada uno, y los dejó seguir. Ellos apenas lo advirtieron, pues continuaban abismados en las cuentas de la boda. La gente se dispersaba hacia la plaza en el mismo sentido que ellos. Era una multitud apretada, pero Escolástica Cisneros creyó observar que los dos amigos caminaban en el centro sin dificultad, dentro de un círculo vacío, porque la gente sabía que Santiago Nasar iba a morir, y no se atrevían a tocarlo. También Cristo Bedoya recordaba una actitud distinta hacia ellos. «Nos miraban como si lleváramos la cara pintada», me dijo. Más aún: Sara Noriega abrió su tienda de zapatos en el momento en que ellos pasaban, y se espantó con la palidez de Santiago Nasar. Pero él la tranquilizó. -¡Imagínese, niña Sara -le dijo sin detenerse-, con este guayabo! Celeste Dangond estaba sentado en piyama en la puerta de su casa, burlándose de los que se quedaron vestidos para saludar al obispo, e invitó a Santiago Nasar a tomar café. «Fue para ganar tiempo mientras pensaba», me dijo. Pero Santiago Nasar le contestó que iba de prisa a cambiarse de ropa para desayunar con mi hermana. «Me hice bolas -me explicó Celeste Dangond- pues de pronto me pareció que no podían matarlo si estaba tan seguro de lo que iba a hacer.» Yamil Shaium fue el único que hizo lo que se había propuesto. Tan pronto como conoció el rumor salió a la puerta de su tienda de géneros y esperó a Santiago Nasar para prevenirlo. Era uno de los últimos árabes que llegaron con Ibrahim Nasar, fue su socio de barajas hasta la muerte, y seguía siendo el consejero hereditario de la familia. Nadie tenía tanta autoridad como él para hablar con Santiago Nasar. Sin embargo, pensaba que si el rumor era infundado le iba a causar una alarma inútil, y prefirió consultarlo primero con Cristo Bedoya por si éste estaba mejor informado. Lo llamó al pasar. Cristo Bedoya le dio una palmadita en la espalda a Santiago Nasar, ya en la esquina de la plaza, y acudió al llamado de Yamil Shaium. -Hasta el sábado -le dijo. Santiago Nasar no le contestó, sino que se dirigió en árabe a Yamil Shaium y éste le replicó también en árabe, torciéndose de risa. «Era un juego de palabras con que nos divertíamos siempre», me dijo Yamil Shaium. Sin detenerse, Santiago Nasar les hizo a ambos su señal de adiós con la mano y dobló la esquina de la plaza. Fue la última vez que lo vieron. Cristo Bedoya tuvo tiempo apenas de escuchar la información de Yamil Shaium cuando salió corriendo de la tienda para alcanzar a Santiago Nasar. Lo había visto doblar la esquina, pero no lo encontró entre los grupos que empezaban a dispersarse en la plaza. Varias personas a quienes les preguntó por él le dieron la misma respuesta: -Acabo de verlo contigo. Le pareció imposible que hubiera llegado a su casa en tan poco tiempo, pero de todos modos entró a preguntar por él, pues encontró sin tranca y entreabierta la puerta del Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 44 frente. Entró sin ver el papel en el suelo, y atravesó la sala en penumbra tratando de no hacer ruido, porque aún era demasiado temprano para visitas, pero los perros se alborotaron en el fondo de la casa y salieron a su encuentro. Los calmó con las llaves, como lo había aprendido del dueño, y siguió acosado por ellos hasta la cocina. En el corredor se cruzó con Divina Flor que llevaba un cubo de agua y un trapero para pulir los pisos de la sala. Ella le aseguró que Santiago Nasar no había vuelto. Victoria Guzmán acababa de poner en el fogón el guiso de conejos cuando él entró en la cocina. Ella comprendió de inmediato. «El corazón se le estaba saliendo por la boca», me dijo. Cristo Bedoya le preguntó si Santiago Nasar estaba en casa, y ella le contestó con un candor fingido que aún no había llegado a dormir. . -Es en serio -le dijo Cristo Bedoya-, lo están buscando para matarlo. A Victoria Guzmán se le olvidó el candor. -Esos pobres muchachos no matan a nadie -dijo. -Están bebiendo desde el sábado -dijo Cristo Bedoya. -Por lo mismo -replicó ella-: no hay borracho que se coma su propia caca. Cristo Bedoya volvió a la sala, donde Divina Flor acababa de abrir las ventanas. «Por supuesto que no estaba lloviendo -me dijo Cristo Bedoya-. Apenas iban a ser las siete, y ya entraba un sol dorado por las ventanas.» Le volvió a preguntar a Divina Flor si estaba segura de que Santiago Nasar no había entrado por la puerta de la sala. Ella no estuvo entonces tan segura como la primera vez. Le preguntó por Plácida Linero, y ella le contestó que hacía un momento le había puesto el café en la mesa de noche, pero no la había despertado. Así era siempre: despertaría a las siete, se tomaría el café, y bajaría a dar las instrucciones para el almuerzo. Cristo Bedoya miró el reloj: eran las 6.56. Entonces subió al segundo piso para convencerse de que Santiago Nasar no había entrado. La puerta del dormitorio estaba cerrada por dentro, porque Santiago Nasar había salido a través del dormitorio de su madre. Cristo Bedoya no sólo conocía la casa tan bien como la suya, sino que tenía tanta confianza con la familia que empujó la puerta del dormitorio de Plácida Linero para pasar desde allí al dormitorio contiguo. Un haz de sol polvoriento entraba por la claraboya, y la hermosa mujer dormida en la hamaca, de costado, con la mano de novia en la mejilla, tenía un aspecto irreal. «Fue como una aparición», me dijo Cristo Bedoya. La contempló un instante, fascinado por su belleza, y luego atravesó el dormitorio en silencio, pasó de largo frente al baño, y entró en el dormitorio de Santiago Nasar. La cama seguía intacta, y en el sillón estaba el sombrero de jinete, y en el suelo estaban las botas junto a las espuelas. En la mesa de noche el reloj de pulsera de Santiago Nasar marcaba las 6.58. «De pronto pensé que había vuelto a salir armado», me dijo Cristo Bedoya. Pero encontró la magnum en la gaveta de la mesa de noche. «Nunca había disparado un arma -me dijo Cristo Bedoya-, pero resolví coger el revólver para llevárselo a Santiago Nasar.» Se lo ajustó en el cinturón, por dentro de la camisa, y sólo después del crimen se dio cuenta de que estaba descargado. Plácida Linero apareció en la puerta con el pocillo de café en el momento en que él cerraba la gaveta. -¡Santo Dios -exclamó ella-, qué susto me has dado! Cristo Bedoya también se asustó. La vio a plena luz, con una bata de alondras doradas y el cabello revuelto, y el encanto se había desvanecido. Explicó un poco confuso que había entrado a buscar a Santiago Nasar. -Se fue a recibir al obispo -dijo Plácida Linero. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 45 -Pasó de largo -dijo él. -Lo suponía -dijo ella-. Es el hijo de la peor madre. No siguió, porque en ese momento se dio cuenta de que Cristo Bedoya no sabía dónde poner el cuerpo. «Espero que Dios me haya perdonado -me dijo Plácida Linero-, pero lo vi tan confundido que de pronto se me ocurrió que había entrado a robar.» Le preguntó qué le pasaba. Cristo Bedoya era consciente de estar en una situación sospechosa, pero no tuvo valor para revelarle la verdad. -Es que no he dormido ni un minuto -le dijo. Se fue sin más explicaciones. «De todos modos -me dijo- ella siempre se imaginaba que le estaban robando.» En la plaza se encontró con el padre Amador que regresaba a la iglesia con los ornamentos de la misa frustrada, pero no le pareció que pudiera hacer por Santiago Nasar nada distinto de salvarle el alma. Iba otra vez hacia el puerto cuando sintió que lo llamaban desde la tienda de Clotilde Armenta. Pedro Vicario estaba en la puerta, lívido y desgreñado, con la camisa abierta y las mangas enrolladas hasta los codos, y con el cuchillo basto que él mismo había fabricado con una hoja de segueta. Su actitud era demasiado insolente para ser casual, y sin embargo no fue la única ni la más visible que intentó en los últimos minutos para que le impidieran cometer el crimen. -Cristóbal -gritó-: dile a Santiago Nasar que aquí lo estamos esperando para matarlo. Cristo Bedoya le habría hecho el favor de impedírselo. «Si yo hubiera sabido disparar un revólver, Santiago Nasar estaría vivo», me dijo. Pero la sola idea lo impresionó, después de todo lo que había oído decir sobre la potencia devastadora de una bala blindada. -Te advierto que está armado con una magnum capaz de atravesar un motor -gritó. Pedro Vicario sabía que no era cierto. «Nunca