La búsqueda de alternativas ¿Adónde va América Latina?
¿Qué caminos se presentan para transitar en la actual coyuntura sin caer en optimismos fáciles pero tampoco en clausuras de lo alternativo? Bien podrían ser éstas las preguntas marco que nos guían en este trabajo y que han acompañado tantas reflexiones y perspectivas. Y es que frente a la impresionante magnitud de cambios sociales que se registran -y se aproximan- tanto en el plano global como regional, puede estipularse como premisa que las dudas e interrogantes sobre el futuro de la sociedad uruguaya, más que nunca antes, ya no pueden ser respondidas desde un ángulo de reflexión que fije solamente, coordenadas locales. A los efectos de la realidad social uruguaya, la tarea de integrar a la reflexión conceptos que den cuenta de realidades sociales que trascienden los límites del Estado-nación, se hace imprescindible. Particularmente cuando la crisis más profunda que se ha experimentado -y la notoria desesperanza social que acompaña este proceso- sugiere salidas para el país que, ya sea por su propia fragilidad como por la creciente y asimétrica interrelación global, exceden la capacidad local de generar cursos de acción más o menos autónomos. Además, el fin de un patrón de acumulación1 sin duda se está evidenciando en toda la región, a la vez que aquí y allá se observan exploraciones, búsquedas que abren nuevos e inciertos horizontes de posibilidades. Entre estos horizontes está justamente la generación de una dinámica de integración regional, que progresivamente involucre a toda América Latina, pero que al mismo tiempo, se constituya en un proyecto de sociedad realmente alternativo. Y esto debe marcarse con énfasis, porque los proyectos de integración pueden ser tan socialmente excluyentes como el modelo impuesto en las décadas pasadas. Como es presumible, analizar este tema desde un ángulo de observación que permita visualizar su potencial alternativo, es un emprendimiento que tiene todas las limitaciones de su vastedad. Por ello la propuesta que desarrolla este trabajo, es sobrevolar tan solo algunos ejes sociales de la temática. Esto es: un proyecto de integración supone un conjunto de ámbitos y actores sociales donde se especifica ese proceso. Un ámbito clave donde ocurre esto, puede llegar a ser el lugar de trabajo. Esto sucede, por ejemplo, en el caso de una planta industrial que cierra como consecuencia del nuevo posicionamiento de la transnacional de la que depende en la región y que apela -racionalidad instrumental mediante- a minimizar costos con otro despliegue espacial2. En este caso, la discusión, la reflexión sobre lo 1 La noción del modelo o patrón de acumulación se utiliza con relativa frecuencia para observar la modalidad que asume la dominación capitalista en un espacio-tiempo determinado. A nuestros efectos, lo principal es resaltar los actores dominantes, sus alianzas y articulaciones entre ellos y con el resto de la sociedad, que hacen posible el sostenimiento (o no) de un determinado patrón en el tiempo. 2 Un ejemplo que alcanzó notoriedad a mediados del año 2003, es el caso del monopolio privado que se generó con el mercado nacional de cervezas. La absorción de Quilmes Industrial S.A. (de Argentina) que controlaba la Fábrica Nacional de Cerveza, por la transnacional AMBEV (de Brasil más capitales de la francesa Danone) que ya controlaba Cervecería y Maltería Paysandú y Compañía Salus (cerveza Patricia) desde el año 2000, tuvo como consecuencia el cierre de la producción en la planta de Paysandú por innecesaria. Esto es explicable dentro de la estrategia empresarial de minimizar costos subregionales y ganar escala continental (Véase por ejemplo, América Economía, octubre 2003). 30 Alfredo Falero que ocurre, hace entrar la temática de la integración en la cotidianeidad. En casos como éstos, una temática que parece ajena, que se presenta rodeada de tecnicismos sobre inversiones, movilidad del capital e intercambio comercial, se la comienza a percibir de una forma más cercana -aunque obviamente desde una consideración negativa- ante la pérdida de la inserción laboral. Sin embargo, éste es un ámbito coyuntural y no es el aspecto que queremos desarrollar en este artículo. Porque la temática también se especifica en otros ámbitos de la sociedad con carácter más permanente. Sobre ellos, a nuestro juicio, no se ha profundizado pero se convierten en relevantes en una dinámica de construcción regional. Pero antes de entrar en ellos, es preciso fijar algunas coordenadas conceptuales que nos guíen en ese recorrido. 2. Horizontes conceptuales PENSAR EL ESPACIO GEOGRAFICO – Se verá a lo largo de este artículo, que nuestra problemática se transforma en el punto de cruce de múltiples planos de análisis. En principio, toda la temática sobre globalización, integración regional y movimientos sociales confluye en la exigencia de construir, según expresión de Zemelman (1992), desde una totalidad dialéctica. Por ello lo que sigue, debe considerarse como una síntesis apretada de una temática de enorme alcance. Dentro de los fundamentos conceptuales, debemos hacer alusión a una discusión académica de fondo que no ha tenido aún mucho eco en el caso uruguayo. Se trata de la exploración de nuevos caminos que enfrentan las Ciencias Sociales, de la necesidad de reconsiderar algunas de sus premisas institucionalizadas. Sin duda, Inmanuel Wallerstein está entre quienes se encuentran empeñados en esta tarea de apertura de nuevos senderos de análisis crítico3. Entre las reconsideraciones que interesa destacar aquí, está el nuevo papel asignado al espacio y al tiempo y su lugar dentro de la propia teoría. Una dirección que apela a hacer más difusos los límites entre disciplinas sociales, lo que llevado a nuestro objeto de estudio, supone en particular, fronteras diluidas con la geografía humana. Y es que el espacio y sus representaciones sociales, la forma de experimentar el tiempo en la vida social, sugiere múltiples manifestaciones a tener en cuenta. Por ejemplo, las posibilidades crecientes de desplazamientos rápidos, supone una alteración drástica de espacio y tiempo. Esto deriva a su vez en nuevas sensibilidades, nuevas formas de experimentar la realidad, pero también, como demostraba Harvey (1993), permite visualizar la compresión del espacio-tiempo como una fuente de poder social. Entre las ideas capitales que marca este autor, deben situarse a modo de síntesis, 4 dimensiones convencionales, interdependientes de las prácticas sociales, que involucran el dominio del espacio (p. 202 y ss.): 1. Accesibilidad y distanciamiento, que refiere básicamente a la distancia como una barrera y su superación para la interacción humana. Refiere a costos de los flujos de bienes, dinero, personas, fuerza de trabajo, información, etc.4 2. Apropiación del uso del espacio, es decir como el espacio es ocupado por objetos (en sentido amplio, como casas o fábricas), actividades, individuos, grupos, clases sociales. Las representaciones serían “mapas mentales” del espacio ocupado. 