estaba armado si no llevaba ropa de montar», me dijo. Pero de todos modos había previsto que lo estuviera cuando tomó la decisión de lavar la honra de la hermana. -Los muertos no disparan -gritó. Pablo Vicario apareció entonces en la puerta. Estaba tan pálido como el hermano, y tenía puesta la chaqueta de la boda y el cuchillo envuelto en el periódico. «Si no hubiera sido por eso -me dijo Cristo Bedoya-, nunca hubiera sabido cuál de los dos era cuál.» Clotilde Armenta apareció detrás de Pablo Vicario, y le gritó a Cristo Bedoya que se diera prisa, porque en este pueblo de maricas sólo un hombre como él podía impedir la tragedia. Todo lo que ocurrió a partir de entonces fue del dominio público. La gente que regresaba del puerto, alertada por los gritos, empezó a tomar posiciones en la plaza para presenciar el crimen. Cristo Bedoya les preguntó a varios conocidos por Santiago Nasar, pero nadie lo había visto. En la puerta del Club Social se encontró con el coronel Lázaro Aponte y le contó lo que acababa de ocurrir frente a la tienda de Clotilde Armenta. -No puede ser -dijo el coronel Aponte-, porque yo los mandé a dormir. Acabo de verlos con un cuchillo de matar puercos -dijo Cristo Bedoya. -No puede ser, porque yo se los quité antes de mandarlos a dormir -dijo el alcalde-. Debe ser que los viste antes de eso. -Los vi hace dos minutos y cada uno tenía un cuchillo de matar puercos -dijo Cristo Bedoya. -¡Ah carajo -dijo el alcalde-, entonces debió ser que volvieron con otros! Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 46 Prometió ocuparse de eso al instante, pero entró en el Club Social a confirmar una cita de dominó para esa noche, y cuando volvió a salir ya estaba consumado el crimen. Cristo Bedoya cometió entonces su único error mortal: pensó que Santiago Nasar había resuelto a última hora desayunar en nuestra casa antes de cambiarse de ropa, y allá se fue a buscarlo. Se apresuró por la orilla del río, preguntándole a todo el que encontraba si lo habían visto pasar, pero nadie le dio razón. No se alarmó, porque había otros caminos para nuestra casa. Próspera Arango, la cachaca, le suplicó que hiciera algo por su padre que estaba agonizando en el sardinel de su casa, inmune a la bendición fugaz del obispo. «Yo lo había visto al pasar -me dijo mi hermana Margot-, y ya tenía cara de muerto.» Cristo Bedoya demoró cuatro minutos en establecer el estado del enfermo, y prometió volver más tarde para un recurso de urgencia, pero perdió tres minutos más ayudando a Próspera Arango a llevarlo hasta el dormitorio. Cuando volvió a salir sintió gritos remotos y le pareció que estaban reventando cohetes por el rumbo de la plaza. Trató de correr, pero se lo impidió el revólver mal ajustado en la cintura. Al doblar la última esquina reconoció de espaldas a mi madre que llevaba casi a rastras al hijo menor. -Luisa Santiaga -le gritó-: dónde está su ahijado. Mi madre se volvió apenas con la cara bañada en lágrimas. -¡Ay, hijo -contestó-, dicen que lo mataron! Así era. Mientras Cristo Bedoya lo buscaba, Santiago Nasar había entrado en la casa de Flora Miguel, su novia, justo a la vuelta de la esquina donde él lo vio por última vez. «No se me ocurrió que estuviera ahí -me dijo- porque esa gente no se levantaba nunca antes de medio día.» Era una versión corriente que la familia entera dormía hasta las doce por orden de Nahir Miguel, el varón sabio de la comunidad. «Por eso Flora Miguel, que ya no se cocinaba en dos aguas, se mantenía como una rosa», dice Mercedes. La verdad es que dejaban la casa cerrada hasta muy tarde, como tantas otras, pero eran gentes tempraneras y laboriosas. Los padres de Santiago Nasar y Flora Miguel se habían puesto de acuerdo para casarlos. Santiago Nasar aceptó el compromiso en plena adolescencia, y estaba resuelto a cumplirlo, tal vez porque tenía del matrimonio la misma concepción utilitaria que su padre. Flora Miguel, por su parte, gozaba de una cierta condición floral, pero carecía de gracia y de juicio y había servido de madrina de bodas a toda su generación, de modo que el convenio fue para ella una solución providencial. Tenían un noviazgo fácil, sin visitas formales ni inquietudes del corazón. La boda varias veces diferida estaba fijada por fin para la próxima Navidad. Flora Miguel despertó aquel lunes con los primeros bramidos del buque del obispo, y muy poco después se enteró de que los gemelos Vicario estaban esperando a Santiago Nasar para matarlo. A mi hermana la monja, la única que habló con ella después de la desgracia, le dijo que no recordaba siquiera quién se lo había dicho. «Sólo sé que a las seis de la mañana todo el mundo lo sabía», le dijo. Sin embargo, le pareció inconcebible que a Santiago Nasar lo fueran a matar, y en cambio se le ocurrió que lo iban a casar a la fuerza con Ángela Vicario para que le devolviera la honra. Sufrió una crisis de humillación. Mientras medio pueblo esperaba al obispo, ella estaba en su dormitorio llorando de rabia, y poniendo en orden el cofre de las cartas que Santiago Nasar le había mandado desde el colegio. Siempre que pasaba por la casa de Flora Miguel, aunque no hubiera nadie, Santiago Nasar raspaba con las llaves la tela metálica de las ventanas. Aquel lunes, ella lo estaba esperando con el cofre de cartas en el regazo. Santiago Nasar no podía verla desde la Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 47 calle, pero en cambio ella lo vio acercarse a través de la red metálica desde antes de que la raspara con las llaves. -Entra -le dijo. Nadie, ni siquiera un médico, había entrado en esa casa a las 6.45 de la mañana. Santiago Nasar acababa de dejar a Cristo Bedoya en la tienda de Yamil Shaium, y había tanta gente pendiente de él en la plaza, que no era comprensible que nadie lo viera entrar en casa de su novia. El juez instructor buscó siquiera una persona que lo hubiera visto, y lo hizo con tanta persistencia como yo, pero no fue posible encontrarla. En el folio 382 del sumario escribió otra sentencia marginal con tinta roja: La fatalidad nos hace invisibles. El hecho es que Santiago Nasar entró por la puerta principal, a la vista de todos, y sin hacer nada por no ser visto. Flora Miguel lo esperaba en la sala, verde de cólera, con uno de los vestidos de arandelas infortunadas que solía llevar en las ocasiones memorables, y le puso el cofre en las manos. Aquí tienes -le dijo-. ¡Y ojalá te maten! Santiago Nasar quedó tan perplejo, que el cofre se le cayó de las manos, y sus cartas sin amor se regaron por el suelo. Trató de alcanzar a Flora Miguel en el dormitorio, pero ella cerró la puerta y puso la aldaba. Tocó varias veces, y la llamó con una voz demasiado apremiante para la hora, así que toda la familia acudió alaranada. Entre consanguíneos y políticos, mayores y menores de edad, eran más de catorce. El último que salió fue Nahir Miguel, el padre, con la barba colorada y la chilaba de beduino que trajo de su tierra, y que siempre usó dentro de la casa. Yo lo vi muchas veces, y era inmenso y parsimonioso, pero lo que más me impresionaba era el fulgor de su autoridad. -Flora -llamó en su lengua-. Abre la puerta. Entró en el dormitorio de la hija, mientras la familia contemplaba absorta a Santiago Nasar. Estaba arrodillado en la sala, recogiendo las cartas del suelo y poniéndolas en el cofre. «Parecía una penitencia», me dijeron. Nahir Miguel salió del dormitorio al cabo de unos minutos, hizo una señal con la mano y la familia entera desapareció. Siguió hablando en árabe a Santiago Nasar. «Desde el primer momento comprendí que no tenía la menor idea de lo que le estaba diciendo», me dijo. Entonces le preguntó en concreto si sabía que los hermanos Vicario lo buscaban para matarlo. «Se puso pálido, y perdió de tal modo el dominio, que no era posible creer que estaba fingiendo», me dijo. Coincidió en que su actitud no era tanto de miedo como de turbación. -Tú sabrás si ellos tienen razón, o no -le dijo-. Pero en todo caso, ahora no te quedan sino dos caminos: o te escondes aquí, que es tu casa, o sales con mi rifle. -No entiendo un carajo -dijo Santiago Nasar. Fue lo único que alcanzó a decir, y lo dijo en castellano. «Parecía un pajarito mojado», me dijo Nahir Miguel. Tuvo que quitarle el cofre de las manos porque él no sabía dónde dejarlo para abrir la puerta. -Serán dos contra uno -le dijo. Santiago Nasar se fue. La gente se había situado en la plaza como en los días de desfiles. Todos lo vieron salir, y todos comprendieron que ya sabía que lo iban a matar, y estaba tan azorado que no encontraba el camino de su casa. Dicen que alguien gritó desde un balcón: «Por ahí no, turco, por el puerto viejo». Santiago Nasar buscó la voz. Yamil Shaium le gritó que se metiera en su tienda, y entró a buscar su escopeta de caza, pero no recordó dónde había escondido los cartuchos. De todos lados empezaron a gritarle, y Santiago Nasar dio varias vueltas al revés y al derecho, deslumbrado por Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 48 tantas voces a la vez. Era evidente que se dirigía a su casa por la puerta de la cocina, pero de pronto debió darse cuenta de que estaba abierta la puerta principal. Ahí viene -dijo Pedro Vicario. Ambos lo habían visto al mismo tiempo. Pablo Vicario se quitó el saco, lo puso en el taburete, y desenvolvió el cuchillo en forma de alfanje. Antes de abandonar la tienda, sin ponerse de acuerdo, ambos se santiguaron. Entonces Clotilde Armenta agarró a Pedro Vicario por la camisa y le gritó a Santiago Nasar que corriera porque lo iban a matar. Fue un grito tan apremiante que apagó a los otros. «Al principio se asustó -me dijo Clotilde Armenta-, porque no sabía quién le estaba gritando, ni de dónde.» Pero cuando la vio a ella vio también a Pedro Vicario, que la tiró por tierra con un empellón, y alcanzó al hermano. Santiago Nasar estaba a menos de 50 metros de su casa, y corrió hacia la puerta principal. Cinco minutos antes, en la cocina, Victoria Guzmán le había contado a Plácida Linero lo que ya todo el mundo sabía. Plácida Linero era una mujer de nervios firmes, así que no dejó traslucir ningún signo de alarma. Le preguntó a Victoria Guzmán si le había dicho algo a su hijo, y ella le mintió a conciencia, pues contestó que todavía no sabía nada cuando él bajó a tomar el café. En la sala, donde seguía trapeando los pisos, Divina Flor vio al mismo tiempo que Santiago Nasar entró por la puerta de la plaza y subió por las escaleras de buque de los dormitorios. «Fue una visión nítida», me contó Divina Flor. «Llevaba el vestido blanco, y algo en la mano que no pude ver bien, pero me pareció un ramo de rosas.» De modo que cuando Plácida Linero le preguntó por él, Divina Flor la tranquilizó. -Subió al cuarto hace un minuto -le dijo. Plácida Linero vio entonces el papel en el suelo, pero no pensó en recogerlo, y sólo se enteró de lo que decía cuando alguien se lo mostró más tarde en la confusión de la tragedia. A través de la puerta vio a los hermanos Vicario que venían corriendo hacia la casa con los cuchillos desnudos. Desde el lugar en que ella se encontraba podía verlos a ellos, pero no alcanzaba a ver a su hijo que corría desde otro ángulo hacia la puerta. «Pensé que querían meterse para matarlo dentro de la casa», me dijo. Entonces corrió hacia la puerta y la cerró de un golpe. Estaba pasando la tranca cuando oyó los gritos de Santiago Nasar, y oyó los puñetazos de terror en la puerta, pero creyó que él estaba arriba, insultando a los hermanos Vicario desde el balcón de su dormitorio. Subió a ayudarlo. Santiago Nasar necesitaba apenas unos segundos para entrar cuando se cerró la puerta. Alcanzó a golpear varias veces con los puños, y en seguida se volvió para enfrentarse a manos limpias con sus enemigos. «Me asusté cuando lo vi de frente —me dijo Pablo Vicario-, porque me pareció como dos veces más grande de lo que era.» Santiago Nasar levantó la mano para parar el primer golpe de Pedro Vicario, que lo atacó por el flanco derecho con el cuchillo recto. -¡Hijos de puta! -gritó. El cuchillo le atravesó la palma de la mano derecha, y luego se le hundió hasta el fondo en el costado. Todos oyeron su grito de dolor. -¡Ay mi madre! Pedro Vicario volvió a retirar el cuchillo con su pulso fiero de matarife, y le asestó un segundo golpe casi en el mismo lugar. «Lo raro es que el cuchillo volvía a salir limpio -declaró Pedro Vicario al instructor-. Le había dado por lo menos tres veces y no había una gota de sangre.» Santiago Nasar se torció con los brazos cruzados sobre el vientre después de la tercera cuchillada, soltó un quejido de becerro, y trató de darles la Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 49 espalda. Pablo Vicario, que estaba a su izquierda con el cuchillo curvo, le asestó entonces la única cuchillada en el lomo, y un chorro de sangre a alta presión le empapó la camisa. «Olía como él», me dijo. Tres veces herido de muerte, Santiago Nasar les dio otra vez el frente, y se apoyó de espaldas contra la puerta de su madre, sin la menor resistencia, como si sólo quisiera ayudar a que acabaran de matarlo por partes iguales. «No volvió a gritar –dijo Pedro Vicario al instructor-. Al contrario: me pareció que se estaba riendo.» Entonces ambos siguieron acuchillándolo contra la puerta, con golpes alternos y fáciles, flotando en el remanso deslumbrante que encontraron del otro lado del miedo. No oyeron los gritos del pueblo entero espantado de su propio crimen. «Me sentía como cuando uno va corriendo en un caballo», declaró Pablo Vicario. Pero ambos despertaron de pronto a la realidad, porque estaban exhaustos, y sin embargo les parecía que Santiago Nasar no se iba a derrumbar nunca. «¡Mierda, primo -me dijo Pablo Vicario-, no te imaginas lo difícil que es matar a un hombre!» Tratando de acabar para siempre, Pedro Vicario le buscó el corazón, pero se lo buscó casi en la axila, donde lo tienen los cerdos. En realidad Santiago Nasar no caía porque ellos mismos lo estaban sosteniendo a cuchilladas contra la puerta. Desesperado, Pablo Vicario le dio un tajo horizontal en el vientre, y los intestinos completos afloraron con una explosión. Pedro Vicario iba a hacer lo mismo, pero el pulso se le torció de horror, y le dio un tajo extraviado en el muslo. Santiago Nasar permaneció todavía un instante apoyado contra la puerta, hasta que vio sus propias vísceras al sol, limpias y azules, y cayó de rodillas. Después de buscarlo a gritos por los dormitorios, oyendo sin saber dónde otros gritos que no eran los suyos, Plácida Linero se asomó a la ventana de la plaza y vio a los gemelos Vicario que corrían hacia la iglesia. Iban perseguidos de cerca por Yamil Shaium, con su escopeta de matar tigres, y por otros árabes desarmados y Plácida Linero pensó que había pasado el peligro. Luego salió al balcón del dormitorio, y vio a Santiago Nasar frente a la puerta, bocabajo en el polvo, tratando de levantarse de su propia sangre. Se incorporó de medio lado, y se echó a andar en un estado de alucinación, sosteniendo con las manos las vísceras colgantes. Caminó más de cien metros para darle la vuelta completa a la casa y entrar por la puerta de la cocina. Tuvo todavía bastante lucidez para no ir por la calle, que era el trayecto más largo, sino que entró por la casa contigua. Poncho Lanao, su esposa y sus cinco hijos no se habían enterado de lo que acababa de ocurrir a 20 pasos de su puerta. «Oímos la gritería -me dijo la esposa-, pero pensamos que era la fiesta del obispo.» Empezaban a desayunar cuando vieron entrar a Santiago Nasar empapado de sangre llevando en las manos el racimo de sus entrañas. Poncho Lanao me dijo: «Lo que nunca pude olvidar fue el terrible olor a mierda». Pero Argénida Lanao, la hija mayor, contó que Santiago Nasar caminaba con la prestancia de siempre, midiendo bien los pasos, y que su rostro de sarraceno con los rizos alborotados estaba más bello que nunca. Al pasar frente a la mesa les sonrió, y siguió a través de los dormitorios hasta la salida posterior de la casa. «Nos quedamos paralizados de susto», me dijo Argénida Lanao. Mi tía Wenefrida Márquez estaba desescamando un sábalo en el patio de su casa al otro lado del río, y lo vio descender las escalinatas del muelle antiguo buscando con paso firme el rumbo de su casa. -¡Santiago, hijo –le gritó-, qué te pasa! Santiago Nasar la reconoció. -Que me mataron, niña Wene -dijo. Tropezó en el último escalón, pero se incorporó de inmediato. «Hasta tuvo el cuidado de sacudir con la mano la tierra que le quedó en las tripas», me dijo mi tía Wene. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 50 Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis, y se derrumbó de bruces en la cocina.