3. Dominio del espacio -a partir de individuos o grupos poderosos- de la organización y la pro- 3 Debe recordarse su provocativo y ampliamente difundido “Abrir las ciencias sociales” (1996) de mediados de los años noventa, a su vez producto de un trabajo colectivo anterior, como uno de los mojones sociológicos de exploraciones subsiguientes. 4 Este es el punto que también examina Giddens (1994), entre otros. Sociedad civil e integración regional: perfiles, tendencias, desafíos 31 ducción del espacio mediante recursos legales o extralegales. Implica representaciones en forma de comunidad, cultura regional, nacionalismo, geopolítica. 4. Producción del espacio, en el sentido de nuevos sistemas de uso de la tierra, de construcción de infraestructuras para transporte y comunicación, de organización territorial, etc. y nuevas modalidades de representación mediante tecnología de información. Un comentario general que puede hacerse de la tipología anterior, es que el control del espacio, la disminución de barreras espaciales, es una estrategia inmanente al capitalismo. El capital se vuelve cada vez más móvil y abandona un país ante el menor riesgo. Si bien su movilidad no es enteramente libre ya que los estados todavía son capaces de colocar algunas regulaciones (Holloway, 2001), es crecientemente global. En la difundida posición de Negri y Hardt (2002), esa capacidad es básica para cristalizar la etapa actual de “imperio”, concepto que, a diferencia de la etapa anterior de “imperalismo”, se caracteriza por cristalizar un dominio sin fronteras, un régimen que abarca la totalidad espacial. Si estamos ante la conquista progresiva del espacio por el capital en todas sus formas, también debemos repensar nuevas alternativas para las sociedades latinoamericanas que consideren el tema del espacio. A nuestro juicio, caben aquí dos puntualizaciones que no aparecen en la tesis de Imperio pero que son necesarias para hacer posibles salidas para la región. En primer lugar, la expansión de las relaciones de producción capitalistas no implica necesariamente la desaparición de otras formas, sino, como ya estaba claro en el debate intelectual de los sesenta en América Latina, su articulación a aquellas. En segundo lugar, por más que el imperio no tenga un “centro” y se manifiesten en “flujos” que crucen el sistema, para América Latina es decisivo considerar la influencia histórica de Estados Unidos en los últimos tiempos a través de su intento de recolonizar el espacio en la región a través del ALCA. Agréguese finalmente que, de las cuatro formas indicadas anteriormente siguiendo a Harvey, nuestra línea de análisis nos va llevando a focalizar en el tercer punto. Es decir, el planteamiento refiere entonces a ese proceso de resignificación del espacio. Es decir como la gente va cambiando su percepción de nación, soberanía, territorio en función de un contexto de integración regional y en el marco, como explicamos, de mutaciones estructurales globales en curso. Las viejas ideas de nacionalidad están siendo interpeladas y están mutando. Se puede decir que, de alguna manera, las fronteras de la sociedad parecen ahora ensancharse incesantemente más allá de la nación. Por ello también el estudio de las alternativas sociales está cambiando. Es oportuno recordar que tradicionalmente la Sociología llegaba hasta los límites del territorio de un estado (excepcionalmente, se aventuró en alguna “sociología de las relaciones internacionales”), es decir –Wallerstein, nuevamente- los límites mentales de una sociedad coincidían con sus fronteras formales. Los múltiples flujos que atraviesan un territorio como parte del todo sistémico capitalista, nos llevan a replantear aspectos económicos, sociales y políticos.
EL MERCOSUR COMO PARTE DE UN PROYECTO LATINOAMERICANO – A partir de lo anterior, se ha visto como hasta las propias categorías de análisis fueron construidas con el marco implícito del estado-nación. Pero no se trató de una ceguera temporal. A nuestro juicio debe procesarse esa historia intelectual como parte de un paradigma que además de estadocéntrico, es eurocéntrico. La mirada eurocéntrica es una específica racionalidad cuya elaboración sistemática comenzó en Europa Occidental antes de mediados del siglo XVII, aunque algunas de sus raíces son sin duda más viejas (Quijano, 2000). La integran un conjunto importante de elementos, pero señalemos especialmente la reubicación temporal implícita de procesos sociales, de modo que lo no europeo es percibido como pasado. El economista egipcio Samir Amin (1989) indica que se presenta como un universalismo en el sentido 32 Alfredo Falero de que propone a todos la imitación del modelo occidental como única solución a los desafíos de nuestro tiempo. Agrega que las dos caras que se alimentan mutuamente, el atraso y el desarrollo, desaparecen bajo la fórmula “imitad al Occidente, que es el mejor de los mundos”. Si la primera premisa de señalamiento de alternativas sociales, era que inevitablemente se requiere un espacio geográfico ampliado más allá de los límites de los estados, aquí puede entonces extraerse una segunda premisa. Después de constatar esta inercia conceptual, es preciso repensar una alternativa no eurocéntrica de integración, en el sentido que considere que no hay “etapas” de maduración ni necesariamente un modelo a seguir ubicado en los países centrales5. Esto supone en primer lugar profundizar un proyecto regional alternativo con participación de la sociedad desde el comienzo. Por ello la refundación del Mercosur promovido a partir del triunfo de Lula en Brasil, también requiere la participación y el involucramiento de la sociedad. Vale recordar que el proyecto europeo recién se plantea este problema con fuerza en la década del noventa aunque sus inicios están en la década del cincuenta. En síntesis, es medular que el tratamiento no esté acotado al accionar de determinadas elites. Obsérvese que, por el contrario, ese es el proceso que se vino dando hasta el momento, de modo que cuando se habla de integración, se presupone con frecuencia que inevitablemente tiene que ver con decisiones tomadas por dirigencias económicas o políticas. Si la construcción de un proyecto regional se resuelve en el accionar de agentes económicos y políticos, en instancias que, además, no siempre son públicas, se va generando una normalización de un tipo de tratamiento restringido que va formando parte del sentido común. Por cierto, no se trata sólo de esta temática la que se encuentra alejada de la sociedad, pero en tanto supone un factor crecientemente clave para el futuro de Uruguay y de otros países, una construcción elitista de esta naturaleza se va configurando como una significativa oclusión de la ciudadanía, un cierre a la potencialidad de la participación, en suma un signo más de la reconversión de la democracia en mero instrumento de legitimidad y control. Esto nos lleva al tercer elemento conceptual: la importancia de la sociedad civil. Pese al aire polémico de la premisa, hacemos recaer en sus organizaciones, la potencialidad de incidir, redireccionalizar dinámicas muy poderosas. Pero obsérvese que decimos “potencialidad”, en el sentido de reconocer evidencias de desarrollo de determinadas condiciones, de una posibilidad aún no cristalizada y tal vez no cristalizable.