Cuidemos nuestro ambiente (entero)


Por estos días calientes del verano 2012 el agua, que desde siempre ha corrido
libremente por la piel de la tierra, fertilizando la vida y convirtiendo a los territorios, sean las llanuras, las montañas, mesetas y cuencas, en reserva interminable para que los sentidos existencia les de los ecosistemas naturales y la diversidad infinita y enriquecedora de las culturas, re-existan, y para que el canto a la vida siga siendo el latido nutricio del planeta, ha sido aprisionada por el pensamiento de la racionalidad instrumental para que el productivismo que genera, la convierta en barro contaminado.
Ocurre, y no tan repentinamente, que por las regiones del Paraná, el río ha descendido descontroladamente su caudal en su ciclo de creciente. Este hecho coincide con la lucha por las aguas vida en contra de la instalación de las megamineras, marcando estas tensiones los crujidos de un conflicto en cuyo fondo se encuentra la crisis ambiental. Ahí, en ese rincón de la crisis, se aloja el Pensamiento Único, pensamiento totalitario, como el pensamiento científico de la Modernidad Insustentable “que objetivó a la naturaleza y cosificó al mundo”1. Afirmamos que la Modernidad se autoimpuso una misión salvífica y se autoinstituyó como referencia de lo político, lo social, lo cultural, configurando al unísono a los sistemas educativos y científicos y dándole un único sentido a la propia cotidianeidad, naturalizando, de un modo claustrofóbico, la metafísica de un conocimiento universal, totalizador, totalitario y negador de las diferencias.
Las aguas han sido repensadas por el capital instrumental depredador y la ciencia sin conciencia como un banal mecanismo cuya finalidad solo consiste en generar rápidos beneficios, acelerando vertiginosamente la producción agraria mediante la biotecnologización fundada en el anegamiento de la vida con océanos de agrotóxicos, y la explosiva producción minera a cielo abierto, que cierra los caminos de la vida y los cauces del agua con una racionalidad fáustica y deserotizada, dejaron a la naturaleza montañosa con la mera compañía del vacío del ser. Esta perversión arropada con el titulejo de Progreso, Desarrollo, Crecimiento para generar riqueza y eliminar la pobreza y la desigualdad, descuartizó la relación de los

ecosistemas, rompió el tejido articulador de los territorios y quebrantó el sentido de la naturaleza desnaturalizando al ser.
Durante un recital histórico de Calle 13, René arengó contra la “Minería Contaminante”:
http://www.diariouno.com.ar/vendimiatmp/Calle-13-arengo-contra-la-mineria–contaminante-en-un-recital-historico–20120205-0069.html
Compartimos con los lectores, un videoclip de la canción “Vamo a portarnos mal” que alude a la lucha contra la minería contaminante y que Calle 13 interpretara hace unos días en el festival de Vitivinicultura en Luján de Cuyo:

La vida ha quedado aprisionada en el frío obsceno del Pensamiento único, corazón impiadoso de occidente, que se realiza bajo el imperio de teorías productivistas que imponen barreras descomunales para que otras voces puedan ser escuchadas, de modo tal que la voz del amo cientificista bajo los dictados de la ley de mercado, impidan que el agua y otros saberes tengan derecho a ser, desmoronando el proyecto existencial de la diversidad y construyendo diques inmensos para sepultar las racionalidades diferentes, las racionalidades ambientales opuestas a la devastación engendrada en el útero de la Racionalidad Instrumental que habrá de tornar árida la vida tanto en las cuencas donde se cultiva el monocultivo de la soja transgénica, o en la cordillera donde la minería a cielo abierto arrasa montañas, cursos de agua y glaciares.
Frente al atropello al que son sometidas poblaciones que luchan por la conservación de la plataforma de la vida con el agua como sustento irreemplazable del ser, reprimidas hoy, desde la acción directa y desde la detestable humillación simbólica; nosotros nos paramos desde la Ética de la Sustentabilidad, y le decimos a esas voces del poder empresarial y político, que será la conservación de la diversidad la que impida el holocausto, mientras se conjugue el ethos de las diversas culturas. Esta ética alimenta una política de la diferencia, decimos en el Manifiesto por la Vida. Es una ética radical porque va a la raíz de la Crisis Ambiental para mover los cimientos filosóficos, culturales, políticos y sociales de esta civilización hegemónica, homogeneizante, jerárquica, despilfarradora, sojuzgadora y excluyente. Justamente todos atributos contaminados por el productivismo más cerril y que fuera cacareado por gobernadores y empresarios mineros. Poseen la lengua veloz para desprestigiar, descalificar, acusar y poner a los defensores del ambiente en el lugar de embajadores al servicio de la pobreza, la exclusión, mediante la práctica de engendros totalitarios. Ya es conocido el método del Poder para impedir que sus ganancias infames y devastadoras puedan ser perturbadas, menoscabadas y debilitadas. Debemos recordar que en 1939 se creó por primera vez en laboratorio una sustancia química sintética que fue usada tanto en tiempo de guerras, como en la producción agraria para aumentar los rendimientos y combatir las plagas. A su inventor se le otorgó el Premio Nobel de Medicina, y en su entrega, se lo glorificó como el salvador de la humanidad porque ese producto desterraría la enfermedad y el hambre. Una mujer, bióloga, comenzó a observar al poco tiempo que las voces de la vida se silenciaban. Investigó, y denunció que ese producto era perjudicial para la vida, intentó publicar sus investigaciones, era la década del cincuenta. La descalificaron, quedó separada de la academia, era insultada desde los medios de comunicación y desde las patronales agrarias del centro de los EEUU. El Poder personalizado, entonces en John F. Kennedy, la ignoró. Pero, obstinadamente, en contra de la inmensidad del Poder, siguió investigando y demostró la toxicidad de ese producto fatal para la vida y escribió uno de los más bellos libros de ciencia, “La Primavera Silenciosa”. El inventor del Producto, Peter Müller, Premio Nobel de Medicina 1948, un cínico despiadado, siempre ignoró estas denuncias. La Bióloga, Rachel Carson, murió de cáncer en 1962. El producto que iba a salvar a la humanidad y que generó la humillación, exclusión, amenazas violentas contra esta valiente mujer, el DDT, fue prohibido en 1975. Era hijo de la ciencia mecanicista de la Modernidad Insustentable y produjo ganancias inmensas en sintonía con la lógica del mercado. No curó, por el contrario, generó más enfermedades. No eliminó el hambre, lo aumentó, pues muchas regiones se desertificaron. Por eso, le decimos al poder que ignora y humilla a los que luchan contra las megamineras, que las amenazas y descalificaciones no son nuevas para los que defienden el ambiente. Una vez más, aparece, en su esplendor, la cultura xenófoba, individualista, conservadora y capitalista arrasadora que es la fe de los grupos de poder norteamericanos. En este sentido, resulta ilustrativo el video realizado por Michael Moore, Breve Historia de los Estados Unidos de América:

Parecida a la patética admonición de Gioja, gobernador sanjuanino, tildando de nazi a todos los opositores a la megaminería, es la caricatura del personaje de la última película del genial Clint Eastwood, “J. Edgar” que etiquetaba de comunistas a todos quienes se opusieran al modo de vivir yanqui fundado en la doble moral: ese sentido conservador religioso, individualista, sobreexplotador de los obreros y al servicio del capital. Desde ese punto de vista, Rachel Carson, era nazi. Chico Mendes, primer mártir del ambientalismo latinoamericano, que luchaba contra los latifundistas que arrasaban la selva, y fue asesinado por uno de estos patrones, era nazi. El Teólogo de la Liberación Leonardo Boff, que condena el modo irracional de explotar los bienes y la vida natural, es nazi.
«Aquel que crea que el crecimiento exponencial puede continuar perpetuamente en un mundo finito: o es un imbécil o un economista.»
relato sanjuanino, la epopeya del pueblo entrerriano que luchó en contra de la construcción de la megarepresa Paraná Medio y logró que la legislatura declarara a Entre Ríos Territorio Libre de Represas. Como nazi ha sido el formidable proceso realizado por el pueblo misionero que, enfrentando a todo el establishment político y mediático, confluyendo desde todos los horizontes como afluentes primorosos de vida, expresado a través de los movimientos ambientalistas, el obispado de Monseñor Piña, los docentes, estudiantes y padres, los Pueblos Originales, en un plebiscito histórico dijeron NO a Corpus. Y cómo no recordar a ese acontecimiento epopéyico del NO al Basurero Nuclear en Gastre, en pleno corazón de la Patagonia argentina. También sus luchadores habrán sido nazis… ¡Cuánto desatino! La Racionalidad Instrumental, como veneno que anida en el corazón de las explosiones a cielo abierto para que sangre la tierra y el agua se desagüe, ha colonizado el pensamiento con los barros putrefactos del Pensamiento único. De ahí que deconstruir, desuniversalizar, desabsolutizar, los cimientos del Paradigma Mecanicista, tan fragmentador y reduccionista, está en los afanes de la Escuela Chico Mendes, para que los sentidos existenciales de la vida, vivan y para que el pensamiento, ante la encrucijada que le imponen los productivistas, pueda saltar el cerco de la lógica de mercado, y señale los nuevos mapas de la Racionalidad Ambiental.
Pero dónde nace el Pensamiento Único, ese pensar que engendró la crisis ambiental, crisis civilizacional, que es la crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado a la naturaleza y negado a las culturas alternas, tanto aquí en las riberas del Río Paraná, donde el monoproductivismo sojero arrasó con la diversidad y aumentó el Calentamiento Global y aceleró el Cambio Climático que, hoy, y no sólo de ese modo, se manifiesta con la disminución del caudal del agua en la época de creciente; y en la región montañosa depredará de modo impiadoso la vida del agua, con la minería a cielo abierto, proceso inmundo y contaminante. Tanto en el caso de la sojización como en la megaminería, la furia destructora, deviene de la visión mecanicista del mundo que, ignorando los límites biofísicos de la naturaleza y los estilos de vida diferentes de las diversas culturas, está acelerando el calentamiento global del planeta. (Manifiesto por la Vida).
Desterritorialización y soberanía alimentaria
Mas ¿cuándo y cómo erramos el camino? Cuando sonó la “alarma ecológica” (como algunos la denominaron) a fines de los años 60 e inicios de los 70, vivíamos en la certeza del progreso, en el ilusionismo de un crecimiento sin límites que se mantiene hasta ahora. El desarrollo científico y tecnológico, ha sido interpretado como un designio y un destino, como la razón y el modo auténtico de ser de esta humanidad. El mundo moderno se mueve –como bien predijo Galileo– pero no sólo impulsado por las fuerzas cósmicas del universo, sino cada vez más por la racionalidad tecno-económica basada en el dominio científico de la naturaleza y en el control social. La construcción del mundo y de nuestros mundos de vida ha sido acarreada por la racionalidad de la modernidad –la objetividad de la ciencia, la innovación tecnológica, el crecimiento económico–, que habría de conducir la evolución de la vida humana siguiendo una lógica: la lógica del descubrimiento científico (K. Popper), la tecno-logía (H. Marcuse) y la “lógica” del mercado que han generado un mundo logocéntrico. El “descubrimiento científico” ha producido el encubrimiento tecnológico del mundo moderno (M. Heidegger); el conocimiento ha generado un desconocimiento del mundo. Esta teleología metafísica de la historia, que ha desembocado en un sistema-mundo cerrado en su jaula de racionalidad (M. Weber) y en el fin de la historia (F. Fukuyama), nos han llevado al borde del precipicio ambiental. El “progreso de la humanidad” ha conducido el proceso de evolución hacia la intervención tecnológica de la vida, por una voluntad de dominio de la naturaleza que se ha instituido y ha modelado al mundo, absorbiendo paso a paso las diversas formas de vida; constriñendo y determinando el sentido de lo humano (E. Leff).
El Pensamiento Único Occidental, antes que un proceso de globalización del mundo, produce un veloz proceso de occidentalización de las culturas y la producción, que reconoce antecedentes y tiene fecha de nacimiento. Acudimos al filósofo Sergio Bergallo, entrerriano, docente de la Universidad Nacional de Entre Ríos, quién en su estupendo libro “La desaparición de los dioses”3, editado por Arriba la Luna, nos dice que el 28 de Febrero del año 380 los emperadores Teodosio, Graciano y Valentiniano II, éste último un niño de 9 años, promulgaron el Edicto de Tesalónica, por el cual la religión cristiana y católica se convirtió en la única religión oficial del imperio romano, con carácter obligatorio para todos los pueblos del imperio, precisando que quienes no la profesaran u osaran combatirla serían considerados “dementes y delirantes”, y por ende, serían perseguidos y exterminados. El proceso avanzó. Se convirtió en dogma y se persiguieron las herejías de quienes llegaran a pensar diferente. Se eliminaron y destruyeron todos los templos de los dioses de otras religiones a quienes se les denominaba paganos. El fanatismo teológico hizo estragos, por ejemplo, el papa san León I, manifestó que había que empuñar la espada refulgente contra todos los impuros, expresando: “La impiedad de los paganos, la ceguera de los judíos, los hombres de pensamiento carnal, lo prohibido de las artes ocultas, la magia, en fin el sacrilegio y la blasfemia, son una letrina, una inmundicia que debe ser exterminada”. La ola de terror inundó todas las ciudades del imperio, cuyos ejecutores fueron soldados, monjes y las turbas fanatizadas. León I fue declarado doctor de la Iglesia por Benedicto XIV. Hoy, el fanatismo teológico neoliberal contribuye a construir las bases del Pensamiento único que aún, sigue perturbando a la humanidad.