LA SOCIEDAD CIVIL Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA SUBJETIVIDAD SOCIAL- Considerando las muchas caracterizaciones de sociedad civil, navegando entre las implicaciones de la pluralidad de acepciones a que ha dado lugar, debe partirse reconociendo que éste no es el lugar para zanjar disputas de sentido ni mucho menos incursionar en los vaivenes de su trayectoria como concepto. No obstante, es imprescindible señalar algunos elementos –de los que dimos cuenta con más profundidad en otros trabajos– a efectos de visualizar su operacionalización para nuestra propuesta. En cuanto a su pertinencia, dígase simplemente que no vemos por el momento una categoría más adecuada. Originariamente vinculado a las transformaciones sociales que caracterizamos como el surgimiento de la modernidad europea, el concepto no puede separarse de la abstracción analítica del contrato o pacto fundacional, pieza clave, como se sabe, de la construcción de Hobbes. Comenzaba a expresarse entonces a nivel teórico esa dicotomía con el Estado que terminará generalizándose. Hay una variación posterior –no una inflexión– con Locke que si bien utiliza al igual que Hobbes la 5 Por cierto, no se está sugiriendo que de la Unión Europea no se puedan extraer enseñanzas valiosas en cuento a la construcción de la integración. Simplemente se señala la necesidad de evitar copias fáciles. Sociedad civil e integración regional: perfiles, tendencias, desafíos 33 noción de sociedad civil como sinónimo de sociedad política, construye una distinción entre un orden social preestatal y el gobierno. Sociedad civil se encuentra ya constituida por la unión de los ciudadanos quienes en un segundo momento crean al Estado (Serrano, 1999). En esta corriente teórica existe un supuesto político territorial que es el Estado nacional -en ausencia del cual es impensable una relación mercado nacional – mercado internacional- y que hace posible la acumulación originaria. Esto supone una violenta producción política de los límites territoriales lo que hace adquirir a la soberanía estatal una función capital: “el soberano –la soberanía estatal- acumula sobre sí el terror colectivo a la muerte, descargando de tal peso a los sujetos que se someten a su ley” (Moya, 1984, p. 307). La relevancia que adquiere este concepto de soberanía, recorta sin embargo la naturaleza pulsional de cualquier movimiento que la supere. Se presenta en este entendido como limitante, fijador de una sociedad civil en el caso que entendamos a ésta desde una perspectiva de movimiento radical, al decir del filósofo Antonio Negri, de poder constituyente, entrelazado cuya coherencia, cuya radical apertura ontológica, está siempre en peligro (Negri, 1994, p. 46). Por otro lado, podemos rescatar otra línea teórica fundamentalmente trabajada por Gramsci, pero que reconoce más lejanos antecedentes en Hegel. La distinción hegeliana con el Estado reposa en el tipo de interés que le da origen: acciones que derivan de un interés de tipo general en el caso del Estado y acciones que derivan de un interés particular en el caso de la “sociedad civil”, la que de este modo, abarca la esfera económica y las necesidades materiales. Es cierto que en esta vertiente crítica, la discontinuidad puede establecerse mejor con Marx, no obstante, si nos atenemos al lugar que ocupa en su teorización, las alusiones y el sentido que se le atribuye sólo aparece en esporádicos vuelos teóricos que no le confiere una carga explicativa particular y que le hace perder relevancia en el conjunto frente a otras categorías explicativas. Especialmente puede rastrearse en el concepto de proletariado de Marx –en tanto abanico de clases o sectores de las mismas explotados y potencialmente sujeto de transformación- el fundamento del esquema que luego Gramsci retomará. Gramsci recuperará de Hegel como la dinámica de intereses particulares impone una evolución teórica y práctica de la cultura. Pero, sustancialmente, la sociedad civil no deja de ser un campo de disputa entre clases, un campo de disputa hegemónico, aunque la hegemonía no se ubique sólo en la sociedad civil sino también en el Estado. Aún así, puede señalarse que contrasta la modulación que el concepto recibió con Gramsci con relación al resto (Anderson, 1987/1988), pues visualizar un arco antihegemónico de transformación social, supone una contribución propia en el marco de un aparato teorético explicativo renovado ante el nuevo contexto social. En función de lo anterior, lo que particularmente debemos trasegar de él, tal como se analizó en trabajos anteriores, es la sociedad civil como ámbito de constitución de sujetos sociales, como arco de actores que promueven la subversión del orden establecido. Y en ese sentido es donde asume gran potencial la hegemonía como expresión nuclear de un proyecto estratégico, apropiación subjetiva y real de elementos de transformación social. Esto supone a su vez la posibilidad de fusionar elementos intelectuales y morales de agregados diversos que no pierden su identidad en un proceso dinámico, no siempre estructurado. Frente al predominio de la lógica dominante, la expresión nueva hegemonía formula el ámbito donde se configuran las prácticas encaminadas a modificarlo. Esto implica que la creación y apertura de opciones se manifiestan en aspiraciones creíbles y deseables que a su vez enriquecen las decisiones colectivas. No se trata aquí de caracterizar como se establece el consenso -especialmente el que imponen en contextos de socialización acríticos los medios de comunicación- ni las formas sutiles de represión en la sociedad actual, sino examinar como a partir de Gramsci se puede contar con una concepción crítica de sociedad civil en los comienzos de sociedades profundamente transformadas de comienzos del siglo XXI. Brevemente compendiado entonces, la alternativa liberal hunde sus raíces en la tradición jusnaturalista y considera la sociedad civil como una pluralidad atomística de individuos y grupos donde cualquier principio unificador es exterior a tal pluralidad. Las derivaciones de este planteamiento, es observar pura diversidad emanada de disolución de contenidos clasistas. Aún conscientes de la simplificación que supone dejar de lado la diversidad de posicionamientos, sin desconocer el actual contexto de dispersión del campo social, de creciente pluralismo de manifestaciones, sigue siendo útil identificar esta gran división entre dos grandes tendencias en permanente tensión: una visión más funcional al actual proyecto dominante y otra decididamente más crítica del mismo. Esta otra formulación de sociedad civil, próxima a la teorización gramsciana, involucra áreas como trabajo, salud, vivienda, etc. pero enlazadas como ámbito de constitución de un proyecto polí- tico y cultural alternativo. Convergen allí movimientos sociales u organizaciones sociales que promueven nuevos hechos políticos y culturales de trascendencia local o global. Se supone en este caso que a partir de las personas involucradas en tales agrupamientos, surgen nuevas formas de pensar y actuar contestatarias a los patrones dominantes. La significación de este espacio no debe buscarse necesariamente en la permanencia de los actores colectivos involucrados, ya que la inestabilidad es propia de la sociedad actual o en la claridad de sus objetivos, puesto que estos son resignificados permanentemente, sino en la cultura que a partir de la cotidianeidad se genera y promueve. Desde esta perspectiva, buscamos un conjunto de contribuciones que abonan lo que podemos llamar una “expansión de la subjetividad”, concepto voluminoso y lo suficientemente escurridizo sobre el que corresponde detenernos para afinar su conexión empírica en nuestro caso. En términos generales, llamamos subjetividad social a la asimilación de elementos racionales e irracionales, cognitivos, valorativos, etc. de la práctica social del actor que son rejerarquizados por éste y proporcionan formas de razonamiento. Muchos agentes en la sociedad construyen subjetividad social: medios de comunicación, organizaciones sindicales, organizaciones políticas, lugares de trabajo, el barrio, el club, la reunión informal, etc. Como se ve algunos corresponde al ámbito de la sociedad civil que desarrollamos anteriormente, otros al ámbito de lo político y otros al ámbito de la simple cotidianeidad. También supone una dinámica de interacción con doble dirección: internalización y externalización. Los individuos construyen su personalidad, se socializan con ideas, valores, etc. “interiorizando” elementos a la vez que “externalizando”, es decir compartiéndolos con otros6. Por eso decimos que es desde la experiencia cotidiana que se genera una trama latente, la capacidad de construir lo alternativo, una potencialidad de construir lo alternativo (Zemelman, 1992; León y Zemelman, 1997). Subyace al planteamiento entonces, que no puede pensarse la subjetividad como un producto universal, sino como expresión de grupos diversos, que potencialmente une organizaciones y movimientos sociales, y lo que a su vez orienta y organiza sus prácticas sociales. Esta subjetividad se transforma así en la base para la construcción de proyectos. Esta subjetividad también se construye sobre el significado de ideas como nacionalidad, patriotismo y soberanía, que de hecho conservan mucha vigencia y son parte de conflictos. No obstante en función de los cambios antes expuestos, también advierten de las fuertes contradicciones a que están sujetas en la actualidad. Claro está, nacer dentro de una sociedad supone valorar las relacio- 6 La relación entre el ámbito de la vida cotidiana y el conjunto de la vida social, ese proceso que implica lo que designamos como internalización y externalización, se resuelve distinto según la corriente teórica, pero de alguna manera, siempre implica una dinámica con ambos aspectos. Sociedad civil e integración regional: perfiles, tendencias, desafíos 35 nes sociales que operan allí a través de un conjunto de señas colectivas compartidas y que las diferencian de otras, pero aún tan poderosos sentimientos vinculados a un espacio específico son forzados a transformarse cuando operan mecanismos posnacionales tan fuertes como los actuales. La ruptura entre derechos y nacionalidad, una nueva articulación de aquellos, aparece entonces como un requerimiento especialmente en contextos de integración regional. De acuerdo a la perspectiva no eurocéntrica esbozada antes, esto es sustantivo y no meramente dependiente de la maduración del “proyecto” en un futuro indeterminado. Por el contrario, cualquier proyecto de integración mínimo que postule la disolución de barreras comerciales en el contexto global actual, debe integrar dentro del llamado “sentido común” los temas que hacen a la “dimensión social”. Llegados aquí, ya estamos en condiciones de profundizar en tres áreas de análisis donde se tratan de observar contradicciones que sugieren la necesidad de repensar derechos civiles, políticos y sociales no acotados a los límites de un estado-nación sino ampliados a contextos de integración regional. Las tres áreas problemáticas fueron desarrolladas en otros trabajos y aquí simplemente sintetizaremos algunos elementos: – Conexiones y lógicas de cooperación entre actores de la sociedad civil de países diferentes y capacidad conjunta de impulsar proyectos alternativos. – Movilidad de fuerza de trabajo, capacidad de asimilar la libre circulación de personas y modificación de actitudes y percepciones con relación a un espacio posnacional. – Redes en contextos de frontera y las áreas adyacentes y la potencialidad de neutralizar conflictos mediante la construcción de una subjetividad inclusiva. 3. Generación de redes regionales de cooperación Si consideramos como base del enfoque la sociedad uruguaya, diversos actores locales han avanzado desde de la década del noventa en la construcción de puentes de cooperación. En trabajos anteriores (2001 a y b), se ha desarrollado esta dinámica lenta, compleja de establecer redes o de abrir horizontes de actuación colectiva conjunta en el futuro. Son redes que se establecen paralelamente a la oclusión de la participación que se advierte en los estrechos canales institucionalizados. Por ejemplo, el Foro consultivo económico y social del Mercosur, fundado a partir de la ratificación de los acuerdos de Ouro Preto (1994) y puesto en marcha en la segunda mitad de los noventa para integrar la “sociedad civil”, ostenta un carácter consultivo que le otorga una lógica más bien decorativa. Pero como decíamos, se advierten caminos autónomos de encuentro. Si bien han participado en tales puentes ongs y diversas organizaciones de la sociedad civil, destacamos por su magnitud de convocatoria, el caso del movimiento cooperativo de viviendas de ayuda mutua (Fucvam) y el del movimiento sindical. Sin dejar de reconocer la problemática interna de