Otro modo de imponer el Pensamiento único fue el acontecimiento ocurrido en el año 415, cuando fue asesinada la sabia Hipatia de Alejandría por una horda de monjes que respondían a san Cirilo. Era hija del famoso matemático Theón y había logrado reconstruir la Biblioteca de Alejandría, con los libros salvados de la expoliación efectuada hacia el año 391. Los monjes, dirigidos por el clérigo Pedro, la descubrieron en la calle, la arrastraron, la desnudaron y le dieron muerte despedazándola con trozos de cristal. El cadáver fue quemado, finalmente con todos sus libros.
Y en América, Abya Yala, debemos recordar tantas cosas para la imposición del Pensamiento Único. No olvidemos que América fue la mina inmensa que se tragó decenas de millones de indios y negros, y construyó los ríos de riqueza que alimentaron al capitalismo y aceleraron la formación del aparato tecnocientífico de la Modernidad Insustentable, expresión acuñada por H. Leiss 4.
Luego de que Francisco Pizarro destruyera Cusco y asesinara, junto a miles a Atahualpa en Cajamarca, su hermano Gonzalo, se lanzó en busca del País de la Canela (Ospina, W., 2008)5. Quería explotar la riqueza de la canela tan apreciada en la Europa de entonces. Cruzó las montañas, le habían dicho que detrás de ellas estaba la riqueza soñada. Armó una expedición con más de cuatro mil indios. Llegaron a la región amazónica. Había árboles de canela. Pero él quería que la selva fuera solo de canela. Amenazó a los indios y les exigió que le dijeran la verdad. Dónde estaba la selva sólo de árboles de canela. Los incas de la montaña no pudieron darle la información… y entonces sucedió lo increíble: el triunfo del Pensamiento Único mediante el calvario y sangre derramada sin compasión. De a diez eran convocados los indios y se les exigía la verdad sobre la canela. Como no escuchó lo que deseaba los aperreaba. Había llevado consigo tres mil perros, y entonces, los lanzaba contra los indios para que los descuartizaran. El Pensamiento Único no anda con miramientos, los perros se comieron tres mil hombres.

Luego vino la invención del occidente moderno, heredero del occidente europeo, construido en torno al derecho romano canónico, arquitectura técnica jurídica del orden nuevo. La teología nueva pasó a ser la ciencia y no admitió otro pensamiento que el suyo, y así se realizó un inmenso epistemicidio. A partir de entonces, qué significa Occidente. Seguimos a Legendre y decimos que se trata de una inmensa petrificación fragmentada entre ciencias naturales, ciencias sociales y las artes y una bola estratosférica donde se inflama el reino de la libertad para que el hombre flote envuelto en un diálogo desolado con la Ética, la Política y la Trascendencia, vinculándose con el suelo petrificado de la naturaleza con el individualismo y la propiedad privada (Legendre, P. 2008)6. Así nació la nueva versión dogmática del Pensamiento Único. Megaordenada por la Lógica de Mercado. Legitimada con la Ciencia, el Progreso, el Desarrollo, palabras mágicas que nunca han producido otra cosa que violencia y destrucción. En nombre del Progreso y de la organización nacional se llevó a cabo la Conquista del Desierto, comenzó el genocidio en nuestras pampas y Patagonia, y surgió el latifundio. De este modo, el Progreso, desde el saber que no sabe, se eleva esclavizando a la naturaleza, violando su sacralidad y produciendo riqueza que se concentra y desolación que se expande.
Como Escuela de Educación y Formación Ambiental, y ante el escenario depredador que nos propone el productivismo agrario genetizado y la megaminería, confrontamos con la Racionalidad Instrumental destructora, estamos con los que se oponen desde las asambleas populares, desde organizaciones ambientalistas, desde los Pueblos Originales, desde los intersticios de la Academia, con todos aquellos que apuestan a la Racionalidad Ambiental, “para abrir la complejidad del mundo de lo posible, al poder-ser, al por-venir” (Leff, E., 2007). Sostenemos que el AMBIENTE debe ser valorizado por la cultura y no por el mercado y las empresas. El productivismo, tanto agrario como minero debe ser gobernado por un sentido ético en el proceso de transformación de la vida. Como expresamos en el “Manifiesto por la Vida”, “sin desconocer los aportes de la Ciencia para transitar hacia la sustentabilidad, es necesario repensar la globalidad desde la localidad del saber, arraigado en un territorio y en una cultura, desde la riqueza de su diversidad y singularidad; y desde allí, reconstruir el mundo a través del diálogo de saberes intercultural y la hibridación de conocimientos científicos con los saberes locales”.