este último que complica su accionar, ambos exceden estrictamente sus temas específicos de demanda para plantear líneas de fuga hacia lo alternativo dentro de la sociedad uruguaya. FUCVAM – En el caso de la Federación uruguaya de cooperativas de vivienda por ayuda mutua, se observa que sale explícitamente a la búsqueda de alianzas regionales potenciando contactos informales anteriores. En el caso Paraguayo se observaba que no había legislación de acceso a vivienda popular, a excepción de un fondo nacional de vivienda sin ninguna prestación efectiva y además corrompido. En Argentina existían reglamentaciones provinciales que regulaban el acceso a la vivienda de sectores populares y en Brasil pocas iniciativas estaduales, pero, al igual que el caso anterior, sin legislación nacional. Considerando esta heterogeneidad, nivelar hacia arriba los instrumentos de acceso a la vi- 36 Alfredo Falero vienda popular es calificado dentro del movimiento como “una preocupación hasta obsesiva” y ello supone la búsqueda de grupos con capacidad de organización en la sociedad civil de los países vecinos así como la construcción de nexos regulares con uruguayos afincados en el exterior. Se desencadena así un proceso de construcción de un tejido regional. En el caso de Brasil, la apuesta es con la Unión de movimientos de “moradía”, con bases en San Pablo, Belo Horizonte, Porto Alegre, lo que ha permitido la construcción viviendas por el sistema de ayuda mutua. En el caso argentino, se encuentra un interlocutor en el movimiento de ocupantes e inquilinos, movimiento surgido en el casco histórico de Buenos Aires que ocupaba hoteles y casas viejas y que ahora se transformó en la Federación de Tierras y Viviendas integrante de la CTA (Central Trabajadores Argentinos). Finalmente con Paraguay, los nexos surgieron con CIPAE (Comité de Iglesias para ayudas de emergencias) una ONG de Asunción con importante presencia, que aproximó y coordinó familias sin vivienda en situación de pobreza*. La evolución en la generación de programas participativos para la construcción de viviendas (con apoyos de ONG’s y del cooperativismo sueco) actualmente supone flujos con los países integrantes del Mercosur, pero también se ha ampliando a Bolivia y a algunos países centroamericanos. De ello se deriva que las acciones no están restringidas al seguimiento o el monitoreo de lo exterior o a la comunicación electrónica, sino a redes de intercambio concretas y fluidas que incluso suponen apoyos y presencias para acciones específicas concretas más allá del terreno de la vivienda, por ejemplo posturas públicas contra el ALCA. Un rápido balance sugiere pues, una actividad importante en la construcción de nexos regionales donde no sólo participa la dirigencia de Fucvam o de organizaciones pares y que, comparativamente con lo que en este plano existía diez años atrás, el tejido regional promovido es significativo.
EL MOVIMIENTO SINDICAL – Respecto a este actor, deben considerarse dos niveles de análisis, en tanto se observan lógicas diferentes: el nivel de las centrales sindicales y el de los sindicatos. En cuanto al primero, los nexos formales originales deben rastrearse a 1986, cuando impulsada por la ORIT (Organización Regional Interamericana de Trabajadores) se creó la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (en adelante, CCSCS). Como algunos analistas indicaron, esto no es menor si se tienen en cuenta las diferencias político-ideológicas entre las centrales sindicales, las que existen entre las cuatro economías y la total ausencia de experiencias anteriores (Portella de Castro y Wachendorfer, 1998). La verdadera dinámica de la Coordinadora se da, sin embargo, en la década del noventa con la consolidación del Mercosur. Comienzan a notarse entonces las afinidades ideoló- gicas –no necesariamente estratégicas- entre el PIT-CNT, la CUT de Brasil y la CTA de Argentina. Un rápido balance de las cumbres anuales (desde 1999 en Montevideo), concentraciones públicas conjuntas (desde el 1º de mayo de 1995) más la notoria incapacidad de generar acciones colectivas comunes, muestra un despliegue que puede calificarse de no sistemático y modesto en cuanto a resultados concretos. Algunos juicios sindicales críticos incluso apuntaban directa y tempranamente a la casi inutilidad de centrarse en eventos como las reuniones y cumbres sindicales en el sentido que hay problemas que no pueden resolverse desde la superestructura de una coordinación de centrales sindicales. En una perspectiva general, se ha apuntado a la inmadurez del proceso, pero especialmente nos parece significativo señalar, además de las diferencias estratégicas, una lógica de clase en tensión con una lógica nacional. En cuanto a la participación de las centrales por canales institucionales, lo más relevante fue la llamada “Declaración Socio-Laboral del Mercosur”, finalmente aprobado por el Grupo Mercado
* Fuentes: Entrevistas a Javier Vidal, de FUCVAM, Mdeo, 08/02/01 y 20/08/02, y a Cristina Vila, de CIPAE, Asunción, 24/05/01. Sociedad civil e integración regional: perfiles, tendencias, desafíos 37 Común y el Consejo Mercado Común (que incluyó a los presidentes de los 4 países) en diciembre de 1998. Sin embargo, considerando que no tiene carácter sancionador –lo cual era conocido antes de su aprobación- estrecha su carácter vinculante, “pues no posibilita su utilización para penalizaciones económicas a los países signatarios, como pretendían las centrales sindicales” (Barbiero y Chaloult, 1999b). Sobre la base de este diagnóstico muy general, se puede decir que se estuvo lejos de dar una respuesta regional a los problemas de los trabajadores. A un nivel de estrategia general, la débil capacidad en cristalizar movilizaciones da cuenta de la complejidad de la coordinadora para establecer otros cursos de acción. Esto supone que en un escenario de un nuevo impulso al Mercosur -y más aún en la dinámica impulsada por Estados Unidos hacia el ALCA- la participación de la sociedad civil requiere canales y una organización más efectiva. Algunas protestas contra el ALCA junto a diversas organizaciones como ATTAC, van por ese camino pero aún se está lejos de constituir una inflexión sociohistórica regional. El segundo nivel de análisis son los sindicatos de ramas de actividad específicas, que ostentan un mayor dinamismo y un relativo nivel de autonomía que es preciso ponderar en sus potencialidades. Las diferencias con el ámbito anterior, pueden marcarse en la menor complejidad de la coordinación (ya que hay una temática común de base), lo que supone un intercambio más fluido, por ejemplo en cuanto a reconocer la configuración que asumen las empresas del sector en la región así como sus estrategias. Por ejemplo, si se trata principalmente de transnacionales o de grupos locales con