Imaginar el mundo desde Latinoamérica, desde Abya Yala, en tiempos turbulentos, es pensarlo desde otro lugar del pensamiento. Debemos hacer como hace unos días hicieron los estudiantes, en la cueva de la economía neoliberal que torturó al mundo durante las últimas décadas, descuartizando la interculturalidad y destruyendo ecosistemas complejos, que le dieron la espalda a los profesores y exigieron su renuncia, “que se vayan”, gritaban los jóvenes. Porque sus ideas habían sido las que llevaron al mundo al borde de la catástrofe. No podemos aplicar en nuestra casa común otro proyecto que el emancipatorio, ése, que nos legaron los fundadores, en un proceso de diálogo intercultural. De ahí, nuestra oposición a la sojización y a la megaminería. Por estos días, los caminos latinoamericanos desde Panamá, pasando por Perú y llegando a Argentina, están siendo recorridos por las tensiones generadas por la megaminería a cielo abierto y en estos contextos, los pueblos afirman, con pasión y compromiso su aspiración de ser escuchados, y que su grito: “Si al Agua, Si a la Vida”, sea la bandera de una visión del desarrollo y la ética.
Ambientalizar el desarrollo y los modos de vida significa descolonizar el conocimiento y descontaminarlo de las inmundicias que naturalizó el engañoso fenómeno del Progreso. Justamente en esta idea de currículo popular y cultural, ante el avance de las multinacionales que están decididas a cumplir el mandato arrasador de occidente, es imprescindible construir otro concepto de sujeto, reencantado en la práctica de una nueva racionalidad que dialoga con otras racionalidades, obstinado en la construcción del Saber Ambiental, donde se redefinirán las antiguas y siempre subordinadas relaciones entre Saber y Poder, para construir otras representaciones del Mundo, de la Naturaleza, de la Ciencia, de la Vida y de la propia Cotidianeidad.
Parafraseando los decires del Presidente de la Confederación Indígena del Ecuador (CONAIE), Luis Macas: para nosotros la cuestión ambiental es un proyecto simultáneamente político y epistemológico. Y desde esa encrucijada hablamos de la megaminería, de la sojización, del productivismo depredador y de los espacios que, supuestamente se han creado y desarrollado para resolver la Crisis Ambiental, perceptible desde comienzos de los 70 del durante el pasado siglo. La Cumbre de Río de Janeiro, en 1992, fue uno de esos tantos espacios para reorientar el camino del mundo que por la aplicación de una concepción economicista entrópica y utilitarista, tenía como parada final las honduras oscuras del abismo. Y la Cumbre de la Tierra fue un fracaso. Como lo fueron últimamente Copenhague o Durban. Y lo será Río+20, que, de antemano sabemos será revestido por los Estados, y el occidente de OTAN – USA, en particular, con ropajes verdificados, de una economía verdecita pero que conserve los rendimientos descomunales de beneficios y de producción de basura. Y eso no sirve. Como no han servido los Partidos Verdes, creados a partir de los 60 en el siglo XX. Hace poco, en Europa, los hemos visto apoyando las políticas de genocidios contra los pueblos indefensos de Libia, Irak, Afganistán y acordando con la invasión a Irán. Por eso, y sabiendo que esa no es una herramienta política liberadora, Marina Silva, quien fuera Ministra de Ambiente de Lula, renunció al Partido Verde en Brasil, donde obtuvo en las últimas elecciones más del 22% de los votos, y formó un Movimiento por la Ética y la Política, que arraiga en la Ética para la Sustentabilidad, inscripta en el Manifiesto por la Vida, que ella también acordó en Bogotá durante el año 2002.
Qué pueden decir algunas universidades de la lucha de los pueblos si están subvencionadas por quienes devastan su hábitat. Las universidades del país que están programando Seminarios para Río+20, generando aportes para el debate sobre un supuesto desarrollo sustentable y de protección de los bienes naturales, y de “uso prudente de los recursos naturales”, como dice el pensamiento hegemónico, subestimando nuestra inteligencia, pretendiendo que creamos que están preocupados por los equilibrios ecosistémicos, se encuentran en las tierras oscuras de la inmoralidad si aceptaron los fondos de financiamiento de las Mineras, o acordaron, como algunas facultades, convenios con Multinacionales nefastas y genocidas de la biodiversidad, por ejemplo, la insuficientemente mentada, Monsanto. Esos fondos tienen las marcas irreversibles de la represión, del encarcelamiento de los luchadores sociales y de la sangre derramada por las sendas latinoamericanas que, obstinadamente, se oponen, como en la región andina argentina, a que las multinacionales caven el hoyo mortífero para vaciar al ser, con explosiones que implosionan sobre la vida y el agua.

Río+20 debe ser un proceso en marcha, hasta junio del 2012, para entender que la Crisis Ambiental no es una cuestión que pueda abordarse desde perspectivas biologicistas, economicistas, ecologistas, tecnológicas, sino que el problema ambiental, como crisis civilizatoria, es un problema de la cultura, que debe referenciarse y fraguarse como decires en la Complejidad Ambiental. Y allí, ante ese paisaje nuevo y luminoso, habrán de sucumbir el pensamiento unidimensional, la razón instrumental que despojó de vida al ser, cosificando todas sus dimensiones. Río+20, deberá ser un atractor para que el despojo de las culturas y ecosistemas naturales de Latinoamérica sucumba ante las luchas y reclamos populares, que se han convertido en verdadero Diálogo de Saberes y caja de resonancia emancipatoria que recupera las voces de Abya Yala y el mandato emancipador de los libertadores que imaginaban, como Bolivar, una sola nación. En todo caso, hoy, podemos seguir pensando en el espacio común de la UNASUR.

Acordamos con los principios planteados en Porto Alegre para elaborar nuestra propuesta rumbo a Río+20, tal como lo propone Boaventura de Souza Santos para la Cumbre de los Pueblos, en oposición a la conferencia organizada por la ONU:
Primero, la centralidad y la defensa de los bienes comunes de la humanidad como respuesta a la mercantilización, privatización y financierización de la vida, implícita en el concepto de “economía verde”. Los bienes comunes de la humanidad son bienes producidos por la naturaleza o por los grupos humanos, a nivel local, nacional o global, que deben ser de propiedad colectiva, a diferencia de lo privado y lo público (estatal), aunque le compete al Estado cooperar en la protección de los bienes comunes. Entre los bienes comunes están el aire y la atmósfera, el agua, los acuíferos, ríos, océanos, lagos, las tierras comunales o ancestrales, las semillas, la biodiversidad, los parques y las plazas, el lenguaje, el paisaje, la memoria, el conocimiento, el calendario, Internet, HTML, los productos distribuidos con licencia libre, Wikipedia, la información genética, las zonas digitales libres, etc. Los bienes comunes presuponen derechos comunes y derechos individuales de uso temporal. Algunos de estos bienes pueden exigir o tolerar algunas restricciones al uso común e igualitario, pero deben ser excepcionales y también temporales. El agua comienza a ser vista como el bien común por excelencia, y las luchas contra su privatización en varios países son las que han tenido más éxito, sobre todo cuando se combinan luchas campesinas con luchas urbanas.
Segundo, el pasaje gradual de una civilización antropocéntrica a una civilización biocéntrica, lo que implica reconocer los derechos de la naturaleza; redefinir el buen vivir y la prosperidad de modo que no dependan del crecimiento infinito; promover energías verdaderamente renovables (no incluyen a los agrocombustibles) que no impliquen el desalojo de campesinos e indígenas de sus territorios; diseñar políticas de transición para los países cuyos presupuestos dependen excesivamente de la extracción de materias primas, ya sean minerales, petróleo o productos agrícolas de monocultivo, con precios controlados por las grandes empresas monopólicas del Norte.
Tercero, defender la soberanía alimentaria, el principio de que, en la medida de lo posible, cada comunidad debe tener control sobre los bienes alimentarios que produce y consume, acercando a consumidores y productores, defendiendo la agricultura campesina, promoviendo la agricultura urbana, de tiempos libres, prohibiendo la especulación financiera con productos alimentarios. La soberanía alimentaria, junto con la idea de los bienes comunes, exige la prohibición de la compra masiva de tierras por parte de países extranjeros como pasa en Argentina, Africa, China, Japón, Arabia Saudita, Kuwait o multinacionales (el proyecto de la surcoreana Daewoo de comprar 1,3 millones de hectáreas en Madagascar), en busca de reservas alimentarias.
Cuarto, un vasto programa de consumo responsable que incluya una nueva ética del cuidado y una nueva educación para el cuidado y el compartir: la responsabilidad ante los que no tienen acceso a un consumo mínimo para garantizar la supervivencia; la lucha contra la obsolescencia artificial de los productos; la preferencia por los productos producidos por las economías sociales y solidarias basadas en el trabajo y no en el capital, en el florecimiento personal y colectivo y no en la acumulación infinita; la preferencia por consumos colectivos y compartidos siempre que sea posible; mayor conocimiento sobre los procesos de producción de los productos de consumo, para que se pueda rechazar el consumo de productos realizados a costa del trabajo esclavo, la expulsión de campesinos e indígenas, la contaminación de aguas, la destrucción de sitios sagrados, la guerra civil, o la ocupación de tipo colonial.
Quinto, incluir en todas las luchas y en todas las propuestas de alternativas las exigencias transversales de profundización de la democracia y de lucha contra la discriminación sexual, racial, étnica, religiosa, y contra la guerra.
Recordamos para finalizar, un escrito anónimo, que recuperó el Teólogo de la Liberación Jesús Olmedo, en Humahuaca, tierras mineras si las hay, y que dice:
Un día pregunté en casa,
Abuelo, dónde está Dios,
Mi abuelo se puso triste,
Y así me contestó:
Tu Padre murió en la mina,
Sin doctor, ni confesión,
Lo enterraron los indios
A golpe de pala y tambor.
Tu hermano vive en el bosque
Y no conoce la flor.
Roja sangre de un minero
Lleva el oro del patrón.
Y que nadie me pregunte
Si es que acaso existe Dios,
Pero es seguro que almuerza
En la mesa del patrón.
Hay una cosa en el mundo
Tan importante como Dios y que nadie escupa
Lo que para otro sirve para que viva mejor, como el agua.
Yo canto la voz del Pueblo,
Que canta mejor que yo
Roja sangre del minero
Lleva el oro del patrón.
Por último, les proponemos compartir con Uds. este material realizado por actores argentinos contra la megaminería contaminante:
http://www.concienciasolidaria.org.ar/noalamineria.html