despliegue regional y si las perspectivas de futuro suponen la concentración y cierre de plantas por ejemplo o la movilidad intrarregional de instalaciones, etc. De todos modos, existen obstáculos vinculados al plano organizativo o de posicionamientos generales; en otras ocasiones los problemas inmediatos no son similares y esto neutraliza posibles concreciones conjuntas más efectivas. Por ejemplo, en el área estatal, la privatización de áreas – frecuentemente con consecuencias de flexibilización y desregulación laboral- se dan temporalmente en forma escalonada en países vecinos lo que divide las preocupaciones inmediatas y dificulta las coordinaciones. En el plano estricto de la construcción de la subjetividad regional, debe considerarse que estamos hablando de un plano de actuación de una dirigencia con más distancia de la base que en el caso anterior de Fucvam, lo cual indica que el involucramiento hacia una conciencia regional de los trabajadores también es menor. Existe de todos modos un problema complejo a marcar: en la medida que conexiones más efectivas siempre suponen aumentar reuniones, viajes, encuentros entre dirigentes de distintos países, es decir instancias que la comunicación electrónica no suplanta, se termina separando más al dirigente del entorno de los trabajadores. Se da incluso una diferenciación funcional adicional respecto del resto de dirigentes: aquellos que se encargan del MERCOSUR o del ALCA con relación a los que se ocupan de otras temáticas. No obstante, siempre pueden desarrollarse mecanismos que limiten este distanciamiento y especialización. Comparativamente, en el caso de FUCVAM, esto en parte se matiza no solo con una problematización de la relación base y dirigencia distinta, sino por un sistema de pasantías -que suponen visitas de pequeños grupos por un período entre 5 y 10 días y que involucra a cooperativas concretas- y que permiten un mayor intercambio de experiencias y genera contactos posteriores. Por ello, debe agregarse en el rubro de los desafíos pendientes del movimiento sindical, el articular más metódicamente los nuevos horizontes (Mercosur y su ampliación, ALCA o ambos) lo que exige capacitación y reflexión más allá de las dirigencias y un interrelacionamiento más fluido con otras organizaciones. 38 Alfredo Falero 4. Movilidad geográfica de fuerza de trabajo y subjetividad social Como señalan Lash y Urry (1998), la movilidad es responsable del cambio por el que las personas vivencian el mundo moderno, y cambian sus maneras de subjetividad y de sociabilidad. Pero especialmente a partir de los ya mencionados aportes de Antonio Negri y Michael Hardt (2002) que han considerado que las migraciones tienen el potencial de desarrollarse y ser visualizadas como luchas de resistencia, el tema adquiere una nueva significación. Este eje de análisis, que profundizamos en otro lugar (Falero 2002a), da cuenta de como los cambios globales colocan al inmigrante como una figura clave. Mientras se refuerzan los intentos –frecuentemente frustrados- de controlar las rutas del “éxodo”, comienza a establecerse ese eje de reivindicación de ciudadanía universal que abre la posibilidad de reapropiación del espacio. Señalamos a partir de lo anterior, algunas derivaciones sociales más inmediatas en contextos de integración regional. Si frente a los procesos de movilidad de personas a escala mundial y regional, se va constituyendo una subjetividad que se imprime de una carga de racismo y xenofobia7, muchas veces encubierta, estamos ante una exacerbación de la tendencia a la segmentación social. En un contexto como el señalado, cualquier expresión colectiva de transformación social desde la sociedad civil, puede verse rápidamente segmentada y en tanto ello, disolver su potencia. Por ello lo que está planteado es que otra subjetividad -producto de asumir el nuevo nomadismo y de rechazar la expansión de guetos- puede constituirse como alternativa de subjetividad regional. Claramente el caso Uruguayo actual es de emigración y poco atractivo incluso para la inmigración regional, como la proveniente de la zona andina que si bien existe, es mejor (por ejemplo, se estima unos 2.500 peruanos en Montevideo). No obstante, lo principal a considerar es que esta situación no tiene porqué ser permanente ni que la región, aún con todas sus dificultades, sea una excepción a desplazamientos –formales e informales- de fuerza de trabajo no calificada como los observados en Buenos Aires en los últimos años provenientes de Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador. Por otra parte, Uruguay tampoco fue ajeno al movimiento de trabajadores indocumentados brasileños que en el norte y este del país se encontraron en condiciones laborales de sobreexplotación8. Esto es, ni escapamos a ese cuadro de nomadismo transfronterizo actual, ni debe creerse que tras ese imaginario edulcorado de la “especificidad” uruguaya, no se esconden también posturas xenófobas, aunque probablemente controladas en función de la escasa magnitud del fenómeno en un pequeño país con crisis profunda9. Recuérdese que, de la misma manera, la sociedad uruguaya fue admitiendo progresivamente en los hechos, la existencia de una creciente exclusión social sin que esto pesara excesivamente en la subjetividad social como para volverse inadmisible. Considerando tendencias posibles de futuro y lo que esto significa en términos de construcción de subjetividad social, está claro que una alternativa desde la sociedad civil tampoco puede obviar esta dimensión bajo el miope deslinde de que no es un problema local. Esto es especialmente válido considerarlo tanto en el escenario de una refundación del proyecto MERCOSUR y su amplia- 7 Racismo y xenofobia designan cosas diferentes, el primero el rechazo ante el extranjero, el segundo el rechazo a grupos que se le atribuyen diferencias físicas o biológicas. Pero ambos tienen una misma base de sobreestimación de lo propio y rechazo del “otro”, construida culturalmente. 8 Actualmente sucede en el corte de eucaliptus, hace algunos años en el ámbito de la construcción (siendo entonces preocupación del sindicato de esa rama de actividad). 9 A veces estas posturas provienen del propio partido en el gobierno. El subsecretario del interior, Daniel Borrelli (Foro Batllista) afirmó claramente la necesidad de evitar la inmigración de peruanos, ecuatorianos y bolivianos, señalando que “esta gente está compitiendo con los nuestros” (Brecha, 20.09.02). Sociedad civil e integración regional: perfiles, tendencias, desafíos 39 ción, o cualquier otro proyecto de integración incluyendo al ALCA10. En cualquier caso, entender la dimensión de libre circulación de trabajadores y la igualación de derechos como un factor de integración, supone asumir las nuevas realidades globales. Recientemente se dio un paso importante en tal sentido con el Acuerdo que permitirá que los habitantes de los cuatro paises del Mercosur, más Bolivia y Chile, puedan pedir la residencia en cualquiera de estos países y tener los mismos derechos que los ciudadanos del país receptor11. Esto facilitará la regulación de ilegales pero no soluciona un problema de fondo que hace a la integración social. La fragmentación, el gueto, las infinitas identidades contrapuestas, es una política buscada desde el poder y no necesariamente lo anterior signifique su fin. Por ello la construcción de instancias supranacionales que favorezcan la igualación y cumplimiento de derechos hacia arriba en todos los países miembros del acuerdo (viejo reclamo del movimiento sindical) es un desafío a considerar en el futuro inmediato en el camino hacia un proyecto de integración alternativo y una subjetividad social en tal sentido. 5. Espacios de fronteras en contextos de integración Las zonas de frontera constituyen por su especificidad en cuanto zona de cooperación o de conflicto, la tercera dimensión a analizar en el cruce entre sociedad civil e integración regional. En primer lugar, las dinámicas fronterizas y su cotidianeidad, muchas veces desdibujan las líneas de separación entre estados generando espacios de múltiples interacciones. No obstante, los casos son visiblemente diferentes entre sí. En un análisis reciente (Falero, 2002b), donde se comparó la frontera mexicano-estadounidense –debe recordarse, en el contexto del Tratado de Libre Comercio (TLC)- con situaciones de frontera dentro del Mercosur, como Foz de Iguacu – Ciudad del Este y Chuy-chui, encontramos problemáticas significativamente diversas pero también aspectos en común. La puesta en práctica del TLC en 1994 contribuye a la movilidad del capital mediante la eliminación de aranceles entre los tres países en un período de quince años y la reducción de los riesgos asociados con la inversión extranjera directa a través de nuevos derechos (Robinson, 1996). Sin embargo es un bloque donde las fronteras internas siguen pesando rigurosamente en especial para evitar el ingreso de personas a Estados Unidos. En la frontera con Estados Unidos, un caso paradigmático es el de Ciudad Juárez – El Paso. En la primera, la población pasó de 800 mil a casi 2 millones de personas, a partir del fuerte desarrollo de la maquila12. Se basa en terribles condiciones de trabajo pero que igualmente sugiere una posibilidad de empleo, por ejemplo para mujeres jóvenes provenientes de hogares rurales crónicamente 10 Ya hay antecedentes en esa dirección. En el “Primer Encuentro Sudamericano de la Sociedad Civil” desarrollado en Quito entre el 14 y el 16 de agosto de 2002, se concluyó con la creación de una red para defender los derechos de migrantes, refugiados/as y desplazados/as. Asimismo, se propone que los gobiernos garanticen la migración intrarregional en los países de América del Sur (ALAI, América Latina en Movimiento, 20.08.02, http://alainet.org). 11 Considérese los 400 mil brasileños en Paraguay, las decenas de miles de bolivianos y paraguayos en San Pablo y en Buenos Aires y se tendrá una idea de la magnitud del problema. Véase Correio Sindical Mercosul Nº 139, 30.11.02 al 07.12.02. 12 Ciertamente Ciudad Juárez no es el único caso posible. Por ejemplo, es importante también el caso de Tijuana y sus maquilas al que puede calificarse como un gran campo de concentración de la economía globalizada (Eduardo Subirats, Brecha 16.02.01). Se trata de “masas empobrecidas, étnicamente estigmatizadas en una sociedad ostensiblemente racista”, que carecen de derechos y que cuando quieren organizarse, no se duda en “el empleo del chantaje legal, las intervenciones militares y las detenciones ilegales, la tortura e incluso la desaparición”. 40 Alfredo Falero pobres. Este tipo de crecimiento es estimulado por la macrorregionalización que, paralelamente como señala John Saxe-Fernández, profundiza las divisiones regionales al interior de México (2001). En este contexto, el proceso de construcción identitaria de los mexicanos a ambos lados de la frontera es complejo, ya que muchos méxico-americanos construyen su identidad no sólo con relación a los llamados “anglos”, sino también con relación a los propios mexicanos. Por ejemplo, refieren a la gente “que viene del sur”, como teniendo una clara ascendencia indígena, y los describen en términos negativos, “como siendo atrasados culturalmente, sin espíritu de lucha, y más inclinados al placer que al trabajo”. Incluso hay quienes se muestran partidarios de implementar en Juárez el mismo tipo de control aduanero que los americanos aplican en sus fronteras (Vila, 1999). Como se comentaba en nuestro trabajo anterior, esto es importante, porque se conforma una subjetividad social en que la causa de la pobreza no radicaría en los bajos salarios, sino en la propia cultura de la gente, en la forma de ver a esta inmigración “indeseable” del sur de México según los propios mexicanos pero del norte. A partir de esta situación, adquiere relevancia el trabajo de algunas organizaciones de la sociedad civil de ambos lados de la frontera13. De hecho, el relacionamiento entre sindicatos y otras organizaciones de ambos lados significó un espacio nuevo que avanzó en promover no solo el intercambio de información sino también la consolidación de redes binacionales y la promoción de derechos. El patrón específico de crecimiento económico desigual, nulo desarrollo social, es posible también por la fragmentación social y la construcción de identidades excluyentes respecto del “otro” que complejizan la conformación de una subjetividad de demanda activa ante condiciones brutales de explotación. No existe caso similar de subjetividad excluyente en zonas de frontera del Mercosur, no obstante no se está exento de conflictos. Recordemos como signos de esto, la dura confrontación entre trabajadores brasileros y paraguayos en el “Puente de la Amistad” como parte de una disputa que se vino arrastrando en torno a algunos centenares de empleos precarios, de vendedores ambulantes14. Tales sucesos pusieron al descubierto actitudes de discriminación, de competencia entre trabajadores, de fuerte segmentación social que desplazan así el problema de fondo: las posibilidades de desarrollo social en el marco de una integración regional efectiva donde las limitaciones al desplazamiento entre países no aparece como parte de la solución general. También aparece una vez más, la debilidad de organizaciones de la sociedad civil en la zona para generar otras perspectivas del problema15. En el caso de la frontera uruguaya, hay situaciones diferentes. En Rivera – Sant’Ana se ha señalado una identidad fronteriza que tiende a neutralizar conflictos (Mazzei, 2000). En el caso de Chuy–Chui, la situación es distinta y se han llegado a registrar problemas parecidos a los de Foz de Iguaçu (Brasil) – Ciudad del Este (Paraguay), aunque en una escala incomparablemente menor en 13 Paralelamente, también existen organizaciones xenófobas y antiinmigrantes como la autodenominada “Patrulla Fronteriza Americana” que realizan un seguimiento con alta tecnología en varios puntos de la frontera desde Estados Unidos, según se denunciaba concretamente desde la Comisión de Derechos Humanos de Arizona (La Jornada:13.10.02). 