Aborto no punible


La Corte Suprema está a punto de dar un paso fundamental en la discusión que rodea al aborto: se dispone a firmar hoy un fallo que apunta a dejar en claro que cualquier mujer tiene derecho a interrumpir un embarazo que es producto de una violación y que no requiere ninguna autorización judicial para eso. Todo indica que el tribunal dirá que esa posibilidad no se limita a las mujeres que sufren una discapacidad mental y que no cabe otra interpretación del Código Penal. Esa es una de las tantas excusas –basadas en una lectura restrictiva de la ley– con que se obstaculizan o rechazan los pedidos para detener la gestación tras una situación de abuso sexual. Los jueces supremos vienen hace meses trabajando en esta sentencia que, según anticipan sus allegados, promete dejar un fuerte mensaje tanto para los médicos y hospitales, que a menudo se niegan a practicar abortos no punibles sin un expreso aval judicial, como para los jueces, que suman escollos con resoluciones que ponen en duda las excepciones legales que permiten abortar.

Los últimos años ofrecen una larga lista de mujeres, muchas de ellas niñas y adolescentes, que se vieron enredadas en un laberinto judicial ante la negativa de las instituciones públicas de salud a realizarles un aborto no punible. En una de esas historias se basará la Corte Suprema. Es la de A. G., una chica de Comodoro Rivadavia que tenía 15 años cuando denunció que fue violada por su padrastro, un suboficial de la policía de Chubut. En primera instancia, una jueza de familia había rechazado autorizar la interrupción del embarazo con el argumento de defender la vida del feto, decisión que fue confirmada por mayoría de la Cámara de Apelaciones de Comodoro Rivadavia. En marzo de 2010, la Corte Suprema de Chubut revirtió ese criterio en forma contundente y sostuvo que se trataba sin duda de uno de los casos de aborto que habilita el inciso 2 del artículo 86 del Código Penal. “La interpretación restrictiva” de ese inciso, dijo el tribunal chubutense, “implica atribuir a las mujeres actos heroicos que el derecho no puede imponer”. Aquel fallo encomendaba que el hospital regional u otro centro de salud realizaran la intervención cuanto antes. Finalmente, A.G. –que sufrió una fuerte depresión tras la violación por la que quedó embarazada– pudo acceder al aborto. Un defensor oficial de menores llevó el caso a la Corte Suprema nacional, invocando el “derecho del niño por nacer”.

El máximo tribunal entendió que estaba frente a la posibilidad de aprobar una sentencia que representara un caso testigo, que zanjara las diferencias de interpretación sobre los alcances del artículo 86, que aún conserva la redacción de cuando se aprobó el Código Penal en 1921. Lo mismo interpretó una decena de organizaciones de la sociedad civil y de instituciones internacionales que trabajan en salud sexual y reproductiva, que se presentaron como amigos del tribunal (amicus curiae) para impulsar una lectura amplia de la norma. Lo que la mayoría viene advirtiendo hace años es que la judicialización sólo favorece la lógica de que quienes tienen recursos pagan una aborto seguro en forma privada y quienes no tienen terminan poniendo en peligro su vida o asumen situaciones indeseadas o dañinas para su salud física y psíquica.

El inciso 2 de aquel artículo dice que el aborto no es punible “si el embarazo proviene de una violación o de un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente”, afirmación que los jueces con frecuencia han optado por interpretar como que ante una violación la interrupción de la gestación sólo se le puede realizar a una mujer con discapacidad mental. Por eso, ante la duda y/o la interposición de las creencias personales, los profesionales de la salud muchas veces optan por fomentar la judicialización. Esta actitud se repite incluso ante abortos terapéuticos que el inciso 1 prevé “con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y si este peligro no puede ser evitado por otros medios”.

El fallo de la Corte estaba prácticamente terminado ayer a última hora, y según pudo saber Página/12 a través de dos importantes fuentes del tribunal, sería unánime (lo que no quita que algunos de los jueces redacten sus propios votos), a menos que haya cambios de último momento. El pronunciamiento pretende dejar sentado que la única traducción posible de la norma penal que está vigente es que ninguna mujer necesita autorización de un juez para lograr que un hospital o centro de salud le realice un aborto si quedó embarazada como resultado de una violación. Confirmará así el fallo de la Corte de Chubut y seguirá parte de su línea argumental, pudo saber este diario. Al referirse al derrotero judicial al que se empuja a mujeres que reclaman abortos contemplados por la ley, ese tribunal advirtió que “es una carga adicional” y “una vulneración de su derecho”. A los médicos les advertía que “el cumplimiento de las normas jurídicas es un deber del profesional”.

Del fallo supremo que saldría hoy se desprendería que no hace falta ninguna nueva ley para definir los abortos no punibles, pero no entrará en la discusión sobre la posibilidad de legalizar el aborto en general, una batalla que se libra en el Congreso. Aun así, la decisión suprema colabora en despejar el camino hacia la despenalización, ya que ayudará a que el debate no se distraiga o derive a modificar la tipificación de los abortos permitidos en el Código. Podría ayudar también a que se apliquen protocolos claros para la atención de abortos no punibles o que se apliquen los existentes.

En la Corte parecen haber tomado nota también de que la Argentina todavía no dio respuestas en cumplimiento del dictamen del Comité de Derechos Humanos de la ONU por el cual el Estado fue intimado, en mayo del año pasado, a “tomar medidas” para eliminar los obstáculos que impiden el acceso a los abortos contemplados por la ley. El plazo vence el mes que viene. El CDH se pronunció sobre el reclamo de la mamá de L. M. R, una adolescente de 19 años que tenía una edad mental de 10 en 2006, cuando fue violada por un familiar y quedó embarazada. La mujer pidió un aborto no punible en un hospital de San Martín, pero una jueza lo impidió. Con apoyo de organizaciones de mujeres, accedió al aborto en una clínica privada. La CDH dijo que la chica había sido víctima de una “injerencia arbitraria” del Estado.