14 Correo Sindical Mercosur Nº 86, 24 a 30/09/2001. El intendente de Foz de Iguazú, sostuvo que la desidia de los gobiernos de Brasil y Paraguay, estaba convirtiendo al lugar “en una especie de franja de Gaza latinoamericana”. 15 No se desconoce aquí la existencia de una “Coordinadora Paranaense en Acción” que promovió protestas que implicaron el aislamiento de Ciudad del Este, sino que se alude en general a la histórica fragilidad de construcción de organizaciones autónomas y al establecimiento de redes activas locales con carácter binacional. Sociedad civil e integración regional: perfiles, tendencias, desafíos 41 primer lugar por las propias dimensiones. Mientras solo Ciudad del Este registra unos 135 mil habitantes, en este caso hablamos de unos 10 mil habitantes del lado uruguayo y unos 6 mil del lado brasileño. Aquí se registró un conflicto siempre replanteado por el retiro definitivo de los puestos de venta irregulares y la amenaza de expulsión de más de mil uruguayos indocumentados en lado brasileño. Finalmente, el gobierno uruguayo resolvió decretar ese retiro de la línea fronteriza, pero el cumplimiento de esta acción generó un nuevo conflicto: el enfrentamiento entre los vendedores informales y los dueños de los free shops16. Vemos entonces la regeneración de una subjetividad donde el brasileño era el desencadenante del problema al trabajar informalmente en Uruguay, y también viceversa. En síntesis, a través de estos cuadros locales puede verse como la frontera se convierte en símbolo de una problemática mayor que deriva de las deficiencias de construcción de un proyecto de integración regional que no involucra a la sociedad. Por ello, desde la perspectiva que aquí sostenemos, un proyecto real de integración se sustenta también en esta dimensión del problema: la construcción de una subjetividad “transfronteriza” donde el conflicto sobre la base de identidades nacionales, tienda a disolverse. 6. A modo de conclusión En el contexto de las dinámicas fuertemente asimétricas y expansivas que asumen los procesos de globalización, de la posibilidad de concreción del proyecto ALCA en América Latina impulsado por Estados Unidos, emerge para Uruguay la alternativa de una nueva integración regional. Esto nos coloca ante el desafío de generar un ángulo de observación nuevo de estos procesos para poder establecer –como se decía desde el título- las tendencias y desafíos de las organizaciones y movimientos de la sociedad civil en la construcción regional. Un proyecto de integración regional puede estar asociado a fragmentación territorial y al desarrollo excluyente como en el TLC, o lo que se plantea hasta el momento a través del ALCA, como a la construcción de alternativas de sociedad más democráticas e igualitarias. Ambas salidas son posibles en un período de caos sistémico, de perturbaciones y con puntos de bifurcación, al decir de Wallerstein, como el que nos encontramos. Como se trató de demostrar, los tres ejes anotados apuntan a lo mismo: un escenario de mayor conexión que distingue menos que antes las fronteras nacionales, cambios en el significado de éstas y lo que implican en el devaluado criterio de la “soberanía”. Respecto a México, Bartra decía hace poco que había que recordar que ese país no está en un proyecto como la Unión Europea por el que “se cede premeditadamente soberanía para intensificar la complementariedad virtuosa y enriquecedora, su dependencia alimentaria y laboral (con Estados Unidos) hace de México una nación disminuida y subordinada”17. Parafraseando la consigna del Foro Social Mundial, se puede decir que en América Latina, otro tipo de integración es posible. Precisamente, el centro de interés de este trabajo fue reconocer y analizar algunas dimensiones que hacen a la construcción de una subjetividad social que sustente un proyecto de integración alternativo. La construcción de redes regionales y globales desde la sociedad civil, el libre desplazamiento geográfico de la fuerza de trabajo y la construcción de zonas de frontera que permitan una continuidad, un intercambio más que una ruptura o la manifestación del poder dominante, sugieren 16 Para un análisis más detallado, véase Falero 2002b. 17 La Jornada, México, 15.12.02. 42 Alfredo Falero transformaciones hacia una nueva subjetividad social. Si bien desde organizaciones de la sociedad civil se registran acciones que tienden a considerar estas dimensiones, por el momento son acotadas y no alcanzan para generar una alternativa a la ofensiva global del capital. Específicamente, cualquier movimiento social, cualquier movimiento sindical, deberá enfrentarse en el futuro a un proceso de “des” y “re” territorialización de los mercados de trabajo. La sociedad uruguaya ciertamente no es una excepción. Estamos ante dinámicas laborales más complejas que en el pasado y en tal sentido es preciso considerar derechos laborales que trasciendan estados-nación. ¿Se puede seguir pensando que es posible separar derechos de ciudadanía y establecer condiciones laborales tajantemente diferentes a ambos lados de una línea fronteriza? Por otra parte, frente a una cristalización del ALCA ¿pueden pensarse los conflictos de la frontera mexicano – estadounidense en el marco del TLC como un anticipo del futuro de América Latina? Por otra parte, se ha establecido que los procesos de movilidad geográfica abren nuevas subjetividades. Pero si se va hacia la generación de guetos sociales en el marco de procesos de crecimiento excluyente como México y el TLC, se refuerza la producción de una subjetividad capitalista de dominación. Esto puede contraponerse a una subjetividad social que no promueva el rechazo al “otro”, sino que permita lo relacional, el puente intercultural cotidiano. Como en todo contexto sociohistórico se van cerrando horizontes posibles pero también se abren otros. Las prácticas sociales, los discursos redefinen el espacio, se generan grietas de subjetividad alternativa y esto es sustancial considerarlo, si como parece, se asiste a un relanzamiento del Mercosur y consecuentemente hay fronteras que comienzan a tener otro significado. Porque en ese tránsito hay potencialidad de generar alternativas de sociedad.
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Autor: Alfredo Falero, Sociologo uruguayo. Investigador de Flacso